Cambiaformas

Capítulo 13

—¡No quiero excusas! —sentenció duramente Lord Erdinal.

Sus ayudantes, vestidos en elegantes y adornados trajes grises, guardaron silenció esperando de pie enorme aquella oficina. Todos expectantes por Lord Erdinal, quien se mantuvo un buscando entre los papeles de su escritorio, sin embargo, sus ojos pasaban y un documento a otro sin leerlo a cabalidad.

—Mi señor —dijo el más joven, un escriba de unos veintipocos —. No sabemos que pasó, escaparon algunos prisioneros, no sabemos quién estuvo detrás de esto, dejaron en caos la cárcel y la mayoría de los guardias terminó muerto.

—¡Estamos luchando por esta ciudad! —rugió Lord Erdinal—. ¡No podemos permitirnos estos errores!

El noble se levantó apoyando furiosamente sus manos en el escritorio, aquel porte de guerrero y su robustes no eran un adorno, y el retumbar del mueble lo demostró, parecía tan competente y aguerrido como en sus años mozos, cuando era escudero del príncipe Jheorry.

—Lo voy a repetir una vez más —dijo lentamente—. Hemos trabajado años para llenar esa cárcel de la peor calaña, luchando en las calles, perdiendo buenos hombres, y navegando entre la podrida nobleza que ve amenazados sus intereses, y contra todo, habíamos empezado a arreglar esta ciudad.

Lord Erdinal posó su mano sobre su canosa y cuidada barba, mientras ponía una expresión meditativa.

—¿Puedo volver a sugerirlo, mi señor? —preguntó el asistente más viejo, un hombre elegante de cabello corto y cuidado bigote castaño, levemente canoso.

Erdinal pateó la silla, haciendo que esté se estrellara contra una pared, fracturándose, los asistentes guardaron silencio, menos uno, el mismo asistente maduro y de aspecto elegante que le sostuvo la mirada a Erdinal.

—Comprendo sus reparos, mi señor. Sin embargo, es crítico este momento, algunas amnistías, algunos sobornos pueden hacer la diferencia. Solo nos hemos hechos enemigos, y si el rey decidiese quitarle el control de la guardia... entonces no tendríamos nada más que su escolta personal.

Se generó un intenso silencio, en el que los asistentes intercambiaron miradas incomodas entre ellos, pero sin atreverse a mirar a Erdinal a los ojos.

—¿Crees que no entiendo nuestra situación, Marcus? —dijo Erdinal—. Eres un buen hombre, a veces pierdes el camino, pero un buen hombre que es leal y no actúa solo, a pesar de tus ideas tan extrañas, pero esta será la última vez que sugieres algo como eso. No nos mancharemos las manos, nuestra misión es justa, y por eso es difícil, la Reina del Sol está con nosotros, si manchamos nuestras manos, si mancillamos nuestro sendero, perderemos su favor. No hemos muerto aún, Marcus, y hasta ahora, hemos vencido, y seguirá siendo así mientras no seamos débiles.

Todos guardaron silencio, mientras Erdinal dejaba la habitación, seguido únicamente por sus guardaespaldas, dos hombres protegidos por sobrias y prácticas, pero pulcras corazas en sus trozos. Ambos, eran de la estatura y la complexión de Lord Erdinal.

Necesitaba dar un paseo, y más importante, necesitaba comprobar a sus aliados, varios se habían expuesto en las investigaciones que se habían llegado a cabo en los últimos dos años, sus vidas corrían peligro y él no permitiría que muriesen desprevenidos. Sabía que no podía protegerlos del todo, pero debía advertirles en persona, sus aliados eran personas fuertes y nobles, lo que necesitaban era apoyo e información, y él se las proporcionaría.

Se subió a su carruaje, sus dos escoltas de esa noche subieron a sus caballos y comenzaron su labor de ese día, era media tarde, si lo hacía rápido tardaría poco, quizá estuviera antes de medianoche de vuelta más tranquilo, y con algunas ideas de cómo proceder ante el caos.

—Mi señor —dijo Derek, uno de sus guardias—. ¿Y si envía un mensaje? Usted también puede ser un blanco.

—No. Somos fuertes, somos respetados, y, además, esto no puede salir a la luz, no nos podemos arriesgar. Tenemos al menos una semana antes de que se destape este problema, hay que hacer acopio de fuerzas para tranquilizar a los ciudadanos, contener la inminente ola de crímenes y darle menos margen para que reestructuren sus redes.

Derek asintió.

Se suponía que las cosas no estaban tan mal, de sus diez visitas, solo había perdido a Irina, la dueña de la tienda de hierbas, a pesar de que era un nexo importante y una gran fuente de información, tampoco era de las más importantes, y aun así, era tan lamentable que su vida hubiese terminado por unos canallas, con todo lo que tenía trabajado y luchado por proteger, su familia, el negocio que le tomó años en montar y su propia iniciativa de expulsar las mafias de su barrio, lo que la llevó a conocerla mejor y saber que podía contar con ella.

Por fin terminaba ese día tan agotador, Erdinal ya no era tan joven para soportar jornadas tan extensas, y aun así, él sabía que tenía que hacerlo, por su familia, por el rey, por la ciudad y por la misma diosa que guiaba su vida: La Reina del Sol. Al menos, que el empedrado dejase de hacer saltar la carreta era señal de que ya faltaba poco para llegar a su hogar.

Y entonces se remeció el carruaje, escuchó a un caballo gritar.

—¿Derek? —gritó Johel, su otro escolta.

Entonces escuchó otro caballo gritar, y echarse a correr sin control, el sonido para él era inconfundible, los cascos de los caballos golpeando sin control el empedrado, pero, lo que más le preocupaba eran sus guardias, sabía que no estaban bien, pues para un soldado el sonido de los jinetes cayendo al suelo era inconfundible.




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