Cambiaformas

Capítulo 10.

—Buenos días, jovencito.

La voz de la anciana era áspera y molesta, para Andrew que su dolor de estómago no lo dejaba pensar con claridad, aquello se sentía como si le estuvieran quebrando nueces en los oídos, desvió la mirada hacia dentro de la cabina en la que estaba intentando ignorar a la anciana, pero al cabo de unos minutos, ella seguía ahí.

—Vuelve mañana, anciana —gruñó, sin molestarse en mirarla—. Hoy no aceptamos visitas.

La mujer avanzó un paso, apoyándose en un bastón de madera, se inclinó hacia adelante, casi atravesando el ventanuco con su rostro arrugado.

—Por favor… tengo que ver a mi hijo. Lo trajeron aquí injustamente, yo…

Andrew chasqueó la lengua, y un rayo de irritación le cruzó el rostro.

—¿Estás insinuando que hacemos algo ilegal aquí? —se puso de pie de golpe, tambaleándose. El mareo lo hizo parpadear un segundo, pero se aferró al borde de la cabina para no mostrar debilidad. Salió al espacio estrecho, sujetó la muñeca de la anciana con firmeza. —Esta es la prisión de la ciudad, nosotros hacemos cumplir la ley. Así que tienes dos opciones: Te largas o te meto a mi celda, tienes hasta que mi compañero vuelva en unos minutos.

La anciana pareció encogerse, pero entonces levantó la mirada y le dedicó una siniestra sonrisa a Andrew, y sin que este pudiese reaccionar la anciana sacó un paño húmedo y lo puso en la cara del guardia. Dejó inmediatamente de sentir su rostro, luego sus piernas. No pudo mantenerse el pie, y sintió su cabeza golpear el suelo de piedra mientras su conciencia se desvanecía.

—¿Y bien Andrew? ¿Cómo te fue con esa golfa?

Andrew miró a Herkar, le sostuvo la mirada en silencio, este último desvió sus ojos marrones y se rascó su cabello castaño lleno de rulos.

—No es asunto tuyo —cortó Andrew.

—Bien, bien —dijo Herkar—. Sabes, a veces te pones un tanto desagradable y yo solo quería bromear con mi compañero y…

Andrew, aun sentado en el asiento en el interior de su cabina le extendió la mano con un papel doblado.

—Se ve que te gusta hacerte famoso, ve donde Lord Erdinal y has que los guardias te dejen entrar —dijo Andrew con rostro serio —. No me lo creo del todo, pero tampoco me quiero morir acá.

Herkar tomó el papel, lo desdobló y leyó rápidamente. Entonces estalló en risas.

—No me digas que te crees esto —dijo Herkar.

Inmediatamente Andrew le tiró una uva a Herkar.

—No me gustan las…

—Cómela —interrumpió Andrew.

Herkar torció el gestó y la tragó, al minuto sintió un retorcijón en su estómago.

—¿Pero que mierda me diste, imbécil?

—La fruta que saqué de los suministros, de los suministros para nosotros, los guardias. Solo ve, tráelo y que venga con guardias, no quiero abrir la entrada de la prisión para enterarme que todos nuestros compañeros están envenenados, no sin apoyo.

Herkar tragó saliva y salió corriendo del edificio. Cuando se perdió de su vista, Andrew se levantó, miró las llaves que había en el cajón, solo 3, iba a ser simple saber cual abría la mazmorra que era la prisión de la ciudad.

Andrew caminó por el pasillo, hasta llegar a la trampilla sellada desde fuera, entonces abrió para ver como la escalera bajaba al menos 10 metros hasta tocar el piso de piedra en el nivel inferior.

—¿Qué pasa Andrew? Aún no es hora de terminar el turno ¿Sucede algo?

Andrew asomó la cabeza y vio en una plataforma colgante del suelo había otro guardia, que tenía un arco y un carcaj de flechas en la espalda. Andrew tomó forma femenina y saltó ágil como un gato dentro de la cabina, antes de que el guardia pudiera reaccionar, puso un trapo húmedo en el rostro del hombre y lo empujó para que cayera, el crac produjo un eco estruendoso que parecía propagarse por la mazmorra, sin embargo, nadie apareció.

Inmediatamente volvió a tomar la apariencia masculina de Andrew y bajó para ver al guardia, justo cuando se encontraba en la parte inferior, tres guardias aparecieron corriendo con armas garrotes en las manos. Al reunirse en el pasillo oscuro alrededor del cuerpo del guardia que yacía inmóvil en el piso.

—¿Qué mierda pasó? ¿Andrew? — preguntó uno de los guardias.

Andrew se encogió de hombros.

—No sé qué habrá estado haciendo el muy imbécil, pero abrí la compuerta y vi como el idiota se caía. Mejor que el siguiente no sea tan inepto o se nos escapan los prisioneros.

El resto de los guardias bajaron la guardia y comenzaron a reír y mirarse entre ellos, en ese momento Andrew adoptó su forma femenina, sacó dos dagas, una en cada mano, y en un movimiento rápido las enterró en los cuellos de dos de los guardias y dejó una herida sangrante en el cuello del tercero.

—No fue suficiente, monstruo —dijo el guardia que empuño firmemente el garrote y se abalanzó hacia Andrew.

Sin embargo, Andrew saltó hacia atrás y en el momento en el que el guardia dio el garrotazo al aire, el impulso lo hizo caer al piso, sin embargo, no se levantó.

—¿Qué me hiciste?




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