Cambiar por Ti

Capítulo 26

La verdad es que no hay palabras para explicar lo que siento mucho por él.
Cada caricia, mirada y gesto me lo dice. Aunque no lo diga con palabras. Pero está presente ese sentimiento. Amor.

Tuve que fingir que dormía, pero en realidad no puedo dormir.

Mi teléfono vibra por un momento. Lo veo y es un mensaje de José.
 


J. Leone.

Futura mamá, ¿cómo estás? Tengo noticias.


S. Lombardi.

Futuro tío. Estoy bien, ¿y vos?


J. Leone.
 
Gracias por ese título. 
¿Quieres o no saber las noticias?


S. Lombardi.

¿Y por qué aún no lo dices?


J. Leone.

Sé que no quieres saber nada, pero la noticia es justo sobre él. 
Sergio adelantó los papeles para su casamiento.


Juro que la presión normal mía... ha bajado.

Miro varias veces el mensaje. No lo creo, no.

Pero... si no lo encerraron a él... entonces...


J. Leone.

¿Por qué está encerrado el pobre de Amato?


No. Debe estar jugando conmigo.
Ahora entiendo ese sentimiento de que alguien falta. Stéfano.


S. Lombardi.

Mañana hablamos.


J. Leone.

Te conozco. No sabías.


Dejo de contestar y empiezo a buscar la lógica de todo esto.



J. Leone.

Esa noticia ha corrido muy rápido. 
¿Cómo no lo ibas a saber? Tu ex mano derecha.


¿Cómo fui tan ingenua? ¡MALDICIÓN!



J. Leone.

¡HAS ALGO AHORA!


S. Lombardi.

Pues no la pienso dos veces.


J. Leone.

Mucha suerte. Y lleva refuerzos por las dudas.


S. Lombardi.

Gracias. Lo haré.


Me levanto en silencio y me cambio con lo primero que encuentro, un vestido lila simple y unas botas marrones de tacón. Tomo mi tapado largo azul que he usado últimamente.

Antes de salir miro a Sebastián que duerme.
¿Por qué habrá hecho eso? Mintió.

Salgo por una parte del costado. Cuatro guardaespaldas me acompañan al auto.

Una vez que llegamos, ellos se encargan de ir a la policía y preguntar por él. Al rato vuelven pero no lo traen.

Nerviosa saco el teléfono y leo el mensaje que llegó.


J. Leone.

Fijate si no está en la mansión. Y si no en alguna comisaría.


¡¿EN LA MANSIÓN?!

Les indico que volvamos. No espero a que me ayuden. Bajo y voy rápido hacia la parte subterránea que está dividida en dos partes. Una es para las empleadas que son los de... castigos... —un escalofrío me recorre al recordar eso— por suerte a mí no me aplicaron ningún castigo que implicara daño físico. Pero a otras que he escuchado... ha sido un infierno eso.

Voy a la otra parte. Las puertas están abiertas, menos una. Me dan la llave, abro y lo veo.

—Stéfano —levanta la cabeza y su expresión es fría y ausente.

—¿Qué sucede jefa? —se levanta tambaleante apoyándose en la pared, cuando puede mantenerse en pie solo hace una inclinación.

—¿Por qué? —digo con horror al ver que está muy mal.

Tiene la ropa desgastada, sangre seca por muchas partes y más en el rostro y brazos.

—Eso mismo debería decirte. ¿Por qué?

—Hace un rato me acabo de enterar de que estabas encerrado.

—Primero el atorrante y ahora usted —duele su indiferencia. 

—¿Quién?

—Tu mano derecha. 

—Sebastián —lo miro atónita.

—Ese. ¡Que bien que te hayas enterado! —exclama con sarcasmo.

—¿Por qué estás encerrado?

—¿No dijiste que hace un rato te habías enterado? —asiento mirándolo atenta—. Bueno, seguro que te contaron todo. No sé por qué preguntas.

—No sé. No me dijeron el por qué. 

—¡Oh! Mejor aún. 

—Habla —me está sacando la paciencia.

—Según el motivo es porque "dicen" que yo te ataqué y te dejé inconciente. 

—Pero vos no fuiste.

—Bueno eso dijeron ellos. Y ahora estoy aquí, encerrado, hace tiempo.

—Es que... no lo creo.

—No lo creas.

—Sí. No le creas —escucho la voz de Sebastián.

Miro hacia atrás y lo veo, está vestido con ropa informal, tiene una mirada seria y enojada.

—¿Por qué hiciste esto?

—Por un bien. Claro. 

—Por tu bien querrás decir —le contesta Stéfano. 

—Por el bien de todos y especialmente de Safira.

—Es mentira. Es para tu bien, tu beneficio para que puedas estar con ella y yo no me acerque.

—Mejor cállate.

—No lo haré —aunque esté herido, se muestra fuerte.

—Lo harás. No tienes derecho.

—No tendré derechos... pero alguien sí tiene derecho a saber la verdad —deja de encararlo para fijar sus ojos azules en mí. 

—Deja de decir cosas sin sentido.

—¿No quieres que sepa la verdad? —camina hacia mí pero Sebastián lo para—. Debe saber. 

—¿Qué tengo que saber? —algo me dice que esto no me gustará.

—Sobre el interés de él. 

—Te dije que cierres la boca —lo fulmina con la mirada.

—No lo haré. Será tarde más adelante si no sabe.

—Dilo —presiono a Sebastián. 

—Calla. Stéfano. 

—Dilo, ¿o lo dirás vos Sebastián? ¿Quién lo dirá?

—¿Qué es? —me están cansando.

—No hablas, hablo yo.

—Calla. 

—Sebastián está con vos por el hecho que siempre, siempre ha jugado con chicas ingenuas como vos —veo tenso a Sebastián y la mirada de Stéfano es pura sinceridad—, y también porque no ha dejado a la policía. Tiene un agente que lo sigue a todas partes.

—¡Te dije que te callaras! —se lanza contra él, lanza su primer golpe en la mandíbula y Stéfano también se defiende

—¡Basta! ¡BASTA!... —no puedo gritar mucho y con ellos peleando, ni se escucha.

Siguen golpeándose, y no tengo la menor idea cómo pararlos. Si llamo a seguridad, seguro que será tarde cuando lleguen.

Saco mi arma que por suerte traje en la bota, apunto hacia el piso, tomo aire y disparo.

Un gran eco se escucha en todo el lugar. Luego de que pase el aturdimiento, los encaro.

—¡Dejen de pelear ya! —se seaparan y los observo, están llenos de moretones y sangre en la nariz—. No puedo creer lo que hacen, parece una pelea de niños esto.

—Yo me defendí. Él —señala a Sebastián y lo mira con burla—, empezó la pelea.

—Pero vos empezaste con decir todo —me mira esperando a mi reacción.

—... arreglen sus cosas —doy vuelta para irme pero agarran mi brazo.

—Puedo explicar. 

—Ya no hay nada que explicar, Sebastián —lo miro dolida y deja de sostenerme el brazo—. Me decepcionas.

Con lágrimas en los ojos, me voy de ese lugar.
No aguanto. Ya no aguanto tantas mentiras.

—Te puedo explicar Safira.

—No tienes nada que explicar. Ya escuché demasiado —bloquea el paso y me veo obligada a mirarlo.

—Por favor. ¿Qué pasó con la Safira que tanto quiero?, ¿dónde está?

—Ya no existe —mi voz se quiebra.

—Esto no puede terminar.

Tomo su mano y le entrego lo que me dió—. Estaré para Ti.

—Me suena esto. ¿Y cómo estás tan segura? Seguirás igual —me mira con una sonrisa ladina.

—Seguiré igual, no lo sé —unas lágrimas salen y le sonrío triste—. Sebastián... Yo sí Cambié por Ti.

Lo hice. Y me duele que no lo haya notado. Pero ahora lo dije en tiempo pasado. Yo sí Cambié por él.

—¿Qué? —me mira sin entender del todo.

—Lástima que no hayas aprovechado el tiempo. Lástima.

Suelto su mano y sigo mi camino.

Esto si que duele. Porque estoy dando un final a esto que empezó hace muchos años.
Tal vez no dijimos lo que éramos oficialmente pero como dije antes, cada mirada, gesto, caricia, demostrábamos nuestro amor. Pero ha llegado a su fin. Y no hay marcha atrás.

Mi prioridad será siempre mi nuevo hijo y la mafia. Los sentimientos... tendré que descartarlos por un tiempo.

Sólo un tiempo.

 
 




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