Cambiaformas

Prologo

Con sigilosos pasos una joven encapuchada, mitad cubierta por la oscuridad de la noche, mitad iluminada por la luz carmesí de la hoguera. La joven rodeaba un grupo de niños que, sentados en el suelo, la observaban con ojos abiertos y expectantes, mientras la joven daba vueltas alrededor de ellos.

Se detuvo y apuntó a un niño de cabello negro con su dedo índice.

—Podría ser él, quizá yo, o incluso tú —dijo la joven mientras apuntaba uno por uno a cada uno de los niños.

Al acercarse más al fuego, los mechones que escapaban de su oscura capucha dejaban ver su color rubio. La muchacha esbozó una gran sonrisa, la cual pareció demasiado siniestra al ser iluminada desde abajo por la luz de la hoguera, mientras sostenía su mirada fija sobre una niña, esta última no pudo mantener más de unos pocos segundos la mirada, y retrocedió, arrastrando su trasero por la tierra.

—¡Cambiaformas! —continuó la joven, levantando rápidamente su capa con un movimiento de su brazo, la cual ondeó dramáticamente. Continuó paseándose tras las espaldas de los niños, quienes giraban sus torsos para no perderla de vista —. Seres que vagan por el mundo, seres cuyo rostro es desconocido para todos, que van…cazando niños, niños malcriados, niños malvados. Si alguno causa dolor, ¡ellos lo toman, lo remplazan!... y no será el mismo nunca más.

El silencio se apoderó de la atmósfera, la joven observaba con una pequeña sonrisa de satisfacción los ojos de abiertos de par en par de los niños, los cuales la observaban boquiabiertos, en una expresión entre miedo e incredulidad. Entonces alzó su mano derecha al cielo mientras puso la izquierda en su pecho y preguntó en voz alta:

—¿Serán tan malvados si se llevan a los niños malos?

Nadie respondió.

Los niños intercambiaron miradas unos con otros, miradas que se intercalaban con la de la joven que mantenía una sonrisa leve y tétrica a la luz del fuego, esta continuó con paso tranquilo, caminando tras los niños que esta vez no se atrevían a seguirla con la mirada, hasta que se posicionó tras un niño regordete. Y con un súbito movimiento se agachó tras él y lo sujetó fuertemente por los hombros.

El niño chilló de miedo, un grito agudo y largo, que terminó cuando intentó zafarse del agarre, pero parecía que lo tenían sujeto con demasiada fuerza, continuó luchando hasta que se dio un salto adelante, casi cayendo del impulso cuando la joven lo soltó. Se recompuso y retrocedió jadeando mientras vio a la joven, que lo observaba con unos ojos que a la luz del fuego parecían ser de rubí.

—Niños problemáticos, que se pelean con sus compañeros —susurró la joven mientras daba lentos pasos hacia el niño, el cual dejó de emitir sonido alguno, quedó paralizado mientras su rostro se tornaba pálido. —Niños malos, que roban la comida de los más pequeños.

La joven se detuvo frente al niño, y puso su mano tras su espalda como si fuese a sacar algo, el joven entonces fue consciente nuevamente y miró a su alrededor, el resto de los niños solo podía mirar sin emitir sonido alguno.

—¡Me la dio! —exclamó el niño regordete, acorralado mientras daba unos pasos hacia atrás. Volteó hacia una chica de pecas y cabello castaño —¡Dile, Mimi, dile que me diste la galleta!

La niña guardó silencio, desviando la mirada, el niño regordete cayó de rodillas mientras la lagrimas caían de sus mejillas.

—¡Has sido juzgado! —dijo la joven, que lo miraba hacia abajo, sin mostrar piedad alguna.

Entonces, se escuchó un sonido hueco.

—¡Ay! —dijo la joven.

—Es suficiente, Miusela —interrumpió un hombre alto y robusto, de rostro serio que observaba severamente a la joven, mientras sostenía un vaso de cerámica sobre la cabeza de la muchacha.

Miusela hizo una mueca de desagrado al hombre y suspiró, cerrando los ojos. Al cabo de unos dos segundos los abrió, levantó ambos brazos y dio un fuerte aplauso.

—Ha sido suficiente por hoy, niños —dijo Miusela, haciendo una reverencia —Gracias por asistir al espectáculo de la gran Miusela Vantarí.

Esperó en silencio junto al hombre que la había interrumpido, hasta que el último de los niños se hubiese alejado de la luz de la hoguera.

—Hemos hablado de esto, Patrick, no me gusta que me interrumpan —dijo Miusela, poniendo los brazos en jarras.

—Asustaste a los mocosos, no van a poder dormir —regañó Patrick —. No sabía que el viejo Roger te había metido esas tontas historias de cambiaformas.

Miusela suspiró y negó con la cabeza mientras miraba con condescendencia a Patrick.

—El viejo Roger no tiene nada que ver con mis cuentos, al menos, no con estos —hizo una pausa, mientras se acercó a un árbol y le dio una suave patada, finalmente se volteó hacia Patrick encogiéndose de hombros —. Quizá sean cuentos estúpidos, tan estúpidos que solo los tontos y los niños los creerían, cuentos que sirven para aleccionar a los mocosos malcriados.

Patrick suspiró, Miusela frunció el ceño mientras miraba la expresión desaprobatoria de su guardaespaldas. Al principio, el hijo de un amigo de su padre pareció ser una excelente idea para un guardaespaldas, alguien de confianza, no se imaginó que por lo mismo la trataría con tanta confianza y familiaridad.

—Son niños Miusela, seguro al mocoso le gusta la niña y quiso llamar su atención.

Miusela bufó.

—Que estupidez —replicó Miusela con los brazos cruzados —¿Por qué hace eso? ¿Es tonto?

—¿No eras tú la gran actriz capaz de interpretar a cualquiera? Me sorprende que no entiendas los motivos.

Miusela soltó una suave risa y negó con la cabeza.

—Es obvio que lo entiendo, Patrick, lo que no entiendo es porque debe ser así. Desde mi punto de vista, no es necesario montar un espectáculo tan lamentable y repelente, si alguien te acepta y te quiere, debiese ser suficiente.

Patrick desvió la mirada, visiblemente incomodo. Miusela esbozó una sonrisa.

—La gente se monta extraños espectáculos —dijo Miusela—. Es gracioso, porque los encuentro estúpidos e innecesarios, y yo vivo de eso.




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