Mientras recorría los escasamente iluminados pasillos de la mazmorra, los prisioneros la miraban desde el interior se su celda, tenían cuidado, incluso creía sentir miedo de su parte.
Era algo previsible, los mismos bandidos peleaban habitualmente entre sí, y en esa posición, con armas y fuera de las celdas, ella tenía la posibilidad de eliminar a todos esos desgraciados que quizá que actos deleznables habían cometido para haber sido encerrados en aquella enrevesada prisión.
Pero tenía un tiempo límite, había mandado al otro guardia a pedir ayuda, no podía evitar preguntarse si había sido la decisión correcta, aunque con un poco de suerte, el mismo terminaría mucho más tiempo del necesario intentando explicar la situación, pero no conocía los protocolos de comunicación interna de la guardia, así que hacerse esperanza iba a ser contra producente.
—Ey… niña —una voz rasposa, grave y seca.
La asesina miró hacia el interior de una de las celdas, y pudo ver un hombre que parecía bastante musculoso, con unos harapos y con una barda de varias semanas, algunas arrugas bajo sus ojos indicaban que tenía más de 30, pero su físico y la postura en la que estaba sentado indicaban una buena condición física y mental. Un tipo peligroso, seguramente.
Se detuvo y esperó en silencio.
—¿No me vas a responder? —dijo el hombre, aclarándose la garganta —¿Acaso no sabes quién soy? ¿No eres de por acá?
Controló la mueca que quería escapársele, el tipo había dado con algo sobre ella demasiado rápido, no era un bribón cualquiera.
Siguió caminando.
—¡Oye! Mocosa ¡apenas salga te voy a buscar, te voy a agarrar del cuello y te tiraré contra una pared! ¡niña de mierda!
El hombre siguió insultando, pero ella siguió avanzando.
Suspiró, mientras dejaba el cuerpo de uno de los guardias a un costado, los prisioneros dentro de sus celdas en aquel pasillo la miraban con una mezcla de asombro, miedo y esperanza. ¿Cuántos guardias más había?
Era difícil, saberlo, simplemente se agachó y comenzó a registrar el cuerpo del guardia, encontró algunas moneras, un llavero y varias baratijas.
Volvió a suspirar mientras miraba el interior de una de las celdas, había un prisionero que miraba con cierta indiferencia. Bien podía ser fingida, pero que más daba en ese momento.
—Tú, el del fondo, acércate.
Los compañeros de celda se apartaron y el hombre le sostuvo la mirada, pero al cabo de pocos segundos la apartó y se levantó con cautela, en silencio.
La asesina comenzó a probar las llaves del guardia hasta que una funcionó y le hizo el gesto para que saliera aquel hombre, y luego volvió a cerrar.
—Bueno… —dijo aquel hombre.
Desde las sombras no se veía bien, pero su tez blanca, contextura firme pero delgada y las facciones finas indicaban que había tenido una buena vida antes de entrar a prisión.
—jefa, desde ahora —dijo la asesina, y le pasó el garrote de un guardia.
El hombre la miró por un segundo, sin hacer ningún movimiento.
—Recíbelo rápido, y vamos, no tengo todo el día.
El hombre tomó el garrote, la miró de reojo y cuando ella le devolvió la mirada, este apartó la suya, la asesina sonrió.
—Estoy buscando donde dejan a los que más cuidado tienen. Parece que podría saber.
El hombre volteó hacia la asesina.
—Bueno… no sé realmente.
La asesina suspiró.
—¿Has visto a guardias llevando a alguien con una bolsa en la cabeza, o alguien en dentro de un saco?
El hombre se mantuvo en silencio.
—No recuerdo hace cuanto —dijo el hombre, hizo una pausa mientras miró al cielo intentando pensar—. Pero por acá, no sé qué dirección tomaron, pero parecía un niño en un saco.
—Eso busco, espero que no te importe molerte a palos con algunos guardias si hay.
—Bueno…
—saldrás vivo, y con dinero, así que realmente no tienen ningún problema
El hombre guardó silencio.
Tras caminar unos minutos solo viendo celdas y celdas, prisioneros y prisioneros, en un momento el aroma dejó de sentirse únicamente mohoso para también percibir una nota de dulzor en el aire. No tardaron en ver una puerta de madera entreabierta.
Cuando la abrieron, 3 guardias que estaban sentados los quedaron mirando.
Uno de ellos se levantó.
—¿Ese no es el sobrino de Lord Erdinal? —preguntó el hombre —¿No dijo que…
Un virote en su pecho interrumpió su queja, e inmediatamente se tiró al piso gimiendo de dolor. La asesina sostenía una ballesta de mano apuntando hacia aquel guardia. Luego dirigió una rápida mirada al prisionero a su lado.
—Bien, sobrino, hora de golpearte con uno.
El sobrino se quedó paralizado un segundo hasta que sintió la palmada en la espalda de la asesina, cuando se dio cuenta, ambos guardias tenían garrotes en las manos y se acervan hacia ellos. Entonces sobrino sostuvo el garrote y se abalanzó gritando.