Cambiar el pasado

CAPÍTULO XII

La ciudad me pareció aún más ajena al despertar. Las calles que ayer conocía de memoria se veían extrañas, distorsionadas. Algo en el aire había cambiado, una pesadez, como si el mundo estuviera siendo reescrito de una manera que no podía comprender. Mis pasos resonaban con una claridad inquietante mientras avanzaba por las aceras. Había algo incómodo en la forma en que los edificios se alineaban, como si antes estuvieran de una manera diferente, como si estuvieran recordando algo que nunca ocurrió.

Me detuve en medio de la calle. No podía seguir ignorando lo que había hecho. No podía seguir buscando respuestas en un lugar donde las reglas del tiempo y el espacio se desmoronaban como castillos de arena. Elena se había desvanecido frente a mis ojos, y la sensación de pérdida era tan profunda que me dolía respirar. Sabía que ya no había vuelta atrás, pero lo que me carcomía era el desconocimiento de las consecuencias. ¿Qué pasaría ahora con el mundo? ¿Conmigo? ¿Con todos aquellos que había tocado con mis cambios?

El reloj en mi muñeca seguía latiendo, marcando el tiempo de una manera que no entendía. Era como si se hubiera convertido en el único ancla que me mantenía en este lugar, en este tiempo que ya no parecía el mismo. Un mal presagio se cernía sobre mí, pero no podía dejar de seguir adelante.

Mi destino, o lo que quedaba de él, me llevó hasta un lugar que, al principio, no reconocí. Una pequeña librería en una esquina que no recordaba haber visto antes. Sin embargo, algo me empujaba hacia ella, una fuerza invisible que parecía querer revelarme más de lo que ya sabía. Me acerqué, y antes de que pudiera pensarlo dos veces, empujé la puerta.

El aire en el interior estaba denso, como si cada página de los libros estuviera impregnada con algo mucho más que tinta. No sabía si el lugar estaba vacío por el cambio que había causado, pero no vi a nadie en el mostrador ni en los pasillos. La librería, aunque silenciosa, respiraba con una extraña vibración que me hacía sentir observado, como si las paredes mismas pudieran escuchar mis pensamientos.

Me dirigí a una de las estanterías y comencé a recorrer los títulos, buscando algo que me ayudara a entender cómo había llegado hasta aquí. Pero los libros... los libros no estaban como los recordaba. Las portadas, los nombres de los autores, todo parecía estar ligeramente distorsionado. Como si los recuerdos de los escritores, de las historias mismas, se hubieran alterado por mi intervención.

Fue entonces cuando lo vi. Un libro en el estante más alto. Estaba cubierto de polvo, y su título, aunque ilegible a simple vista, parecía llamarme. Algo en mi interior me impulsó a alcanzarlo. Me estiré, tomé el libro entre mis manos y, al abrirlo, sentí un estremecimiento recorrer mi cuerpo. Las páginas, al principio vacías, comenzaron a llenarse de texto ante mis ojos, como si la tinta se estuviera materializando en tiempo real.

Leí las primeras palabras, y un escalofrío recorrió mi columna vertebral.

"El tiempo, como la historia, no puede ser tocado sin consecuencias. Cada acción, cada cambio, es una piedra lanzada al río, que altera el curso del agua para siempre. Y aquellos que se atreven a manipularlo, perderán su lugar en él."

Al principio, pensé que era solo una advertencia, un remanente de lo que había estado buscando. Pero mientras avanzaba por las páginas, me di cuenta de que el libro hablaba directamente de lo que había hecho. De lo que había cambiado. No podía creerlo. ¿Cómo podía ser esto posible? ¿Era el libro una respuesta, una manifestación de lo que había alterado al tocar el pasado?

Sentí el peso de sus palabras en mi mente. La advertencia era clara: "Perderás tu lugar en el tiempo." ¿Qué significaba eso? ¿Qué me pasaría a mí? ¿A mi vida? ¿A todo lo que conocía?

De repente, la puerta de la librería se abrió, y la figura de un hombre apareció en el umbral. Era mayor, con el rostro marcado por el paso del tiempo, pero sus ojos brillaban con una intensidad que no había visto nunca. No era un hombre común. Y en ese momento, su presencia me hizo sentir aún más perdido.

"¿Has leído lo que te ha traído aquí?", preguntó, su voz grave resonando en el espacio. No era una pregunta casual. Sabía lo que estaba haciendo, lo que había hecho.

"No... no estoy seguro de lo que estoy haciendo", respondí, incapaz de apartar los ojos del libro. "¿Qué significa esto? ¿Cómo... cómo sabe lo que he hecho?"

El hombre sonrió, pero no era una sonrisa de consuelo. "El tiempo no se olvida de lo que alteras, Luca. Ni tú tampoco. Pero aún no has visto lo peor."

Mis manos temblaban mientras sostenía el libro. Cada palabra en él parecía retumbar en mi pecho, como un eco que no podía controlar. "¿Qué debo hacer?", pregunté, la desesperación en mi voz. "¿Cómo puedo arreglar esto?"

El hombre se acercó lentamente, y sus ojos se clavaron en los míos. "Nada puede arreglarse. El daño ya está hecho. Solo queda una opción: abandonar lo que crees que conoces y aceptar lo que está por venir."

Antes de que pudiera procesar lo que acababa de decir, el hombre dio un paso atrás, y la puerta de la librería se cerró con un estruendo. El silencio que quedó a su paso era absoluto. El libro seguía abierto frente a mí, y las palabras parecían estar cambiando, como si se reescribieran a medida que avanzaba en la lectura.

La advertencia seguía clara en mi mente: "Perderás tu lugar en el tiempo."

Y con eso, supe que no tenía más remedio que seguir. No por mí, sino por todo lo que había cambiado. Por todo lo que se estaba desmoronando a mi alrededor.




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