Cambiar el pasado

CAPÍTULO XIV

El eco de mis pasos resonaba en la calle desierta, pero el peso de las palabras del hombre seguía sobre mí, como una sombra que no quería irse. Había algo inquietante en la forma en que me había mirado, en esa sonrisa que parecía saber más de lo que yo mismo sabía. Mi mente no dejaba de repasar todo lo que había sucedido, la alteración de la historia, los cambios en la ciudad, las grietas en la realidad que solo yo parecía ver.

No podía dejar de pensar en las palabras que me había dicho: “Lo que has tocado no puede deshacerse.” ¿Qué significaba eso? ¿Había una forma de deshacer lo que había hecho? O tal vez ya era demasiado tarde.

Las personas a mi alrededor seguían actuando como si nada hubiera cambiado, pero yo sabía que no era cierto. Cada día que pasaba, la sensación de distorsión aumentaba, como si un velo se estuviera levantando y revelando un panorama cada vez más extraño y ajeno.

Decidí volver a la biblioteca. Quizás los libros me darían alguna pista, algún indicio de lo que había hecho mal. O tal vez estaba buscando una forma de comprender todo lo que había alterado sin poder darme cuenta. Lo cierto es que, cuando atravesé las puertas de la vieja biblioteca, algo extraño me ocurrió.

Era tarde, y la luz amarillenta de las lámparas iluminaba con una suavidad casi irreal los estantes repletos de libros antiguos. Me dirigí al rincón donde guardaba los textos sobre historia, buscando algo que me diera alguna respuesta. Al principio, todo parecía normal, pero entonces me detuve en seco.

En una de las mesas, bajo una lámpara solitaria, había un libro abierto. No lo había dejado yo allí. De hecho, no recordaba haberlo visto antes. El título estaba borroso, cubierto por el desgaste del tiempo, pero el borde de la página tenía una pequeña mancha, como si alguien lo hubiera tocado repetidamente.

Me acerqué lentamente, y al ver más de cerca, mi corazón se detuvo. La página estaba cubierta de garabatos y frases, pero una de ellas destacaba, escrita con una letra clara y reconocible: “El pasado no debe ser tocado, Luca. La historia es nuestra prisión, y cambiarla, nuestra condena.”

Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Esa letra... era la mía. Pero no podía ser. Había algo demasiado inquietante en todo eso. Me quedé mirando el libro durante varios segundos, mi mente procesando lo que acababa de leer. ¿Cómo había llegado ese mensaje hasta allí?

Fue en ese momento cuando lo comprendí. La figura del hombre, la sonrisa, las palabras que me había dicho. Algo en mí despertó, una pieza del rompecabezas que había estado oculta hasta ahora. El hombre que había encontrado en la calle... era yo.

Mi respiración se volvió más pesada, mi mente luchaba por aceptar la idea. ¿Era posible? ¿Podría ser que, de alguna forma, yo mismo había viajado al pasado, cambiado algo y, al hacerlo, me había convertido en esa figura extraña, esa sombra que me observaba?

Volví la página del libro, y allí, en la siguiente hoja, había más palabras. "No puedes huir de lo que eres. La historia te ha marcado. Tú eres la grieta, y el mundo que has tocado te ha hecho suyo."

Mis manos temblaron mientras sujetaba el libro con más fuerza. El peso de la verdad me aplastaba. No solo había alterado la historia, había alterado mi propia existencia. Todo lo que había cambiado había comenzado a distorsionar la realidad misma. Yo ya no era quien pensaba ser.

Me alejé de la mesa, pero las palabras seguían resonando en mi mente. "No puedes huir de lo que eres." ¿Era esa la clave? ¿Había creado una versión de mí mismo, una especie de fantasma que había quedado atrapado en el pasado, condenado a repetir el ciclo de cambios sin fin?

De repente, el sonido de pasos detrás de mí me hizo girarme. No había nadie. Estaba solo en la biblioteca, pero la sensación de ser observado no se iba. Algo, o alguien, me estaba acechando.

Volví a mirar el libro, y de nuevo vi mi propia letra, con esa advertencia. "La historia es nuestra prisión, y cambiarla, nuestra condena." Mi mente estaba a punto de colapsar bajo el peso de la revelación, pero una cosa era clara: había cruzado una línea que no podía deshacer.

Mi mente comenzó a hacer conexiones, pero ninguna de ellas me traía consuelo. La realidad que conocía ya no existía. Todo lo que había tocado, todos los momentos que había cambiado, me estaban llevando a un abismo del que no podía escapar. ¿Era yo quien había destruido todo? ¿O era el mundo el que me había destruido a mí, al haber permitido que tocara lo prohibido?

Salí corriendo de la biblioteca, pero las calles ya no se sentían como las mismas. Cada esquina, cada edificio, parecía estar mirando hacia mí, como si todo lo que había alterado estuviera cobrando vida, empujándome a enfrentar las consecuencias de mis actos. Ya no importaba lo que hiciera. No podía volver atrás. No podía deshacer lo que había hecho.

El tiempo, como lo conocía, ya no existía.




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