Cámaras, torpezas y un beso

Lo que no debía pasar

El Regerso de Grace

El regreso de Grace debía ser luminoso. Había sobrevivido a meses de trabajo intenso, se había hecho un nombre, y estaba lista para demostrar que podía crecer por sí sola. Pero apenas puso un pie en la ciudad, la realidad la golpeó como un puñetazo al estómago.

En todas las marquesinas, en las revistas y sobre todo en las redes sociales, la misma imagen se repetía una y otra vez: Robert y Vanessa, sonriendo, tomados del brazo, mostrando una química que los publicistas habían explotado sin piedad.

Era la pauta comercial pactada desde el concurso, lo sabía. Lo había leído, lo había aceptado. Pero nada de eso borraba el dolor. Ni los comentarios malintencionados que la devoraron viva esa noche:

📲 “Siempre supimos que la verdadera pareja era Vanessa.”
📲 “Grace no es más que un trampolín para Walker.”
📲 “Miren esa sonrisa… la química se ve real, no como con la otra.”

Grace apagó el celular con los ojos nublados, se abrazó las rodillas en la cama y lloró hasta que el amanecer la encontró hecha un mar de sollozos.

Robert, por su parte, despertó con un nudo en el estómago cuando vio los comentarios que ardían en las redes. No tardó ni cinco minutos en tomar las llaves y conducir hasta el apartamento de Grace.

Tocó, llamó, insistió. Al final, la puerta se abrió.

Grace estaba frente a él, con los ojos hinchados, el cabello desordenado, en pijama. Lucía frágil y devastada, pero su voz fue firme:
—No es un buen momento, Robert.

Él, con el corazón en la garganta, le extendió una bolsa con desayuno caliente, intentando romper la barrera.
—Déjame estar aquí para ti. Solo eso te pido.

Grace lo miró un segundo, demasiado tiempo conteniendo emociones. Y entonces el cuerpo la traicionó. Llevó la mano al estómago, palideció… y sin poder evitarlo, devolvió la cena del día anterior directamente sobre los zapatos perfectamente lustrados de Robert.

El silencio fue sepulcral. Robert ni se movió, paralizado, mientras ella lo miraba con lágrimas en los ojos y apenas alcanzó a susurrar:
—¿Ves, Robert? Te dije que no era un buen momento…

Y salió corriendo al baño, dejando a Robert inmóvil en medio de su sala, con el corazón roto y un miedo inexplicable que comenzaba a crecer en su interior.

El eco de las palabras de Grace todavía flotaba en el aire cuando salió corriendo al baño. Robert, paralizado un segundo, reaccionó instintivamente y la siguió.

La encontró inclinada sobre el lavamanos, con los hombros temblando y el rostro pálido. Sin pensarlo, cuando ella volvió al sanitario se agachó junto a ella, recogió su cabello con una mano firme y lo sostuvo mientras ella vomitaba la cena de la noche anterior.

—Tranquila… ya pasó —murmuró, acariciándole la espalda con torpeza pero con un cariño evidente.

Grace apenas pudo enjuagarse la boca antes de dejarse caer agotada sobre la tapa del sanitario.
—Te dije que no era buen momento —susurró con voz rota.

Robert no respondió. Se levantó, buscó toallas húmedas, limpió sus propios zapatos sin darle importancia, y enseguida se dirigió a la cocina. Minutos después volvió con una aromática humeante entre las manos.

—Tómala despacio, te ayudará —dijo, sentándose frente a ella, observándola con una mezcla de preocupación y preguntas.

Grace aceptó la taza, temblorosa. La calidez del líquido le devolvió un poco de color a las mejillas.

Robert, incapaz de contenerse más, preguntó con voz baja pero intensa:
—¿Qué te pasa, Grace? ¿Desde cuándo estás así?

Ella evitó su mirada, jugueteando con la taza, como si el té pudiera darle las respuestas que aún no sabía cómo pronunciar.

Robert no apartaba la mirada de Grace. Ella sorbía despacio la aromática, como si las palabras le pesaran más que el malestar en el estómago. Finalmente, con un suspiro, se animó a hablar:

—Las últimas dos semanas me he levantado así… con náuseas, mareos, un cansancio horrible —admitió en voz baja.

Robert se tensó de inmediato.
—¿Y por qué no me habías dicho nada?

Grace bajó los ojos, avergonzada.
—No quería preocuparte. Esto solo es el estrés… la entrega final del trabajo, las trasnochadas, y ahora esto de las redes con Vanessa… Supongo que mi cuerpo pasó factura. Lo de hoy fue la gota que colmó el vaso.

Él negó despacio, con un gesto serio pero lleno de ternura.
—No, Grace. Eso no funciona así. No puedes cargar todo sola. Si te pasa algo, me dices. ¿Entiendes? —su voz sonaba firme, como una orden disfrazada de súplica.

Ella lo miró de reojo, con un atisbo de sonrisa cansada.
—Eres tan dramático, Robert.

Él arqueó una ceja.
—No es drama, es sentido común.

Ese día, Robert canceló reuniones, llamadas y cualquier compromiso. Se quedó en su apartamento con ella, asegurándose de que descansara, de que comiera algo ligero y de que no se sintiera sola. Pasaron horas conversando entre susurros, bajo mantas y tazas de té.

En un momento, Grace, recostada contra el sofá, preguntó:
—¿De verdad no te importa lo que dicen en las redes?

Robert se inclinó hacia ella, apoyando un brazo en el respaldo del sofá.
—Lo que dicen las redes no es la verdad. Tú y yo sabemos lo que pasó, lo que sentimos. Los demás solo repiten lo que alguien más quiere que repitan. —Hizo una pausa, acariciándole un mechón de cabello—. Créeme, he estado del otro lado. Todo se mueve con el dedo de marketing. Hoy te pintan de villana, mañana te harán heroína.

Grace lo miró, conmovida.
—Hablas como si fuera un juego.

Él sonrió con un dejo de ironía.
—Lo es. Y lo único real, Grace… somos nosotros.

El silencio que siguió no fue incómodo, sino cálido, como un pacto tácito. Ese día no hubo cámaras, ni contratos, ni redes. Solo Robert cuidando de ella, y Grace permitiéndose ser cuidada.



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En el texto hay: millonario, chica torpe, reality show

Editado: 08.11.2025

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