Desde hacía años Carla sabía que sus padres tenían muchas deudas. Aquella noche les escuchó discutir una vez más. Se quedó oculta bajo las sombras del pasillo y escuchó las voces que provenían de la cocina.
- Ya es demasiado dinero.- u madre sollozaba.- ¿Por qué lo has hecho? Te dije que les pagases entonces, que los intereses iban a aumentar. ¡Oh! Mamá,¿ por qué no te hice caso y no me casé con Miguel?
-No menciones a Miguel ahora.- Juan se sentó al lado de su esposa María.- Prometo que saldremos de esto.
- Muchas cosas me has prometido tú.
María apartó a su marido y luego sintió un dolor insoportable en el pecho. La punzadas volvían y eran cada vez peor. Luego empezaban las dificultades para respirar. Los ataques respiratorios de María empeoraban cada vez más. El cáncer de pulmón avanzaba.
- No has ido al médico.- la regañó Juan.
-Dime con qué dinero. Además, hay que ahorrar algo para que Carla pueda ir a la universidad.
Juan se quedó callado.
- Jiménez quedó conmigo para hablar de cómo pagar la deuda. Me propuso casar a Carla con su hijo. Lo he firmado.
-¿¡Qué has hecho que!?-gritó María.- ¡Desgraciado, como puedes vender a nuestra hija!
-No es tan malo. La deuda estará pagada y Carla será rica. Se va a casar con el hijo de los Jiménez, cariño.
- ¡¿Qué hay de sus sueños?!
Empezó una fuerte discusión más y luego María tuvo un colapso. Tuvo un ataque respiratorio. Carla se quedó en el silencio rezando por la salud de su madre. Se prometió a si misma a salvar a sus padres, a su madre.
En la casa había mucho silencio cuando Leo volvió de la universidad. Se sintió igual que en la casa de su padres: silencio absoluto. Dejó la mochila a un lado y se quitó los zapatos. Luego se puso unas pantuflas de conejitos rosas. Eran las más cómodas que él tenía. Se acercó al montón de cajas y empezó a sacar sus pertenencias. Mientras ordenaba sus cosas en toda la casa, Carla no aparecía. Leo empezó a preocuparse.
- Oye,¿ Carla podrías al menos venir? Me preocupa tanto silencio.- esperó una respuesta.-¡Carla!
Leo empezó a buscar y buscar. Luego se dio cuenta del jardín que había en la casa. Carla estaba fuera, sentada en el borde de la piscina con los pies en el agua.
- Ya volviste...- susurró ella malhumorada
-¿Has ordenado ya tus cosas?- le preguntó Leo.- Me parece extraño que aún no haya nada.
- No tengo nada.
- ¿Qué?
Carla se encogió de hombro y miró a Leo.
- Lo que oyes. No tengo nada.
-¿ Tu padres no te han traído nada durante la mudanza?
- No tienen dinero. Me irán enviando paquetes durante el mes.
Leo tenía todo lo que quería y necesitaba al momento, Carla debía esperar. Ambos venían de mundos completamente distintos e incompatibles. Leo pensó en qué decir. Necesitaba romper el silencio incómodo con una conversación natural.
-¿ Y qué hacemos ahora?
Carla frunció el ceño.
- Vete y déjame en paz, yo estoy bien aquí.
- Lo siento, pené que quizá te aburrias o...
- Pues vete.- le interrumpió Carla.- Vete ha hacer lo que tengas que hacer. No trates de hablarme como i no conociéramos de toda la vida.
- Intento conocerte. Digo yo que, si estamos obligados a casarnos, deberíamos conocernos un poco. ¿ O es que piensas pasar el resto de nuestros días ignorándome? Me vas a ver todos los días.
Las palabras de Leo la convencieron. Si iba a pasare el resto de sus días con aquel chico, debían llevarse mínimamente bien. Debían de intentarlo o su convivencia sería insoportable.
- Vale.- sacó los pies del agua y se giró para mirar a Leo fijamente a los ojos.- Dime qué quieres saber si eso hará que me dejes en paz.
Carla era una mujer muy bella a los ojos de Leo, pero su carácter borde y testarudo le confundía. A su vez le gustaba y le alejaba por miedo a ella.
-¡No te quedes callado!
Leo no dijo nada. Solo pensó en las palabras adecuadas, pero no llegaban.
- Bien, pues hagamos unas normas de convivencia- propuso Carla.- Si quieres, claro
- Eso me parece bien. Nada de besos y abrazos en nuestra privacidad. Solo en público fingiremos cogiéndonos de la mano y algún apodo cariñoso como bizcochín o algo por el estilo.
- Eso no va a colar...
- ¿Por?
- Tú no has tenido nunca una relación amorosa, ¿verdad?
Leo se sonrojó por la vergüenza de tener que admitirlo. Carla se sorprendió porque Leo no era un chico feo, de hecho era bastante atractivo con sus ojos azules y su pelo negro peinado hacia atrás. Además,, su nariz romana y barbilla marcada le daban cierto encanto. A pesar de ello, ella no se sentía atraída.
- Eres una mosquita muerta
-¡Eh!
- Bueno vale haremos eso de los apodos y tal. Nada de roces. Ni se te ocurra nada raro porque no me cortaré dándote un buen golpe.
- ¡No! De hecho he pensado en eso. Se me ocurre no dormir juntos. Sería... incómodo.
- Podemos dormir juntos cuando tengamos algún invitado. Sino dormimos en habitaciones separadas.
Leo asintió con la cabeza.
- ¿Y los hijos? Yo quiero un niño. ¿Podemos adoptar?
- No quiero niños en mi vida, no los soporto... Tampoco hacer fiestas en casa o invitar a amigos a casa muchas veces, sino tendríamos que fingir demasiado y sería pesado
Leo se desánimo demasiado. Pero era un buen comienzo con unas normas en las que estaban de acuerdo. Solo había que mantener una farsa en público y luego tan solo serían buenos conocidos. Carla se alegró un poco de que al menos Leo era un buen chico y no de esos niños ricos que creían tener el mundo en sus manos.