Cambiaformas

Capítulo 3

Patrick dejó caer las monedas de oro sobre el mesón y miró fijamente al hombre tras este. Las arrugas en su frente y mejillas se hicieron más notorias con su expresión de sorpresa y ansiedad, mientras acariciaba su cabeza carente de cabello.

—¿Entonces pagará un mes por adelantado? — preguntó con cautela.

—Siempre que vayas inmediatamente a hacer los ajustes correspondientes a la habitación.

Era la cuarta posada y ya se había cansado de buscar. Miusela tenía demasiados requisitos, tantos que era irritante. Cada vez que sucedía esto pasaba de ser el guardaespaldas al hermano mayor de la niña caprichosa. Ventanas abarrotadas, cortinas que no dejen pasar la luz, y una cama grande con techo que tuviese velos, y por supuesto, unos sillones porque según Miusela “Hay que salir de la cama para descansar”. A pesar de que Miusela ya tenía 23 años, para Patrick aún parecía una niña caprichosa.

“Soy una princesa, Patrick, y necesito una alcoba acorde a mi estatus” había dicho Miusela, según ella, solo aquellos que no creen en sus propias habilidades se dan los lujos cuando otros se los reconocen, la gente como ella se da lo que se merece.

Patrick soltó una leve risa, e inmediatamente el posadero respondió.

—La tendremos lista, mi señor —dijo recogiendo a toda velocidad las ocho piezas de oro que había dejado Patrick sobre el mesón —. Y me encargaré de que mi esposa vaya a comprar los víveres para tener los alimentos que deseen para la siguiente semana.

El hombre se veía tenso, pero daba igual, Patrick podía dejar de recorrer esta desesperante e interminable ciudad.

—Bien, esperaré en el Sillon de ahí —Dijo Patrick, apuntando a uno de los asientos de la recepción. Cosa que, por alguna razón, hizo actuar aún más inquieto al posadero—. Tengo que comprobar que cumpla con los estándares de mi acompañante.

El hombre titubeo.

—¿Es de la nobleza? —preguntó tímidamente el hombre —. ¿Cómo deberíamos dirigirnos a ella?

—Ya quisiera —dijo Patrick riendo —. No te preocupes, no necesitas maneras especiales con ella, ni es importante, ni es de la nobleza, digamos que le va bien trabajando.

El hombre tragó saliva.

Patrick suspiró con evidente frustración.

—Su profesión no es ilegal, ni es peligrosa —hizo una Pausa, recordando lo del niño, y las travesuras de que hacía de niña que la ponían en peligro a ella y a otros —. Es una artista errante y le ido bien juntando dinero.

El posadero suspiró aliviado, riendo nerviosamente.

—Haremos lo posible por complacerlos.

Al cabo de unas pocas horas en las que Patrick disfrutó de su mejor comida en meses, comida que incluía una generosa pieza de carne de buey y un momento para descansar del viaje y de Miusela. Al final, casi lamentó cuando el posadero le avisó, con un respeto que se le hacía extraño de recibir, que su habitación estaba lista.

—¿Sir Patrick? —susurró en la soledad de la habitación, mientras la inspeccionaba —. No debería acostumbrarme, o acabaré pareciéndome a Miusela.

El cielo se había tornado azul marino, mientras motas brillantes ya iluminaban la noche sin luna. Y a pesar de todo, la gente seguía paseándose por las calles. Lorbides era sin duda una ciudad enorme, definitivamente más grande y concurrida de lo que Patrick jamás imaginó.

Cuando llegó pudo ver una como el Gran Teatro de Lorbides se erguía como un coloso en medio de la ciudad, su fachada de piedra blanca estaba tan pulida que reflejaba la iluminación de las calles, la entrada flanqueada por pilares de mármol blanco le daba un aspecto religioso que a Patrick le parecía ajeno, creía en las diosas de la luna y el sol, pero sabía que los mortales debían sobrevivir con su propia fuerza.

Entonces vio a Miusela junto a uno de esos imponentes pilares, sin su capucha habitual, exhibiendo su brillante melena rubia, hablando alegremente con cuatro personas, una chica y tres hombres. Todos de aspecto tan extravagante como los que Miusela solía conseguirse para sus presentaciones.

Patrick suspiró y se acercó rápidamente.

—Bien —dijo Miusela haciendo una reverencia—. Será un verdadero placer trabajar con tan selecto grupo.

La mujer que la acompañaba, morena y con una cola de caballo rio ante el comentario.

—¿No crees que es mucho para tu primera función? ¿Siquiera llegará tanta gente? —preguntó un hombre, calvo, poco más alto que Miusela que llevaba apenas un peto que cubría su pecho y unos pantalones ajustados hasta las rodillas, todo de cuero.

Miusela intercambió miradas con Patrick, y le guiñó un ojo, con una confiada sonrisa, entonces hizo una reverencia a aquellas personas.

—Al parecer, mi escolta ha venido a recogerme —dijo Miusela en todo soberbio—. Ya hemos discutido los detalles, y entiendo sus dudas, solo les pido que vean esto como una oportunidad para mostrar su talento, así que prepárense bien, pues no los quiero ver sorprendidos cuando ese escenario esté lleno.

Los cuatro quedaron en silencio mientras intercambiaban miradas que denotaban su incredulidad, entonces Miusela volvió a hacer una reverencia y se unió a Patrick, haciéndole el gesto de que empezaran a caminar.




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