Después de las discusiones siempre suelen venir la culpa y arrepentimiento. Eso sentía Leo cada vez que recordaba la discusión con su madre, sintiéndose miserable por las palabras. Luego pensaba y, siempre, volvía a la misma idea: Marina le había criado, no Clara. Sus padres solo le habían dado la vida y usado como peón para sus negocios. Siempre exigiéndole los mejor, siempre pidiéndole ser de los primeros.
Esa sensación puede hacer que uno se sienta inútil por no alcanzar los objetivos de tus padres, por lo que esperan de tu. Cuando eres pequeño quieres la aprobación de tus padres y no decepcionarlos. Cuando no cumples lo que ellos esperan, de quienes más quieres; sientes que te hundes, estancado en la vida y que no vales para nada. Cuando creces, puede que dejes de intentar buscar la perfección, pero en el fondo vuelves porque no quieres defraudar a tus padres. Vuelve el dolor de sentirse inútil y que pierdes la vida estancado mientras otros si consiguen lo que quieren. Eso era algo con lo que Leo había convivido siempre. Poco a poco salía de él.
Ya hacía una semana desde la boda. Leo pasaba cada mañana por la puerta de la habitación de Carla, dónde ella se encerraba desde entonces. El padre de Leo decidió hacer una visita a la pareja esa mañana. Antonio traía consigo aquella dichosa carpeta que tanto odiaba Leo. Ya sabía lo que iba a decir su padre.
-¡No me puedo creer que hayas hecho esto!- Antonio Ricci daba vueltas y vueltas por la sala. - ¿Cómo se te ocurre dejar la universidad en tu último año, Leo? Eres una vergüenza para esta familia.
-Por favor, dime algo nuevo que no sepa ya, "papá"- soltó con indiferencia y acentuando la palabra "papá" con un tono burlón.
-No tienes ni idea de lo que haces. - Antonio se acercó a Leo con agresividad.- Volverás a la universidad y seguirás hasta graduarte. - le advirtió con una voz cada vez más grave.
-¿O sino ya no soy un Ricci?
-¿De verdad estás dispuesto a perderlo todo? ¡Eres un hijo desagradecido!
-No soy tu hijo, tú mismo lo dijiste varias veces.
Ninguno soltó ni una palabra más. Antonio se puso de pie y caminó hacia la puerta. Antes de salir de la casa, le dirigió la palabra a Leo sin mirarle a la cara.
-Tu madre llora cada noche... Deberías disculparte al menos con-
-No. - cortó Leo a Antonio.
-Espero que sepas lo que haces, imbécil.- susurró.-Tienes dos semanas para salir de esta casa, yo no le voy a pagar a un fracasado.
De un portazo cerró la puerta. Leo suspiró y se dejó caer en el sofá del salón. Miró al techo pensativo en los múltiples de pensamientos que le llenaban la cabeza. Marina solo le observaba. Llegando a tal punto, ni ella le comprendía. Desde la llegada de Carla todo había cambiado y, a pesar de que el acuerdo entre ambas familias se había cumplido limpiamente, la vida de esos dos jóvenes se estaba desmoronando poco a poco.
Marina dejó la escoba y la dejó a un lado. Se acercó a Leo y adoptó su pose de madre enfada.
-¿De verdad vas a sacrificarlo todo así? Ni siquiera yo te comprendo. Ya has hecho suficiente por Carla.
-Ya no es solo por ella...-Leo suspiró de forma pesada. - Quiero acabar con esta mierda de vida, eso es todo.
-¡¿Y qué vas a hacer?!- Marina le levantó la voz, empezando a regañar a Leo.- ¡Parece que intentes huir!
Leo no contestó. Solo se levantó e inició la marcha hacia su habitación. Anunció que haría su maleta y la de Marina. La anciana se quedó quieta observándole con sus ojos viejos, que ya empezaban a perder su color.
-No quiero que hagas mucho esfuerzo, aún te recuperas.-argumentó Leo.- ¡Oh!, y no te preocupes del dinero. He retirado algunas cifras de mi cuenta bancaria, que seguramente mi padre vaya a retirar, y la de mis padres. Es bastante, pero para ellos es tan poco que ni se darán cuenta.
-Leo, ¿qué es lo que piensas hacer ahora?
-Todo estará bien, Marina. Te lo prometo.