El caos no siempre es visible, pero siempre está presente, acechando en las sombras. Lo sabía ahora, lo sentía en el aire que respiraba. No podía ver el cambio, no podía tocarlo, pero algo había alterado mi realidad, y ya no podía ignorarlo.
Al principio traté de racionalizarlo. Pensé que era un simple error, una coincidencia, pero esa sensación persistente, esa vibración en el ambiente, era demasiado fuerte para ignorarla. Así que, tras varios días de incomodidad y desorientación, tomé la decisión de investigar.
Mi vida antes de la peste era tranquila, casi monótona. La biblioteca era mi refugio, mi espacio seguro donde las historias se deslizaban entre mis dedos como agua. Pero ahora, todo me parecía... extraño. Y no había manera de regresar a lo que conocía, de vuelta a ese lugar donde la realidad se sentía coherente. Estaba atrapado en algo mucho más grande que yo, algo que no comprendía, pero que sí podía sentir.
Por la mañana, antes de abrir la biblioteca, decidí visitar el lugar que más me aterraba: la ciudad. La ciudad que recordaba tan diferente, ahora tan… ajena. No sabía qué esperaba encontrar, quizás un indicio de lo que había alterado, algo que me explicara por qué sentía que ya no pertenecía aquí.
Caminé por las mismas calles, intentando verlas con otros ojos. Había algo inquietante en el aire. La gente que cruzaba por mi camino no parecía notarme, como si no existiera. Lo que antes era una ciudad viva y vibrante ahora parecía una secuela de lo que había sido.
Finalmente, me dirigí al parque central. Allí, bajo un árbol que siempre había sido mi refugio, me senté, intentando organizar mis pensamientos. Miré el cielo, buscando respuestas en las nubes, buscando algo que me dijera qué había hecho mal, si es que había algo mal. Pero en lugar de respuestas, sólo vi lo que no quería ver: las sombras del pasado, lo que había sido y lo que ya no era.
De repente, una figura apareció frente a mí. Era un hombre mayor, vestido con ropas viejas, pero su rostro era conocido. Un destello de reconocimiento me atravesó, pero no supe de dónde venía. La expresión en su rostro era grave, y su mirada penetrante me hizo estremecer.
—Sabía que te encontraría aquí —dijo, con una voz profunda, grave, como un eco que venía de un tiempo lejano.
Yo traté de hablar, pero las palabras se atascaban en mi garganta. No podía recordar su nombre, pero de alguna manera, sabía que no debía hablar. Solo debía escuchar.
—¿Qué has hecho, Luca Morel? —preguntó, con una intensidad que hizo que todo en mi interior se helara.
Era un hombre que no estaba allí por casualidad. No lo podía entender, pero algo me decía que él sabía la verdad sobre lo que había sucedido. Mi primera reacción fue levantarse, alejarme, huir. Pero no lo hice. Algo en sus ojos me mantenía allí, anclado, incapaz de moverse.
—¿Qué quieres decir? —respondí finalmente, mi voz apenas un susurro.
El hombre suspiró y se sentó a mi lado sin que yo lo invitara. Mantuvo una distancia respetuosa, pero su presencia era asfixiante, como si quisiera llenarlo todo.
—La peste negra... no debió ser alterada. —Su voz era grave, como un eco del pasado—. Hay reglas que el tiempo no permite romper. Las huellas que dejas son imborrables. Y tú has dejado una marca, un cambio que afectará todo lo que conoces.
Mi mente intentaba procesar sus palabras, pero algo en mí se resistía a comprender. No podía ser cierto. No podía ser tan grave. Quizás estaba perdiendo el control, tal vez estaba comenzando a desvariar.
—¿Quién eres? —pregunté con desesperación, sin poder ocultar el miedo que comenzaba a crecer en mi interior.
El hombre sonrió, pero no con amabilidad. Era una sonrisa triste, como si conociera mi destino mejor que yo mismo.
—Soy alguien que ha visto el precio del cambio. Y ahora, Luca, es tu turno. —Sus ojos se oscurecieron—. Si quieres seguir jugando con el tiempo, prepárate para pagar el costo. Porque el pasado no perdona.
En ese momento, entendí que no estaba solo. No era el único que sabía lo que había hecho. Y, aunque aún no comprendía completamente las consecuencias de mis actos, algo en mi interior me decía que todo lo que había creído hasta ahora estaba a punto de desmoronarse.
El hombre se levantó sin decir una palabra más. Y antes de que pudiera reaccionar, desapareció entre la multitud, como si nunca hubiera estado allí. Pero sus palabras seguían retumbando en mi cabeza.
—El pasado no perdona. Y tú has jugado con él.
Me quedé allí, paralizado, observando cómo el día avanzaba sin que yo pudiera hacer nada para detener lo que ya estaba en marcha. Algo había cambiado, algo irreversible, y ahora, sólo me quedaba enfrentarlo.