Grace llevaba días esquivando a Robert. No respondía sus mensajes, evitaba los sitios donde él podía aparecer y, cuando la casualidad se cruzaba con él en algún evento entre la revista de los Walker y Maison Duval, bajaba la mirada con la torpeza que tanto la delataba.
Pensaba que funcionaba, que él apenas notaría la distancia, pero estaba equivocada.
Robert escuchó a dos diseñadores murmurar sobre “la cena encantadora entre Grace y Alex”. La sangre le hirvió. Imaginársela riendo con su primo, compartiendo confidencias que solía reservarle a él, fue demasiado.
No esperó explicaciones, ni buscó serenarse. Robert no era así, pero esa vez perdió el control.
La interceptó a la salida de la firma, cuando ella creía que podría escapar temprano. Su auto se detuvo justo frente a ella, y antes de que pudiera reaccionar, él ya estaba abriendo la puerta del copiloto.
—Sube.
Grace lo miró atónita.
—¿Qué… qué pasa? Tengo cosas que hacer.
—No me importa —su voz era un filo—. Sube.
Había algo en su mirada que la desarmó. Sin decir más, obedeció.
El trayecto fue en silencio, salvo por el ruido del motor y su respiración acelerada. Ella no entendía hacia dónde la llevaba hasta que el vehículo entró directamente a una pista privada.
—¿Un aeropuerto? —susurró, incrédula.
Él no respondió. Solo tomó su mano, la guio hasta un jet pequeño que ya estaba encendido, y la obligó a subir. Grace iba a protestar, pero el gesto severo de Robert la calló.
El vuelo fue corto, apenas un suspiro. Al aterrizar, un coche los esperaba para conducirlos hasta un apartamento moderno junto a la costa, un lugar donde el mar golpeaba con fuerza las ventanas de cristal.
Grace apenas podía respirar.
—¿Qué estás haciendo, Robert? Esto es una locura.
Él cerró la puerta detrás de ellos, dejándolos completamente solos. La miró con esa intensidad que la hacía temblar desde los pies hasta el corazón.
—No voy a dejar que me evites. No voy a dejar que me cambies por Alex.
—¡No estoy cambiándote por nadie! —gritó ella, herida—. ¡Ni siquiera hay un “tú” y un “yo”!
Robert dio un paso hacia ella, la acorraló contra la pared sin tocarla, pero su presencia la envolvía por completo.
—Entonces mírame a los ojos y dime que lo que pasó entre nosotros en el reality fue una mentira. Que no sentiste nada.
Grace apretó los labios, luchando contra las lágrimas. Quería negarlo, quería gritarle que sí, que todo era una farsa, que solo había ido al show por dinero… pero su voz se quebró.
—Yo… no puedo.
El silencio los devoró. Solo quedaba el rugido del mar detrás de los ventanales.
Robert bajó la guardia, sus manos temblaron al sostener el rostro de Grace.
—Entonces no me obligues a fingir más.
Y la besó, con la furia de quien ha esperado demasiado.