Cámaras, torpezas y un beso

Encargos y despedidas

La noche cayó sobre la ciudad, y Robert aún no lograba concentrarse en el informe que tenía frente a él. El teléfono sonó: era su asistente.

—Señor Walker, lo siento, pero surgió una reunión con los inversionistas en Boston. El vuelo es a primera hora.

Robert cerró los ojos, molesto. Justo ahora. Justo cuando sentía que Grace necesitaba que él estuviera cerca.

Antes de irse, tomó su móvil y marcó a Amelia. Ella contestó con el mismo tono vibrante de siempre.

—¿Robert? ¿Qué milagro?

—Necesito pedirte algo, Amelia. —Su voz sonaba grave, cargada de preocupación—. No voy a poder estar en la ciudad los próximos dos días. Quiero que estés pendiente de Grace.

Hubo un silencio al otro lado de la línea, seguido de un suspiro.
—Ya me di cuenta de que algo no anda bien con ella. Dice que es estrés, pero no me convence. No te preocupes, yo me encargo.

—Gracias. Y… mantenme al tanto de todo —pidió Robert con un deje de ansiedad.

Unos minutos después, Robert escribió a Grace.

"Debo salir de la ciudad por trabajo. No puedo evitarlo. Mañana hablamos por videoconferencia. Cuídate, por favor."

Se quedó mirando la pantalla, esperando una respuesta. No llegó de inmediato. Finalmente, el teléfono vibró:

"Suerte en tu viaje. No te preocupes por mí, estaré bien."

Él frunció el ceño. Esa frase lo tranquilizó y lo inquietó a la vez. Grace siempre decía “estaré bien” cuando en realidad estaba al borde del colapso.

En su suite de hotel esa noche, Robert repasó en la mente cada gesto, cada palabra, cada palidez en el rostro de Grace. Y supo que, aunque estuviera a kilómetros de distancia, su atención estaría pegada a ella.

Dos días, dos mundos

Grace
El taller estaba lleno de bocetos a medio terminar y telas apiladas en cada rincón. Grace se obligaba a concentrarse en su nuevo proyecto, pero cada línea trazada parecía pesarle más que la anterior.

—¿Quieres que te prepare un café? —preguntó Amelia, entrando como si fuese su sombra personal.

—No, estoy bien —mintió Grace, con la sonrisa cansada de siempre.

A la media hora, sin embargo, se desplomó sobre la mesa de corte, mareada. Amelia corrió a sostenerla.

—¡Grace! —exclamó—. No, esto no es estrés, y no me lo vas a negar otra vez.

Grace se enderezó despacio, tragando saliva.
—Es que no he comido mucho… además anoche no dormí.

Amelia la miró fijo, cruzada de brazos.
—Robert tenía razón en preocuparse.

El nombre bastó para que Grace apartara la vista.

Robert
En Boston, Robert caminaba entre salas de juntas y cenas con inversionistas, pero su mente estaba a kilómetros de distancia. Cada notificación de Amelia era un latido nuevo en su pecho.

"Hoy casi se desmaya. Dice que es por no comer. No sé si creértelo."

Robert dejó el vaso de whisky sobre la mesa, perdiendo el hilo de la conversación de negocios.
—Señores, discúlpenme un momento —dijo, levantándose abruptamente.

Revisó los mensajes de Grace. Todos eran cortos, casi automáticos.
"Todo bien."
"No te preocupes."
"Avanza tu trabajo, yo avanzo el mío."

Demasiada frialdad para ser Grace.

Grace
Amelia la llevó casi a rastras a cenar esa noche. Grace apenas probó bocado.

—¿Quieres que le diga a Robert que estás peor? —preguntó Amelia.

—¡No! —saltó Grace, con un brillo de miedo en los ojos—. No quiero que piense que soy una carga.

Amelia la observó en silencio.
—Él ya piensa en ti todo el tiempo, Grace. Eso no se llama carga, se llama amor.

Grace se mordió el labio, pero no respondió.

Robert
A la madrugada, después de su videollamada pactada, Robert se quedó mirando la pantalla apagada. Habían hablado apenas diez minutos, con Grace insistiendo en que todo estaba bien. Pero él había visto la palidez en su rostro, el cansancio en sus ojos.

Se pasó las manos por el cabello, frustrado.
—No es estrés. No es solo eso… —murmuró.

Y entonces tomó una decisión: al terminar la reunión del día siguiente, adelantaría su vuelo. No soportaba la idea de que Grace enfrentara todo sola un minuto más.

Robert no esperó a que el chofer abriera la puerta. Bajó del coche de un salto, subió las escaleras de dos en dos hasta el apartamento de Grace y golpeó con una firmeza que hizo eco en todo el pasillo.

Fue Amelia quien abrió, sorprendida.
—¿Robert? Pensaba que volvías mañana.

Él no perdió tiempo en cortesías.
—Necesito hablar con Grace. A solas.

Amelia lo estudió un segundo, como sopesando si debía interponerse, pero al ver la seriedad en su rostro, asintió y salió con un suspiro.
—Está en la sala. No seas duro con ella.

Robert entró. Grace estaba acurrucada en el sofá con una manta, rodeada de papeles y una taza vacía de té. Al verlo, se le escapó una sonrisa nerviosa.
—¿Qué haces aquí? Pensé que volvías mañana.

Él se acercó despacio, con la mandíbula apretada.
—Adelanté el vuelo. No soportaba estar lejos sabiendo que estabas así.

Grace intentó levantarse, pero Robert la detuvo con un gesto de la mano.
—No, quédate. —Se sentó frente a ella, mirándola directo a los ojos—. Necesito que me digas la verdad. ¿Qué más sientes? ¿Desde cuándo estás así?

Ella jugueteó con la manta, esquivando su mirada.
—Te lo dije, solo son mareos y cansancio…

—No —la interrumpió Robert, su voz más grave—. No es solo eso. Grace… dime algo con franqueza. —Hizo una pausa, respiró hondo—. ¿Te tomaste las pastillas del día después?

El corazón de Grace dio un vuelco.
—¿Qué… qué dices?

—La primera vez en la playa —recordó él, su voz cargada de tensión—. Estábamos demasiado… emocionados. No tuvimos cuidado.

Grace cerró los ojos un segundo, como si las palabras le pesaran toneladas. Finalmente habló, apenas audible:
—Solo me tomé una… se me cayeron y no las encontré todas.



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En el texto hay: millonario, chica torpe, reality show

Editado: 08.11.2025

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