Cambiar el pasado

CAPÍTULO III

La mañana siguiente no era diferente a las demás. O al menos, no en apariencia. Aún así, algo seguía flotando en el aire, invisible, como una capa que cubría la realidad que conocía. Mientras recorría los pasillos de la biblioteca, sentía esa extraña sensación de déjà vu, como si ya hubiera estado allí, haciendo exactamente lo mismo, miles de veces. Pero no. Era la primera vez que veía esos estantes, esos libros, esas personas. La primera vez que estaba a punto de cambiarlo todo.

El "Atlas de enfermedades infecciosas del siglo XIV" seguía conmigo, como una sombra que no me dejaba dormir. Durante las horas muertas, lo hojeaba con nerviosismo, buscando respuestas que no entendía, viendo imágenes que se grababan en mi mente como cicatrices. Las palabras del hombre del sueño resonaban sin cesar: "El pasado es un campo minado. Cava con cuidado."

Cavar. Eso era lo que hacía, lo sabía. Estaba cavando sin darme cuenta.

Esa tarde, mientras cerraba la biblioteca, una idea irracional y peligrosa se me ocurrió. ¿Y si pudiera evitar la peste negra? ¿Y si pudiera cambiarlo? La idea creció en mi mente como una tormenta, arremolinándose, envolviéndome, hasta que todo lo demás dejó de importar. No podía simplemente leer sobre esos muertos, sobre esa tragedia. Yo podía evitarla. Yo podía salvar vidas.

No lo pensé demasiado. Quizá eso fue lo que me impulsó a hacerlo: la pureza de mi intención. O quizá mi ego, el deseo de ser alguien, de marcar una diferencia. El caso es que esa noche, frente al espejo del baño, tomé una decisión.

La misma sensación que había experimentado al alterar cosas pequeñas me envolvió ahora. La realidad se estiró y se encogió, como si pudiera sentir sus límites, como si el tiempo mismo fuera maleable en mis manos. Cerré los ojos y me concentré. No había vuelta atrás.

Peste negra. 1347. No debía ocurrir. Todo lo que sucedió después. No debía ser.

Abrí los ojos, esperando algo. Algo que indicara que había hecho algo grande, algo importante. Pero no hubo relámpagos, ni cambios visibles. Nada. A excepción de…

De algo que me faltaba.

Un simple detalle que había desaparecido.

Al día siguiente, cuando llegué a la biblioteca, todo parecía estar en su lugar, pero el ambiente era pesado, como si algo fuera inminente. Los libros, las mesas, los estantes. Todo estaba tal como lo había dejado, pero yo sentía que la atmósfera estaba distorsionada, como si el aire estuviera más denso. No estaba del todo seguro de qué había cambiado, pero algo me decía que algo lo había hecho.

Lo supe cuando tomé el siguiente libro que consultó un lector.

La historia de la peste negra. No me sonaba. No lo recordaba. Lo saqué del estante y lo abrí. Pero dentro había algo que no debería estar allí: una fotografía, de una ciudad medieval, destruida por la peste. Algo tan vívido que me estremeció.

¿Cómo...? ¿Quién había puesto esa foto ahí? ¿Por qué no la recordaba?

La respuesta no vino de inmediato. Fue al salir del trabajo y caminar por la calle cuando me di cuenta. La ciudad no estaba igual. Algo había cambiado. Los edificios, las calles, los autos. El aire olía diferente. La gente caminaba por la acera, pero me parecían sombras, como si sus rostros estuvieran distorsionados por un velo que no podía atravesar.

Un escalofrío recorrió mi espalda. Intenté darme excusas. Tal vez estaba soñando, tal vez había estado leyendo demasiado. Pero al mirar el libro, al ver la foto, la sensación no me dejó.

Lo peor vino cuando llegué a casa y vi el teléfono. Mi agenda había cambiado. Ya no aparecían los contactos que recordaba. Algunos nombres se habían borrado. Otros, aparecían con letras extrañas. Traté de llamarlos, de enviar mensajes, pero nada.

Había alterado algo.

Y lo peor de todo, lo que realmente me aterraba, es que no sabía qué exactamente.

Cerré los ojos, intentando calmarme. Apreté los puños con fuerza. Pensé en la peste negra. Pensé en los miles de muertos. Y pensé en esa foto en el libro, esa foto de la ciudad, de una ciudad que nunca había existido.

¿Había hecho bien? ¿Había cambiado el pasado de la forma correcta?

La respuesta no la tenía. Ni la tendré nunca.

Pero algo me decía que no podría dejarlo ahí. Que mi deseo de cambiar las cosas, de hacerlas mejores, no me dejaría vivir en paz hasta que supiera el verdadero costo de mis actos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.