Cambiar por Ti

Capítulo 25

Stéfano:

Volvemos a la mansión después de nuestra reunión. Una que duró bastantes horas.

Entro por la parte del costado (ya que no soy parte del grupo principal como la jefa o su ayudante atorrante), soy como un mafioso más por aquí. 

Todo está en silencio.

Es raro.

Ni las empleadas están.

¿Qué está pasando aquí?

Saco mi arma despacio, subo por las escaleras.
¿Para dónde ir?... emm... para las oficinas.

Estoy llegando y todo sigue en silencio. No me gusta esto.

Veo la ofina de la jefa, la puerta está entreabierta.
Avanzo y escucho pasos, los sigo pero después se escucha una ventana abrirse muy fuerte. Veo que el ventanal del pasillo está abierta, me acerco y ya no hay nada.

Se escapó. Estoy seguro.

Vuelvo a fijarme si no hay nadie más, voy hacia la ofina de la jefa mientras saco mi celular para avisar a los guardias.

Una vez que les aviso, sigo de largo. Detrás alguien grita. Doy vuelta y aparece Sebastián.

—¡AGARRENLO! FUE ÉL.

Esperen... yo no fui...



Narra Safira:

"La pieza faltante...

No hay tiempo...

Elige...

Una mala elección te llevará a lo más querido...

—¡¿QUIÉN ERES?! —ese susurro sigue... presiento que lo conozco.

La pieza faltante es la que traerá problemas...

Maldición... otra vez encerrada en la oscuridad... ¿por qué yo de nuevo?

Escucho a lo lejos un llanto.

Me acerco pero se escucha más lejano ahora.

¡AYUDA! ..."


Abro los ojos y lo que veo es todo borroso. De a poco vuelvo a ver normal.

Me siento aturdida. Cansada. Con dolor en todo el cuerpo.

Alguien se acerca, logro identificarlo, Sebastián.

—Despertaste —quiero hablar pero con sólo mover mi boca, duele todo—. No puedes hablar, demorará un tiempo en que vuelva tu voz y que te recuperes.

Otra vez. No me lo creo.

—Ya tenemos al que hizo esto —abro más los ojos y frunciendo el ceño—. Él estará un buen tiempo encerrado.

Pero... él...

Intento hablar pero me rindo, es imposible, sólo me quedo a la espera.

¿Cómo lo atraparon? Él no se dejaría tan fácil. Debe haber un error.

Pero es mejor esperar.

En la tarde vino Vela. Dijo que cuidaría de mí esta noche. 
Me gusta su compañía, el amor que demuestra hacia mí... es el amor de una verdadera madre.
Lástima que mi madre biológica lo único que hacía era comprar mi amor. No lo demostraba de forma natural, de que ella le naciera dar amor y cariño a su hija. No. A ella nunca le pasó. 
Y desde que conocí a Vela, la vi distinta, sabía que ella era algo especial. Ahora lo entiendo. Ella le nace desde muy dentro de su corazón, dar amor.

—Todo estará bien —asiento mirándola con ternura.

La puerta de la habitación del hospital se abre con fuerza. Las dos miramos intrigadas por saber que pasa. Pero al verlo, se me hiela la sangre.

No puede ser.

—Señor. Por favor...

—Por favor nada. Salga ahora.

—No puedo dejarla...

—Ella está conmigo. Le dije que salga. ¡Ahora!

Le suplico con la mirada a Vela que no se vaya, pero parece que no me entendió. A parte que no puede ir contra él.

Ella sale y queda todo en silencio. 
Después de unos minutos me observa. Su mirada es fría y malévola. No se ve el mismo de antes.
Se coloca al lado mío.

Oh no... aquí vamos de nuevo.

—Pero que exagerados que son. No te sucedió nada malo...

Nada malo... ¡NADA MALO!
Me ahorcó dejándome sin aire, según los médicos, eso produjo que desmayara y me trajo problemas, más al bebé. 
¡NO PUEDO CREER QUE ESTÉ DICIENDO ESO!

—No me quiero imaginar las veces que tendré que corregirte. ¿Vas a hacerte la muerta? —ríe de una forma siniestra y burlona—. Ay Lombardi... ¿qué haré contigo?

No se si por la rabia, o el dolor, o qué, pero levanto la mano y antes de que de con su mejilla, él la agarra.
Dobla mi muñeca muy fuerte. Trato de pararlo pero ya no tengo fuerzas. Cada vez es más fuerte. Las lágrimas no dejan de salir y siento que me estoy quedando sin aire otra vez.

Pero un sonido seco se escucha. De repente dejo de sentir presión en mi muñeca.
Seco mis lágrimas con la otra mano y veo lo que sucedió.

—Definitivamente cambiaremos el plan —dice José guardando su arma, ya que le pegó con el mango en la cabeza a Sergio, y que ahora está inconciente en el piso

Lo miro agradecida y unas pocas lágrimas vuelven a salir.

—No haremos eso. Él no es seguro, Safira —limpia mis lágrimas y sonríe un poco—. Tranquila, no harás tal cosa, yo arreglaré todo. Mientras vos, sólo te preocuparás por el bebé, ¿de acuerdo? —asiento sonriendo—. Bien. Lo sacaré como sea... maldición no se cómo.

De la nada se me ocurre una idea.

Miro a la camilla del enfrente y lo vuelvo a mirar. Él no capta lo que quiero decir. Lo hago varias veces, hasta que lo piensa y asiente.

¡Por fin! Ya me molestaba la vista.

Lo deja acostado y lo tapa, hay como una cortina, lo cierra para el lado de él.

Río un poco por la situación.

Hace que él es el doctor, revisa a Sergio, mueve su rostro haciendo que el copie sus muecas. Saca su celular y se lo lleva al oído, hace que habla con alguien, (estaría bueno la funeraria pero aún no se da el caso especialmente para él), lo mira varias veces negando.

Le hago una seña para que deje de molestar pero sigue. Payaso.

Pasé un rato animada por José y sus payasadas. Extrañaba eso de él. Casi no respeta las situaciones serias.

Él se va y entra Vela.
Espero que no le dé mucha importancia por la parte de enfrente. José le puso un sedante para que quede así más tiempo.

A la mañana nos vamos. Ya quería salir de ahí. Es horrible.

Cuando llegamos a la mansión, nos reciben muchos de los guardias y empleadas.

Ahora sí están todos.

La mayoría se encargan de mí. Me traen la comida (aunque es difícil comer porque la garganta me quema y duele), algunas empleadas me arreglan.

Me mal-acostumbrarán así. Pero disfrutaré un poco.

Lo único que hago es reposo. No puedo moverme mucho, y más con el embarazo, peor.

Y así es la rutina.
En la mañana me traen el desayuno, algunos papeles que debo firmar. En la tarde viene Sebastián a acompañarme y explicarme cómo van las cosas. En la noche, igual.

Mañana, tarde y noche, todo igual.

Algunas cosas se pasan en ayudarme, lo único que no dejo es la hora de higienisarme. Ahí si me encargo yo.

Vuelvo a pensar sobre el sueño de hace unos días. Una cosa que decía, lo dijo hace mucho. Pero la verdad no sé a qué se refiere. ¿Qué quiere decir "La pieza faltante"?

No sé si algunas veces sienten ese vacío en el pecho, de que algo falta... o alguien. Yo lo estoy sintiendo. ¿Por qué?, no sé. 
Estos días he sentido eso.

Veo la hora, seis y veinte de la tarde. Este día se me ha hecho largo.

Entra Sebastián con un par de hojas y carpetas. Más trabajo.

—¿Te ves mejor o soy yo?

—Un poco mejor estoy —mi voz sale ronca y con un tono bajo.

—¡Vaya! Ya puedes hablar —sonríe de lado y se sienta en el borde de la cama.

—Esta mañana empecé... sigue doliendo un poco.

—Volverás hablar normal, un poco más y tu hermosa voz será igual.

Sebastián y sus encantos. Aún sigo sintiendo algo por él. Sólo con recordar esa vez... mi corazón vuelve a latir como la primera vez que lo vi. Sus ojos celestes que ahora tiene un pequeño brillo, su cabello castaño claro desordenado... verlo de perfil me deja anonada.
Su forma de vestir, con traje: camisa blanca, corbata celeste (que por cierto resalta sus ojos), y el saco. Su pantalón negro (formal) y sus zapatos negros. 
Cada vez que siento su perfume... me desconcentra, me desconecta de la realidad.  

Carraspea un poco y se acerca más. —¿Estás bien Safira?

—¿Qué?... —reacciono y lo miro avergonzada—. ¿Me decías?

—¿No puedes disimular, verdad? —acaricia mis labios con su dedo índice.

—¿De qué hablas? —sé que lo hace a propósito, hace que sienta mi rostro arder.

—Mentirosa, lo veo en tu mirada.

—¿Qué ves en mi mirada?

—Deseo —si que es directo.

—¿Seguro? —lo observo coqueta.

—Muy seguro —pasa el dorso de su mano por mi mejilla—. Sigues siendo la misma chica de quince años... la cuál me enamoré.

Me va a dar un colapso. Agradezco que estoy recostada en la cama.

—Pues...

—¿Si?...

—Te... deseo. Te deseo Sebastián —con decir eso, sólo bastó en dejar las cosas en otra parte y él subirse con cuidado arriba mío.

—¿Y mucho? —asiento tomando la iniciativa de besarlo, pero se aleja—. No, no.

Empieza la tortura con caricias. Pasa su dedo índice por mis labios, baja por mi cuello y pechos. Y así sigue. Trato de acercarme a sus labios, pero agarra mis brazos y los deja detrás de mi cabeza, inmovilizandome.

—En esto mando yo —dice con voz ronca y seductora. Sonríe juguetón mientras sigue su tortura.

Su mirada cambia de deseo a lujuria.
¡Me va a volver loca!

Sólo tengo un pensamiento... pensamiento que hace años no lo tenía.

¿Qué me has hecho Sebastián?

 




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