Robert no perdió tiempo. Apenas salió de la conversación con Grace, bajó directo a la farmacia de la esquina. Minutos después regresó cargando tres bolsas llenas.
Grace abrió los ojos como platos al verlas.
—¿Robert, qué es todo eso? ¿Piensas montar un laboratorio aquí?
Él dejó las bolsas sobre la mesa con determinación.
—No es exageración. Te conozco, Grace. Y no me voy a quedar esperando a ver si sí o si no. —Se inclinó hacia ella, con esa mezcla de firmeza y ternura que solo él sabía usar—. Si con estas no basta, mañana mismo te llevo a una clínica.
Grace suspiró, llevándose una mano a la frente.
—Eres imposible…
—Y tú demasiado terca —respondió él, sin perderle la mirada.
El “operativo prueba” empezó con más nervios que método. Grace dejó caer un frasco, luego abrió una caja al revés y terminó regando las instrucciones por el suelo. Robert intentaba ayudar, pero su presencia solo la ponía más nerviosa. Entre risas contenidas, regaños y un par de “¡no mires, sal de aquí!”, la escena parecía más una comedia que un momento trascendental.
Finalmente, encontraron una marca “a prueba de errores”. Robert la sostuvo en sus manos como si fuera un objeto sagrado.
—Con esta no hay pierde —aseguró, pasándosela a Grace.
Los minutos de espera se hicieron eternos. Grace daba vueltas por la habitación, Robert trataba de mantener la calma, aunque sus nudillos apretados contra las rodillas lo delataban.
Cuando al fin apareció el resultado, el aire se volvió más denso. Dos líneas, claras, firmes, sin espacio a dudas.
Grace se quedó inmóvil, con la prueba en la mano. Sintió que el corazón le explotaba en el pecho: todo el cansancio, las náuseas, la sensibilidad… de pronto tenía sentido.
Robert se levantó despacio, acercándose a ella.
—¿Lo ves? —murmuró, su voz cargada de emoción contenida—. No estaba exagerando…
Grace lo miró, con los ojos llenos de lágrimas.
—Robert… estoy embarazada.
Él no dijo nada al inicio. Solo la tomó entre sus brazos, fuerte, como si en ese abrazo pudiera protegerla de todo lo que venía.
Grace se dejó caer en el sofá, aún sosteniendo la prueba como si quemara. Las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas y, entre sollozos, murmuró:
—Robert… te juro que yo no lo hice con intención. Pensé que con una pastilla era suficiente… se me cayeron sabes cómo soy. No quería… no quería arrastrarte a esto.
Él se arrodilló frente a ella, tomándole las manos.
—Shhh, Grace, tranquila. —Le levantó el rostro para que lo mirara—. No me arrastras a nada. Si esto pasó… es porque debía pasar.
Grace negó con la cabeza, confundida, temblando.
—Pero… tus planes, tu carrera, todo lo que estábamos construyendo. Yo… yo apenas estoy empezando a levantarme sola. Un hijo ahora… no estaba en mis planes.
Robert sonrió con ternura, esa sonrisa que siempre lograba desarmarla.
—En los míos tampoco, Grace. —Se llevó una mano al pecho—. Pero la idea de un hijo contigo… créeme, no me parece mal. Al contrario, me da paz.
Ella lo miró incrédula, con los ojos brillantes.
—¿De verdad dices eso?
—De verdad. —Robert la besó en la frente—. ¿Sabes quién va a ser la más feliz? La abuela Sarah. Siempre dice que quiere conocer a su bisnieto antes de irse de este mundo. Y míranos… parece que le cumpliremos ese deseo.
Grace soltó una risa nerviosa entre lágrimas.
—Esa mujer siempre se sale con la suya…
Robert la abrazó fuerte, apoyando la barbilla en su cabello.
—No estás sola, Grace. No lo estuviste antes, y mucho menos ahora. Vamos a enfrentar esto juntos. Y lo que venga… será nuestro.
Por primera vez desde que empezó a sentirse mal, Grace respiró hondo y se permitió aferrarse a él, sintiendo que, pese a lo inesperado, había algo de destino en aquellas dos líneas que acababan de cambiarlo todo.