Carla solía tener unos bonitos ojos marrones. Eran de un color miel que a él le encantaba. Su pelo era negro y liso. Siempre fue una chica ejemplar desde pequeña: la mejor de la clase, la mejor en la música, en el deporte... Solían tener una amistad cercana, aunque sus padres no la apoyaban porque ella venía de una familia que les debía mucho en deudas. Todo cambió cuando no tuvo más remedio que mudarme al norte del país para asistir a unos de los institutos más prestigiosos y Carla quedó en el olvido. No volví a verla y poco a poco aprendí a dejarla a un lado.
Era 27 de diciembre y sus padres anunciaron esa noche una cena importante. Debía estar impecable para causar buena impresión.
-Hoy todo cambiará para ti. Debes estar bien arreglado Leo- le dijo mi madre en la mañana.
Eran sus últimos años de universidad y recién había empezado a trabajar. Se podría afirmar que Leo estaba en sus años más mozos, pero Leo se sentía prisionero en su vida de lujos.
Esperó toda la noche curioso por la cena. Volvía de la universidad y rápidamente fue a cambiarse. Pasó el tiempo y había llegado el momento:
-Leo, baja ya- le llamó su madre.
-Voy. Un momento
En la mesa le esperaba una mujer pelinegra y de ojos ámbar. La reconoció de inmediato: Carla. Estaba más hermosa de lo que él recordaba.
-Leo, ella es tu prometida.
-¿Qué?
-Siéntate
En la mesa estaban también los padres de Carla. Delgados y débiles. Se veían agotados bajos sus ropas elegantes. Leo se sentó y sabía cómo debía actuar. Comer callado y hablar únicamente si se le preguntaba algo. Así era siempre.
-Con la boda nuestras deudas se irán,¿verdad?- preguntó el anciano.
-Sí.- respondió el padre de Leo.
-Por supuesto no os obligamos. - contribuyó la madre de Leo- Entiendo que igual esto es demasiado para vuestra hija.
-No.- interrumpió la madre de Carla- Ella misma se a ofrecido.
Leo y Carla miraban la comida. No podían creer lo que estaba ocurriendo, mucho menos Leo. Él siempre pensó que a sus 21 años sería el quien tuviese el control de su vida, no otros.
Ambas familias parecían conocerse de toda la vida. Leo solo quedó callado durante toda la cena y solo llegó a cambiar un par de palabras con Carla. A las 12 de la noche la cena acabó.
-No entiendo cómo se puede ser tan miserable - le gritó a su padre.
-Me estás cuestionando?
-¡Me vais a casar con ella porque su familia tiene deudas! ¿De verdad habéis comprado a una mujer para que se case con vuestro hijo por dinero?
Leo recibió una bofetada de su padre. La marca de su mano quedó en su mejilla.
-Ni se te ocurra volver a llevarme la contraria. No se te olvide que toda tu reputación depende de mi. Recuerda que ni siquiera eres mi hijo.
-¡ Rubén ya basta!- exclamó la madre entre lágrimas
Su "padre", que ni siquiera lo era, tenía razón. Leo no era oficialmente su hijo, sino un bastardo fuera de la familia. Por si fuera poco dependía de la reputación que tenía. Cuando se es de la aristocracia, las malas lenguas pueden acabar con tu vida. Así eran las cosas. A Leo no le quedaba otra que obedecer sumiso...