—Sales en 20, muchacha —dijo una voz algo grave, pero de mujer, tras Miusela.
Y la puerta rechino hasta cerrarse.
Miusela miraba su reflejo en aquel enorme espejo, seguía evaluándose, el vestido celeste grisáceo era su favorito, se lo había regalado Roger, su padrastro para su primera actuación y tenía por costumbre usarlo la primera vez que se presentaba en cada lugar.
Suspiró profundamente. Mientras sus ojos se penetraban a sí mismos a través del espejo, ejercicios de respiración y luego de entonación, así estuvo los siguientes diez minutos hasta que se detuvo.
Siguió evaluándose de perfil, practicando gestos y sonrisas, desde varios ángulos. No entendía muy bien el porqué, ya sabía que gestos debía hacer, que lado mostrar y como moverse, y, sin embargo, seguía pensando en ello, como si intentase buscar algún error que corregir a último momento.
—Por supuesto que no hay ningún error —le dijo a su reflejo con una sonrisa en el rostro.
Se sentó en la banca y bebió un poco de agua, solo un poco, sabía que no debía exagerar o le iban a dar ganas en la presentación, era algo que pasaba seguido, incluso en el último pueblo que habían estado, en el teatro de Percalis, sentía que había desafinado un momento por querer ir al baño.
—Me adoraron de todas formas —susurró con los brazos en jarras y una sonrisa de suficiencia.
Entonces soltó una pequeña risa, no había nadie con su talento y ella lo sabía ¿Entonces porque estaba tan nerviosa?
La banca estaba dura e incómoda, que descuidados estaban los ambientes generales, ya iba a tener pronto su propio camarín privado, solo unas pocas semanas y todos esos engreídos estarán atemorizados de perder su posición, y quien los podía culpar, eran miedos fundados, Miusela podía imaginar lo horrible que tenía que ser para aquellos aldeanos presenciar a alguien como ella, inalcanzable.
Se levantó de un salto y volvió a practicar con su voz, quebrarla y restaurarla, afinar y desafinar, todo servía solo debía haber intencionalidad y debía ser con el tempo correcto.
—¡Tres minutos! —dijo la asistente y volvió azotar la puerta del camarín.
Era tiempo de salir, Miusela se hizo una reverencia a sí misma en el gran espejo y se miró con determinación, como si quisiese estar segura de cuáles eran sus propias intenciones y deseos.
Al salir del camarín, los gastados tablones crujían a su pasar ¿Habían sido siempre así o había tenido un súbito incremento de peso? Con una sonrisa divertida se tocó el vientre para confirmar que no hubiera ni un rollito más, ni un rollito menos, o al menos, anda que se viera mal con ese vestido, e igual era tonto si lo pensaba, tenía puesto un corsé. ¿Entonces cuál era el caso?
Al avanzar le fue imposible no escuchar los murmullos.
—¿Cómo consiguió esta hora?
—La novata se va a mear, va a ser divertido
—Las niñas de hoy se creen mucha cosa, quizá que hizo con el administrador para tener esta oportunidad.
Tenía unas ganas de pararse y hacerles ver quien estaba por encima de quien, pero se contuvo, no era el momento, entonces vio a Patrick. Miusela sonrió al verle y se acercó acelerando el paso, siempre la esperaba tras escena, y siempre decía lo mismo.
—Te deseo suerte, Miusela —dijo Patrick, parco y serio, igual que siempre—. Vas a hacerlo bien.
Miusela asintió y sonrió pícaramente.
—Mírame bien, Patrick. Vas a ver nacer una estrella.
Patrick comenzó a reír suavemente mientras era dejado atrás por Miusela, quien tomó su posición en mitad del escenario y esperó a que alzasen el telón.
El telón se alzó a medias, cayó y luego se alzó rápidamente. Entonces escuchó murmullos y risas desde el otro lado, desde el público. Esas risas la habían desconcertado y descentrado en su primera actuación en solitario, pero ya no era una novata. Cuando por fin fue apuntada por los focos de cristal, los murmullos no se detenían, Miusela sonrió y comenzó a afinar su voz, fuerte, firme y melodiosa, proyectándose a cada rincón del enorme teatro, solo se detuvo cuando los murmullos se detuvieron.
Entonces sonrió e hizo una reverencia.
—Buenas tardes, distinguidos ciudadanos de Lorbides —dijo con la mano en su pecho—. Mi nombre es Miusela Vantari, y veo que por fin tengo su atención. Me gusta representar la tragedia y la futilidad de la vida, pero siempre cargada con la esperanza que nos caracteriza a los humanos, espero llegar a conmover sus corazones.