Las sombras se cerraban alrededor de la habitación, envolviéndola en un manto de oscuridad. Dos figuras, apenas visibles, se encontraban en el centro de la estancia, susurrando palabras en tono conspiratorio.
—Ya no podemos seguir así, Henry —murmuró la primera voz, un suspiro de preocupación palpable en sus palabras.
Henry, el hombre de pelo oscuro y ojos penetrantes, se paseaba de un lado a otro, visiblemente inquieto.
—Lo sé, James. Pero... ¿qué otra opción tenemos? No podemos permitir que esto continúe.
James, un hombre de apariencia más joven, pero con una mirada decidida, se acercó a una mesa cercana donde una fotografía de Cambell Rouse descansaba bajo la escasa luz de una vela. En la imagen, Cambell sonreía con inocencia; sus ojos azules brillaban con una chispa de misterio. Vestía su característico vestido celeste y la flor azul en su cabello rosado.
—¿Has considerado todas las consecuencias de lo que estamos a punto de hacer? —preguntó James, con una mirada de inquietud dirigida a Henry.
La habitación quedó en silencio durante un momento tenso, antes de que Henry finalmente respondiera en voz baja.
—No tenemos otra opción, James. Cambell es... diferente, y su presencia aquí pone en peligro todo lo que hemos construido. La seguridad de nuestra comunidad está en juego.
James asintió, pero su mirada reflejaba una mezcla de duda y angustia.
—Está bien, Henry. Haremos lo que sea necesario. Pero, ¿estás seguro de que es la única manera?
Henry miró de nuevo la fotografía de Cambell y suspiró.
—Sé que esto suena cruel, pero es la única manera de proteger lo que tenemos. Nadie más debe saber de su existencia, ni siquiera ella.
El misterio se espesó en la habitación mientras los dos hombres intercambiaban miradas sombrías. El destino de Cambell Rouse estaba en juego, y su historia de amor estaba a punto de tomar un giro inesperado.