Cambiar por Ti

Capítulo 1

Narra Safira:

Es muy fácil engañar al otro, más cuando necesitas algo importante. A veces no solo con engañar, solo con una mentira o con un trato.

Siempre y cuando pienses que saldrá bien todo, pero a veces no sale como lo esperas y quedas en una situación de aprietos... como ahora.

Hago señas a mis otros dos ayudantes para que salgan de su escondite que es en un estrecho callejón justo al lado de la fábrica abandonada donde nos reuníamos para nuestros negocios y que ahora se nos hacía imposible por la nueva presencia, una que odio.
Trato de salir pero disparan. ¿Cómo salgo de aquí? Y en primer lugar... ¡¿Qué hago aquí?! Debí irme antes como me aconsejaron.

Otro disparo me saca de mis pensamientos culposos. 

Tengo que protegerlos, es mi gente, son los que siguen siendo fieles a mí. Me alejo de mi escondite y me acerco más a donde están en segundos adivinando mis movimientos pero a su vez me dan la oportunidad de salir cuando dejan de disparar.

—Salgan, rápido y llevense los maletines. ¡¡AHORA!! —grito dándoles una orden a pesar de que los ojos de ellos dejaban ver inquietud, pero aún así acataron mi pedido.

Salen de ahí y me acerco más para el lado contrario. Uno de los míos yace en el suelo muy herido y a unos metros un policía. Se escucha uno de ellos advertirle algo a los demás. Me acerco y lo sujeto de los brazos, uno de los otros también se acerca y agarra a su compañero. Nuestras miradas se cruzan, una extraña sensación me recorre al verlo, pero también, siento que lo he visto en alguna parte. Sus ojos, ese celeste sin brillo y sin gota de emoción. Su cabello, castaño claro.

Otro disparo me alerta, empiezo a arrastrarlo hasta llegar al auto que dejaron. Lo subo en la parte de atrás y yo voy hacia el volante. Arranco y piso el acelerador poniendo en marcha el auto.

Sabía que algo saldría mal pero no quise hacerme caso.

Escucho que vienen otro dos patrulleros.
Hora de librarnos una carga.

Por esta parte de Francia, tiene muy poca población, pero si tiene riquezas tanto en lo urbano y rural.
Venimos de Italia, pero con el paso de tiempo nos tuvimos que ir de ahí. Aunque extraño ese lugar, es donde todo comenzó, en el mundo que estoy y es el que me gusta y es al que pertenezo. Me prometí volver allá. Hace seis años que no regreso. Pero por un asunto que nos tenía a muchos en peligro nos fuimos de ahí, y es curioso, estar en el mismo país de origen de tu enemigo pero en tierras que no fueron marcadas por su sangre.

Un bache grande en la calle hace que salga de mis pensamientos y las sirenas taladran ya no solo a mis pobres tímpanos sino a mi cabeza.

—¡No los aguanto! —tomo el arma que tenía guardada en mi muslo izquierdo, permanezco bien en la calle andando, veo la oportunidad y saco el brazo apuntando hacia atrás, por el espejo veo hacia donde apunto, disparo en la rueda de adelante y de atrás como quería. Pierde la dirección y choca con el otro patrullero—. ¡Si!

Piso el acelerador y voy más rápido.

No, idiotas, hoy tampoco podrán atraparnos.

En minutos llego al edificio en donde estamos, es casi en la zona céntrica, nada fuera de lo común. Al bajar veo aparecer varios de mis hombres, les indico con el mentón a su compañero herido y los maletines que conseguí. Detrás de ellos vislumbro a mi mano derecha que viene por mí. 

—Vaya que han tenido un pequeño problema —me abraza y me guía hacia adentro—. ¿Todo bien?

Que pregunta.

—No. Sólo espero que no nos hayan seguido. Ya va la tercera vez en este mes, estamos yendo muy bajo y no quiero preocupar a los demás —bajo la mirada pensativa, cada vez esto me hacía desesperar más y los murmullos del resto tampoco me dejaban en paz.

Somos los hazme reír de la mafia italiana cuando antes éramos respetados. 

—No me gusta verte así. Vamos Safira, ánimo, podremos salir de esta, estoy seguro —intenta animarme en vano, sabe que yo no soy de simples palabras y asunto arreglado. Mientras tanto nos dirigimos al ascensor y una vez arriba entramos en el departamento de nosotros que está en el cuarto piso.

—Si, lo sé. Y además que hay que lidiar con lo otro —saco mis zapatos negros de tacón y me acuesto en el sofá de la sala—. Esta vez si estoy confiada en lo que voy a hacer. 

—El plazo es de un año, no lo haces y sabes el precio que se paga —me recuerda mirándome, sus ojos verdes claros parecen juzgarme. No es mi problema, es ese maldito idiota que me coloca contra la espada y la pared. 

—Si, ajá. 

—¿A quién desecharás esta vez? —sonríe burlón, me hago a un lado y dejo que se siente.

—Ya pensaré, capaz alguno que encuentre por ahí y listo. Fácil —hago un ademán con mi mano restándole importancia, no quiero preocuparme más por eso.

—Sabes que eso no me gusta, esta es nuestra última oportunidad y no es la misma que las otras veces, esta va de verdad —se sienta en el espacio que dejé colocando mis pies sobre su regazo, sus cálidas y rasposas manos se posan en la piel desnuda de estas y sin que le diga algo hace masajes que calman dolores que los zapatos dejaron.

Odio que me lo recuerde, pero odio que tenga razón. 

—Bueno, ya veré. Es que, no quiero que suceda como con José, salió todo mal, sólo quiso protegerme y ahora está del lado de ellos. No me lo perdonaré si pasa otra vez lo mismo —frustrada tapo mi rostro con las manos y limpio un poco las lágrimas traicioneras que bajan por mis mejillas 

Es frustrante pensar en el pasado que afecta al presente lamentablemente e inquieta el futuro. 

—Tranquila, ya se nos ocurrirá algo —su masaje se detiene, duró tan poco como mi calma.

—Odio esta situación. 




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