Cambiaformas

Capítulo1

—Ser tan maravillosa es demasiado agotador —susurró Miusela para sí misma.

Acostada sobre la paja y totalmente desecha observando el brillante y despejado cielo con los ojos entrecerrados, mientras los rayos de sol iluminaban sus ojos miel y su pálido rostro.

La carreta en la que le habían permitido montarse daba brincos de vez en cuando, por lo que no podía simplemente echarse a dormir y disfrutar de su viaje en ese maravilloso carruaje, pero al menos, era un lugar blandito y seguro que era mejor que ir caminando.

¿Cuántos días llevaba viajando con esa caravana?

Diez días desde que se unieron, ella y Patrick a la caravana, había sido una suerte, pues el viaje se había hecho más ameno y seguro para todos.

Miusela sonrió con satisfacción.

<<Suerte también de ellos, de poder compartir y disfrutar de las actuaciones de la maravillosa Miusela Vantari>>

Fuera de todo eran un público agradable, amables y tranquilos, sin mencionar la gran cantidad de comida. No había gente extraña, los ebrios eran manejados por sus mujeres y nadie la incomodaba con estupideces u obscenidades. Se lo estaba pasando bien presentando sus ensayos de cuentos y bailes.

Se volteó hasta queda boca abajo, asomándose por la orilla de la carreta. Recorrió con la mirada a toda la caravana, siete carretas, todas abarrotadas con cosas, y unas 35 persona en total, entre adultos y niños, todos caminando tranquilamente.

Mimi, la niña de cabello castaño y pecas parecía estar bien, caminaba sin sobresalto junto a las otras tres niñas de la caravana, alejadas del niño grande, que no había vuelto a acercarse a Mimi desde hacía dos días, desde la actuación de Miusela, a veces el niño volteaba a ver a Miusela de reojo, claramente asustado por lo de la otra noche.

<<El niño está más tranquilo, eso es bueno ¿No?>> Se preguntó para si mientras hacia una mueca de desagrado.

Ese mocoso bribón había estado casi una semana molestando a esa niña de pecas tan tranquila y servicial, y quizá cuanto la había molestado antes, y al fin la había dejado en paz.

¿Entonces por qué se sentía tan culpable?

Suspiró mientras le costaba encontrar el sentido en sus propias emociones.

Todo tenía que ser culpa de Patrick, ese maldito canalla y sus ideas raras sobre justicia, honor y deber, algo parecía haberle entrado a Miusela en la cabeza, solo para molestarla. No había razón para hacerle caso a Patrick de todas maneras, es decir, los métodos de Miusela solían funcionar la mayoría del tiempo ¿Qué más importaba?

Se asomó por el lado contrario de la carreta para echarle una mirada a Patrick, lo miró con el ceño fruncido, aunque ella sabía que él ni se percataría de eso. Se veía más grande junto a los dos hombres con los que iba conversando, más grande y robusto. Patrick era un guerrero y eso se notaba en su físico, mientras sus acompañantes eran mercaderes que llevaban espadas en sus cintos, eso hacía que Patrick se viera más fuerte. Miusela tomó una nota mental de aquello, cambiando su expresión a una sonrisa.

—Ponerte al lado de un enclenque te hace ver más fuerte —susurró Miusela.

Intentó recordar si había visto a Patrick durante su infancia, él decía que si la había visto y la recordaba como la niña revoltosa que era. De todas formas, él era siete años mayor que Miusela, así que no habían jugado juntos y Miusela estaba segura que, aunque fueran de la misma edad, dada la desagradable y pulcra actitud de Patrick, difícilmente hubiese sido de su pandilla y menos hubiese seguido sus órdenes sin una paga.

Al volver a poner sus ojos en el presente, Miusela le dirigió la mirada al niño regordete una vez más. Ciertamente tenía pinta de ser un matón y un mimado ¿Llamar la atención de una chica linda? Seguro ni merecía dicha atención. Observó con algo de lastima a los demás niños que se veían muy delgados, no era demasiado extraño para Miusela, el niño regordete era el hijo del jefe de la caravana.

Rio para sí misma.

<<Supongo que Patrick tenía razón, nos pudieron haber corrido sin más del grupo>> pensó. Debía tener cuidado, Miusela tenía claro lo linda y encantadora que podía ser, pero también sabía que había gente que no iba a ceder por maravillosa que ella fuese, ni por el talento que tuviese, simplemente gente con la que convenía no meterse. No le haría mal intentar seguir los consejos de Patrick, aunque era un tanto difícil, a veces simplemente quieres darle un buen puñetazo en la cara a otra persona, pero los golpes son para brutos como Patrick.

Volvió a poner su atención sobre el niño, ambos cruzaron miradas y el niño rápidamente desvió la suya.

—Pequeño cobarde —susurró —. Así que los niños molestan a las niñas cuando les gustan.

Se volvió una vez más al cielo, apoyando su espalda sobre la paja, mirando las blancas nubes que avanzaban lentamente mientras intentaba recordar tiempo atrás, ella fue la líder de su pandilla en Mercel, recordaba que todos hacían lo que ella quería, fuesen niños o niñas, pero no recordaba a nadie que la molestase.

Intentó forzar una sonrisa para sí misma.

—Supongo que eso es para las chicas normales, yo soy una estrella inalcanzable en el cielo.

Soltó una risa audible y volvió a ver al niño.

—Supongo que no hará mal, aún nos queda una semana en esta caravana.

Miusela se levantó y miró al conductor de la carreta

—Mi niña —dijo el conductor —¿Quiere estirar las piernas?

—Así es, buen señor —dijo Miusela haciendo media reverencia, aún hincada —. Espero permita a esta débil damisela volver a este carruaje cuando sus piernas ya no den para más.

El hombre, cuyas arrugas y calvicie dejaban ver su edad solo soltó una risa alegre.

—Por supuesto, vuelva cuando quiera.

Bajó de la carreta, ágil como un gato, y de la misma manera caminó silenciosamente entre las demás personas y carretas, hasta posicionarse tras el niño regordete.




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