Carla fue la última en prepararse. Antes de salir de la ciudad visitó a su madre una última vez. La tumba de su madre era la misma que otras muchas. La misma lápida, misma inscripción con su año de nacimiento y fecha de muerte... Todas eran iguales, solo se diferenciaban por las fechas y los nombres de sus difuntos dueños.
Ella dejó el ramo de claveles blancos, las flores favoritas de su madre. Siempre dijo que los claveles de ese color traían suerte y nuevos comienzos. Para Carla, ahora que su madre no estaba e iba a dejarlo todo, comenzaba otra etapa de su vida.
Leo le esperaba en la entrada al cementerio, junto a Marina. Ella y Carla no podían ni mirarse después de los sucedido. La culpa carcomía a Carla mientras llevaba su maleta.
Leo le hizo una señal con la cabeza para empezar a caminar. Les esperaba un largo camino. Carla no se atrevía a hablarle.
-Tenemos que ir al aeropuerto. Solo así puedes ir a la universidad.
-¿Por qué te empeñas en esto? Solo dime por qué me has conseguido una plaza en la universidad de Sevilla
-Tus amigas me contaron que te gustan las lenguas y que te gustaba mucho España.
Se veían las estrella y aún era de noche. Era madrugada y las calle desérticas se iluminaban por las farolas. Los tres caminaban bajo la luz mañanera del sol, que se asomaba por el horizonte. Carla tenía la sensación de que caminaba in rumbo. Leo parecía haberlo planeado todo y solo debía seguirle. Carla no podía quejarse ya que era él quien la estaba sacando de la vida que su padre eligió por ella vendiéndola a la familia Ricci. No obstante, volvía a ser otra perona quien decidía por ella: ir a la universidad y etudiar en España, en Sevilla.
Llegaron al metro, dónde sólo habia algunas personas. Había una anciana, dos chicos que parecían estar volviendo de una fiesta, una chica encapuchada y un tipo con un estilo muy callejero. El ruido de metro molestaba a Leo. Nunca había ido en metro antes y escucharlo a través del eco del túnel supterráneo era horroroso, estremecedor.
El silencio siguió incluso hasta bajarse del metro. Habían llegado a la última parada. Carla pudo notar que Leo, mientras cargaba con Marina adormecida, estaba muy perdido. Entonces se dio cuenta de lo inesperto que era él en el transporte público. Leo miraba la lista con las distintas líneas y sus paradas correspomdientes.
- ¿No hemos perdido?
-No, espero... He seguido las instrucciones de Google. Deberíamos estar ...
Carla señaló el punto en el mapa que indicaba la posición de ambo. Leo achicó lo ojos intentando descifrar el jeroglífico que tenía ante sus ojo. Un guardia se acercó a ellos y ofreció su ayuda.
-¿Por dónde queda el aeropuerto?-le preguntó Leo en seguida.
-El aeropuerto está cogiendo la línea 8 y bajando unas 8, en su última parada. El siguiente metro de la linea 8 llegará en 10 minutos.
-Gracias- agradeció Marina.
Carla negó con la cabeza. Empezó a caminar por delante decidida a ser ella quien guiase el camino hacia el aeropuerto.
-Perdón...
-Un lo siemto no va a cambiar que seas un idiota. Al meno podíamos haber ido en tu coche.
-No quiero usar nada que sea de mis padre, ¿de acuerdo?
-¡Ugh! Solo por tu idiotez tengo que caminar. Ya me duelen los pies de lo zapatos.
-!Nadie te puso a ponerte tacones¡
-¡Ya basta lo dos y vamos a coger el metro o lo perderemos!- intervino Marina parando la dicusión. -Os comportaís como crios. Vergüenza debería daros.
Ninguno de lo dos intercambió palabras hasta llegar al aeropuerto. Cuando se bajaron del metro para volver a caminar, Leo le quitó los zapatos a Carla y le ofreció sus deportivas. Leo abrió su maleta para sacar zapato nuevos. Marina, quien fue quien cerró la maleta a regañadientes, quiso detenerle porque no se iba poder volver a cerrar la maleta. Fue demasiado tarde. Por si fuera poco, el autobús que debían coger estaba llegando y Carla empezó a correr. Marina le metió prisas a Leo. Él pilló unas cjanclas viejas y se las puso.
Bajando del bus, debían volver a caminar bajo la lluvia. Solo había un paraguas que Leo eligió darselo a Marina. Para Carla le entregó su sudadera con capucha. Luego se quitó la chaqueta y la usó para cubrirse a él y a Carla.
-Te dije que cogieses un paraguas, Carla.
-Ahora no saques el tema.
Ya en el aeropuerto, ambos empapados, tuvieron que sentarse a esperar sus vuelos. Marina y Leo tomarían uno distinto al de Carla. Era la última vez que se verían. En el aeropuerto sí había ajetreo a todas hora y no estaba desértico como las calles.
Con las horas empezaba a amanecer. El sol empezaba a iluminar ligeramente el cielo y se asomaba poco a poco por el horizonte. Carla lo miraba recordando los amaneceres que veía de pequeña con su padre y su madre. Un pequeño dolor de cabeza la empezó a atormentar. Quiso buscar una chaqueta o una manta con la que cubrirse y dejar de entir frío con su ropa mojada. La maleta no estaba. Leo, que tenía a Marina durmiendo sobre su hombro, miró a Carla boquiabierto.
-Mierda...-soltó Leo en voz baja.
Carla se llevó las manos a la cabeza y empezó a caminar en círculos.
-La olvidé en el autobús. Sí, estoy segura.- se sentó de nuevo en la silla de metal. - Joder, joder .¡Joder!
Leo empezó a reir a carcajadas.
-Ahora eres tu la tonta.- dijo en un tono juguetón mientras se la devolvía por la discusión del metro.
Leo reía in parar y su risa se le contagió a Carla. Ella sonrió un poco. Era la primera vez que sonreía en mucho tiempo. Pensó en cómo la había liado ya que allí tenía toda su ropa, dinero y papeles. Solo se salvaba porque tenía fotocopia en PDF en su iphone.
-Mieda, ahí tenía el pago de la matrícula con el vuelo.-empezó a llorar de la risa descontroladamente.-Soy una imbécil.
Leo empezó a cuestionare si Carla estaba riéndose o realmente estaba sufriendo. Ella intentaba hablar entre una mezcla de sonidos de combulsión, risas y jimoteos.