Cambiemos nuestro destino

6- Recuerdos olvidados

Siempre tuvo una vida dictaminada. Leo nunca eligió qué estudiar, que hacer en el momento, comer... Todo movimiento que él hacía era controlado por sus padres. Pronto pasaría lo mismo después de graduarse en la universidad, pasaría a controlar la empresa familiar y heredaría un plan de vida que ya había empezado.

Leo Ricci pertenecía a la familia Ricci. Toda su riqueza se debía gracias a la empresa familiar que llevaba siglos. Era una multinacional automotriz y, actualmente, iniciada en la ingeniería informática y robótica. Además, la familia guardaba relación con otras grandes familias de la alta sociedad donde era bien sabido que en ella se diseñaban un plan de vida con los hijos. Leo pronto iba a empezar el suyo. En realidad, ya lo había iniciado con el compromiso con Carla.

-Maldita sea...-murmuró Leo sentado en el sofá mientras veía la gran ciudad de Nueva York a través de la ventana.

Los rascacielos de la ciudad eran diminutos desde lo lejos. Leo la apreciaba cansado de todo. Carla llevaba tiempo observándole y él no se había movido desde que había vuelto a casa. Marina, que fue la sirvienta de la familia Ricci desde que Leo era un bebé, se acercó.

-Leo, levántate ya.

-Pero...

-Nada de peros. Levántate ya y deja de vaguear. Ponte a estudiar para la universidad.

-No me sirve de nada estudiar.- murmuró Leo bajito.

Marina tiró de Leo para levantarle. Leo se dejó. Luego fue llevado al jardín, en el porche.

-Sal y haz algo, pero no te voy a dejar que estés como un muerto. Lee un libro o habla con Carla... Solo no seas vago.

Leo vio a Marina alejarse. Se tiró en la silla del comedero del porche y se quedó pensando. Se sentía perdido, en medio de un océano sin fin. A sus 21 años no había hecho nada por su cuenta y tampoco alcanzó ninguno de sus sueños. Realmente ya era adulto y no había hecho nada en su vida. Eso era lo que sentía.

Carla se sentó a su lado. Parecía enfadada con él

- ?Piensas estar todo el día así?

-No me digas que te preocupas por mi.

Carla pensó que Leo se volvía borde cuando estaba malhumorado. Dejaba de ser tan débil emocionalmente y parecía más serio.

-Solo no me gusta ver a la gente mal.

Leo se incorporó en la silla, sentándose con la espalda herguido. Observó un poco a Carla y pudo notar que llevaba un ligero maquillaje que la favorecía, que resaltaba aún más sus ojos almendrados y carnosos labios carmesí. La ropa parecía cara. Claramente no era su estilo. Llevaba un conjunto veraniego de color azul marino. Se veía forzado

-¿Qué llevas puesto?

-Pues ropa que me compré hace poco. Si tus padres nos van a visitar tendré que vestir como una mujer con dinero, ¿no?

-Carla, es exagerado. Demasiado elegante.

-Pero tú madre se puso ese vestido de lunares de cuello alto y esos tacones negros. Ella iba elegante.

Leo suspiró.

-Ir elegante y arreglado son dos cosas distintas. Parece que vayas a ir a una graduación.

Carla se sentía humillada. Solo guardó silencio, se quedó en silencio. Era mejor no decir nada. Leo se preguntó si Carla se acordaba de él, de cuando eran pequeños.

- Oye, Carla, tienes algún amigo de la infancia.

- Recuerdo que un niño rechoncho y con gafas altonas. Me llevaba demasiado bien con ese empollón. Era como tú, de buena familia.

Leo sintió vergüenza por las palabras "rechoncho" y "empollón" que Carla soltó por su boca.

- Me acuerdo que era un gafotas con dientes grandes y un poco mono, pero a veces era un poco plasta y muy perdido. Nos reuníamos siempre después del cole en un parque de la ciudad dónde nací.

-¿Dónde naciste?

- En San Diego. Luego ya no sé qué fue de él.

-Vaya...

-¿Y tú? También tienes que tener alguna amistad de la infancia.

Leo quería decirle a Carla que aquel muchacho era él, pero el modo del que ella habló con voz indiferente...Era como si no le importase de la que fue una vez aquella amistad. Probablemente ya lo hubiese olvidado y era mejor no insistir.

-Yo ya ni me acuerdo.-se rió falsamente. -Creo que mejor cambiamos de tema.

-¿La boda que tenemos en un mes?

Leo se encogió de hombros.

- No siquiera sé porqué me caso. ¿Tú por qué accediste?

-Eso no te importa.

-¡Oye, al menos si me van a obligar a casarme contigo me gustaría saber el porqué!- reprochó Leo.

-Es un tema personal, tal vez en otro momento.- contestó Carla con la voz rota.

Ella empezó a llorar y Leo se alteró. Se puso de pie y se acercó a ella. Se preocupó por haber dicho algo malo. Intentó consolarla, pero ella le apartaba.

-Carla, perdón si dije algo malo.

-No...Solo...

Se tiró al suelo y empezó a llorar fuerte. Eran llantos abogados que cualquiera podía sentir. Marina salió al jardín corriendo temiendo algún accidente. Ella estaba igual de confundida que Leo.

-Marina trae un poco de chocolate caliente. Yo la llevo adentro.

Leo llevó a Carla a la habitación principal de la casa, es decir el dormitorio de Leo. La recostó en la cama. Carla templaba, estaba entrando en pánico. Leo se quedó a su lado, sin presionarla...



#3374 en Novela romántica

En el texto hay: comedia, drama, matriminoforzado

Editado: 31.08.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.