Cámaras, torpezas y un beso

Los pensamientos de Grace

Grace aceptó la invitación de Alex casi sin pensarlo. No había segundas intenciones de su parte —o al menos eso se repetía a sí misma mientras se arreglaba frente al espejo—, solo un agradecimiento por la ayuda que le había dado con contactos en la firma y, quizás, la curiosidad de conocer mejor al primo alegre del tormentoso Robert.

El restaurante era elegante, pero no intimidante. Alex la recibió con una sonrisa franca y un comentario que la hizo soltar una carcajada:

—Promete no mancharme esta vez. Llevo camisa blanca, así que estoy condenado a mantenerme impecable.

Durante la cena hablaron de todo: de moda sostenible, de viajes, de lo imposible que le resultaba a Alex vivir desconectado del mundo digital después de su retiro espiritual. Grace, como siempre, se mostró torpe pero encantadora: volcó agua en la mesa al reír demasiado fuerte, se le enredó la servilleta en el vestido, y casi deja caer un pedazo de pan sobre la copa de vino. Alex, lejos de incomodarse, parecía disfrutar cada pequeño desastre.

—Eres un huracán en persona, ¿lo sabías? —dijo él con tono divertido.

—Lo sé, y todavía no tienes idea de lo mal que puedo llegar a tropezar —respondió ella, colorada, mientras ambos reían.

La noche terminó en la puerta de su edificio. Alex la acompañó con cortesía impecable, nada más allá de un apretón de manos que se prolongó un par de segundos.

—Gracias por esta noche, Grace. Me hacía falta reír así —dijo él, sincero.

Ella sonrió, con un nudo extraño en el pecho.
—Gracias a ti.

Cuando entró a su apartamento, cerró la puerta y se dejó caer contra ella, con el corazón latiendo a toda prisa.

La cena había sido agradable, sí. Cómoda. Casi perfecta.
Pero… no sentía mariposas, sino una paz rara, como la que se tiene con un buen amigo.

Y entonces, como un eco molesto, apareció en su mente la voz de Robert. Sus miradas en el reality, la chispa que tanto habían negado frente a las cámaras. Esa sensación de que con él todo era fuego, peligro, vida.

Grace caminó por el apartamento encendiendo luces sin razón, intentando acallar la tormenta en su cabeza.
—¿Por qué, Robert? —murmuró al aire, mordiéndose el labio.

Sabía que Alex era el tipo de hombre con quien cualquiera desearía estar: correcto, atento, capaz de escuchar. Pero cada vez que cerraba los ojos… el rostro que aparecía era el de Robert.

La confusión la carcomía, y en un impulso marcó el número de Amelia. Su amiga atendió medio dormida, pero con ese tono burlón que nunca perdía:
—Dime que no acabas de arruinar otra cita.

Grace suspiró fuerte.
—No la arruiné… pero estoy arruinada yo.

Amelia soltó una carcajada al otro lado de la línea.
—Ajá, entonces el primo simpático no te movió nada, ¿verdad? ¿Y quién ocupa tus pensamientos ahora mismo?

Grace se tapó el rostro con la almohada, sofocando un grito.
—No me hagas decirlo.

—No hace falta —contestó Amelia, triunfante—. Se te nota en la voz.

Grace se quedó en silencio, mordiéndose el labio. El nombre de Robert flotaba en la habitación como un fantasma imposible de espantar.



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En el texto hay: millonario, chica torpe, reality show

Editado: 08.11.2025

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