Grace llegó a la mansión Walker sin saber lo que le esperaba. Había recibido una llamada de Sarah esa mañana con un misterioso:
—Ven pronto, querida, tengo algo maravilloso que mostrarte.
Y ahí estaba, en el salón principal, rodeada de decoradores, arreglos florales y una enorme pizarra con bocetos de… ¿pañaleras personalizadas? ¿Cunitas de diseñador? ¿Un desfile con el tema “Bienvenido, heredero”?
Grace se llevó la mano a la frente.
—Doña Sarah… ¿qué es todo esto?
La abuela sonrió de oreja a oreja, con ese brillo travieso en los ojos.
—¡La primera pasarela prenatal del mundo, cariño! Imagina: modelos luciendo ropa de maternidad chic, diseños inspirados en la moda circular que tanto te gusta, cámaras de todas las cadenas. Esto pondrá a tu bebé en la portada antes de que nazca.
—¿Portadas? —Grace casi se atraganta con el aire—. ¡Pero si todavía no hemos llegado al segundo trimestre!
Sarah agitó la mano con despreocupación.
—Detalles, detalles. No hay nada que un buen maquillaje y un titular escandaloso no puedan arreglar.
Grace, temblando de nervios, respiró hondo. Se acercó a Sarah, tomó sus manos y habló con una sinceridad que nunca había tenido frente a ella.
—Doña Sarah, yo sé que todo lo que hace… lo hace por amor. Y de verdad se lo agradezco. Pero necesito pedirle algo.
La anciana arqueó una ceja, sorprendida.
—¿Pedirme? Adelante, hija.
—Por favor… no organice este tipo de cosas sin hablar conmigo. —La voz de Grace se quebró, pero siguió adelante—. Yo no tengo su carácter, ni su energía, ni su habilidad para convertir todo en un espectáculo. Soy torpe, me pongo nerviosa… y si quiero que este bebé nazca sano, no puedo seguir viviendo con este nivel de estrés.
Por un instante, Sarah se quedó en silencio. Nadie en la familia Walker se atrevía a negarle nada. Nadie, excepto Grace.
Entonces, la anciana suspiró y le acarició la mejilla.
—Sabes, muchacha… tienes más valor del que crees. Y aunque no lo admito fácilmente, tienes razón. A veces olvido que no todos disfrutan de mis… métodos.
Grace sonrió con timidez.
—Yo quiero que este bebé llegue rodeado de amor, no de cámaras. Y quiero que usted esté ahí, pero como su bisabuela, no como productora ejecutiva.
Sarah soltó una carcajada sonora.
—¡Productora ejecutiva! Vaya apodo me has puesto…
La abrazó con fuerza, más suave de lo que Grace esperaba.
—Está bien, querida. Haré un esfuerzo. No prometo dejar de ser yo, pero… te daré a ti y a Robert el espacio que necesitan.
Grace se relajó por primera vez en semanas.
—Eso es todo lo que pido.
Sarah le guiñó un ojo.
—Aunque… no te confíes demasiado. Una fiesta de revelación de género sí me la voy a reservar.
Grace resopló entre risas, sabiendo que con Sarah nunca habría paz absoluta. Pero al menos, ahora sentía que la abuela la había escuchado de verdad.
Mientras tanto, Robert estaba en su oficina revisando una propuesta publicitaria cuando Alex entró sin tocar la puerta, como de costumbre.
—Primo, ¿puedo robarte cinco minutos?
—Conociéndote, serán veinte —replicó Robert sin levantar la vista.
Alex se dejó caer en la silla frente a él con una sonrisa traviesa.
—Tienes razón. Pero lo vale. ¿Sabías que tu abuela estaba a punto de montar un desfile prenatal?
Robert levantó la mirada, incrédulo.
—¿Qué?
—Sí, sí. Con cunitas de diseñador y modelos luciendo panza falsa. Lo típico de la abuela.
Robert se pasó una mano por la cara.
—Dios mío, ¿cómo lo tomo Grace?
Alex negó con la cabeza, divertido.
—Eso es lo mejor de todo: se paró frente a la abuela, la miró a los ojos y le pidió que dejara de organizar cosas sin consultarla. Dijo que si quiere que el bebé nazca sano, necesita paz, no circo.
Robert se quedó en silencio unos segundos, sorprendido.
—¿Grace… le dijo eso? A la abuela.
—Tal cual. —Alex se inclinó hacia adelante—. Y lo hizo con una calma que me dejó pasmado. La abuela… ¡la escuchó! No sé cómo lo consiguió, pero la convenció.
Un orgullo inesperado se apoderó de Robert, acompañado de una punzada de celos por no haber estado ahí.
—¿Y tú cómo sabes todo eso?
—Estaba en la mansión, llegué justo cuando terminaban de hablar. —Alex sonrió con picardía—. Primo, tienes a una mujer valiente a tu lado. Y créeme, hasta la abuela lo sabe.