Cámaras, torpezas y un beso

Contracciones, café y caos (en ese orden)

Grace juraba que aún faltaban dos semanas.
Tenía la maleta del hospital medio hecha, el cochecito sin armar y una lista de pendientes que incluía “lavar los baberos” y “aprender a poner el pañal sin que parezca un origami fallido”.
Así que cuando sintió el primer retorcijón a las seis de la mañana, su primera reacción fue —como buena diseñadora— negarlo.

—No, no, esto no es una contracción. Es… eh… indigestión artística.

Robert, en cambio, llevaba semanas con el instinto paternal en modo pánico. Se levantaba cada noche a revisar si ella respiraba y mantenía el celular con batería extra “por si acaso”.
Así que cuando oyó el grito, salió del baño con la espuma del afeitado aún en la cara.

—¿Grace?
—¡No te asustes! Solo… creo que mi estómago decidió hacer un desfile de acrobacias internas.
—¿Cada cuánto son esas “acrobacias”?
—Mmm… cada cuatro minutos. Pero tranquila, respira…

Robert la miró con esa mezcla de amor y desesperación que solo un hombre enfrentado a un parto puede tener.

—Grace, ¡eso son contracciones!

El caos comenzó oficialmente ahí.
Ella quería ducharse, él quería salir corriendo.
Robert corría por todo el apartamento buscando las llaves, que ella tenía, claro, en su bolso… que estaba en el clóset… bajo una pila de telas.

Entre gritos, risas nerviosas y un derrame de café en la alfombra, finalmente salieron.

En el carro:
—¿Empacaste la maleta? —preguntó Robert.
—Sí… bueno, casi.
—¿Qué falta?
—El cepillo, los documentos, los pañales, el… oh, y la maleta.

Robert frenó en seco.
—¿Qué?
—Tranquilo, cariño. Está en la sala.

Él la miró incrédulo, luego soltó una carcajada resignada.
—Por supuesto que lo está.

En el hospital:
Sarah, la abuela, llegó antes que ellos (no se sabía cómo). Con un sombrero ridículamente grande, una cámara de video y una bufanda con la frase “¡Hola, bisnieto Walker!” bordada en lentejuelas.

—¿Dónde está mi nieta política favorita? —gritó apenas vio entrar a Grace en silla de ruedas—. ¡Ay, mírala, parece una modelo de parto!

Grace, con el cabello hecho un nido y una bata del hospital tres tallas más grande, solo alcanzó a decir:
—Señora Sarah, no sé si quiero reír o llorar.
—Haz ambas, querida, ¡es la experiencia completa de ser madre!

Horas después, entre jadeos, torpezas médicas y un Robert que casi se desmaya cuando le ofrecieron “ver la coronación”, el llanto más dulce llenó la sala.
Grace lloró, rió, y casi lanza un insulto al doctor cuando dijo “uno más y listo”.

Sarah entró sin permiso, cámara en mano.
—¡Selfie familiar! —gritó.

Grace, agotada, con lágrimas y la sonrisa más genuina de su vida, alzó al bebé.
Robert la besó en la frente, y el flash inmortalizó ese instante: puro amor… con fondo de caos.

—¿Sabes? —susurró Grace, mirando al pequeño—. Creo que este es mi mejor diseño.
—Y el único que no admite devoluciones —contestó Robert riendo.



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En el texto hay: millonario, chica torpe, reality show

Editado: 08.11.2025

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