Era de día una vez más, y sentir el sol por tanto tiempo sobre su cabeza, combinado con los olores propios de una ciudad molestaba profundamente a Patrick. El hedor de las personas y el constante parloteo que se alejaba de la calma del viaje o de la posada, en cambio aquello era una cacofonía a sus oídos.
Al menos, tendría la tranquilidad de poder vigilar que Miusela no se mantuviese en problemas, siempre tenía presente los tiempos en los cuales era el asistente de su padre, cuando tenía 16 años y servía como cadete en la guardia. En aquel entonces había una mocosa problemática que metía mensualmente a la cárcel, esperando que aprendiera la lección, y, sin embargo, nunca la aprendió, siempre con esa expresión desafiante y que nunca lloraba.
Eso solo le confirmaba a Patrick que los bruscos métodos de Miusela no iban a funcionar con aquel niño de la caravana, las cosas tenían que ser diferentes. Al menos, podía recordar que al final había tratado mejor al niño, y esperaba que eso fuese lo que quedase en él.
—No me gusta que me mires así, Patrick —dijo Miusela, mirándolo de reojo con una sonrisa —. Se que soy encantadora, y, sin embargo, no puedo consentir esto.
Patrick torció rostro, mientras miraba a Miusela sin saber que decir, Miusela se rio con fingida delicadeza.
—Conozco esa mirada —continuó Miusela con una sonrisa suave —. Sabes que puedo cuidarme sola, aunque si quieres ayudarme, puedes ser mi podio.
—No te dejaré subirte a mis hombros —gruñó Patrick —. Te vas a caer y no te podrás presentar.
—¿Yo? ¿Caerme? Lo único que haces es privar a estos pueblerinos de mi talento como acróbata de circo.
—¿No eras una cantante? —farfulló Patrick.
—Soy lo que yo quiera ser —dijo Miusela sin inmutarse, sin embargo, luego volteó a Patrick con una sonrisa de seguridad y confianza.
Patrick continuó por casi una hora siguiendo a Miusela entre una muchedumbre que parecía no tener fin, hasta que Miusela se detuvo en una plaza, la analizó meticulosamente, como pareciendo buscar algo, o a alguien con mucha pulcritud, incluso entre la gente, aquello desconcertó a Patrick.
—Es perfecto —dijo por fin Miusela, mientras se encaramó en una estatua y parándose sobre las manos de la gran estatua de lo que parecía ser un gran general.
El estómago de Patrick se apretujó, era obvio que esto traería problemas y lo peor era que…
—¡Mis queridos! —gritó con entusiasmo —. Permítanme un minuto de su tiempo para robar su corazón.
Comenzó afinando su voz, por varios minutos, los oídos de Patrick se sintieron a gusto en mucho tiempo, era una voz melodiosa y potente de la que era imposible aburrirse. Poco a poco el flujo de gente se iba interrumpiendo con algunos que se detenían, estos interrumpían a otros que solo aumentaban los que quedaban atrapados con su voz, y luego comenzó con el laud, y poco después a cantar, cuando ya la mayoría estaban embobados por su música.
“En los gélidos senderos del invierno,
Donde la ventisca ruge sin fin,
Una promesa de amor eterno,
Bajo el manto helado y la roca gris.”
—¡Abran Paso! —era una voz potente que venía desde atrás de la gente.
Miusela se detuvo en seco, mientras la gente se movía en aquella dirección, pero no parecían apartarse, hasta que se dos enormes guardias de la contextura de Patrick empujaban y botaban a las personas.
La habían cagado, esos tipos caminaban directo a Miusela. ¿Qué debía hacer? ¿Enfrentarse a los guardias? Sabía que no debía tocar en plena calle, y, sin embargo. ¿Esto no era demasiado?
Vio a Miusela que miraba patidifusa a los guardias que avanzaban hacia ella, incluso ella sabía que no debía oponerse.
Patrick suspiró y dio un paso adelante, entonces en un movimiento súbito los dos guardias agarraron a un niño, un pobre niño mendigo.
—¿Qué hacen? —preguntó Patrick.
Entonces muchos de los espectadores se unieron a él, se escuchaban gritos e insultos a los guardias, al parecer, la gente era decente y no iban a permitir que esos barbaros lastimaran a un pobre niño.
—¡Silencio! —dijo una voz imponente, casi tan imponente como la de Miusela, pero no era imponente en el sentido dramático y cautivador, sino en uno autoritario y feroz.
Patrick se volteó y vio a un hombre mayor, de unos cuarenta y cinco años que vestía en pulcro y brillante uniforme blanco, adornado con medallas y terminaciones doradas que solo resaltaban el estatus que seguro tenía ese hombre, tan seguro parecía que sostenía una brillante piedra azul ¿Era un zafiro?
Lo que sea que fuese, Patrick estaba seguro de que brillaba por cuenta propia, el hombre que hizo callar a la multitud se acercó al niño y lo alumbró con el zafiro, y el niño se volvió gris, su pelo creció y se volvió largo y blanco. Incluso la nariz del niño se acható y los ojos se volvieron grandes, profundos y totalmente negros.
Patrick confundido intercambió una mirada con Miusela, que parecía tan consternada como él, o incluso más, pudo ver cómo le temblaron las manos, ver un monstruo así era impresionante, tan cerca…
Para Miusela debió ser incluso peor, ella se hacia la dura y, sin embargo, era bastante débil en cuanto a lo físico, y este tipo de peligrosos la superaban, Patrick lo sabía.
Pasaron varios minutos en los que Patrick no reacciono y solo pudo ver como los guardias metían al niño en un carruaje, amarrado y amordazado. Entonces sintió como le tiraban la ropa por la espalda, al voltear vio a Miusela, a pesar de que su expresión ya se había calmado, sus ojos aún transmitían miedo.
—Larguémonos, Patrick.