Cambio de planes

Capítulo 1

Timar es un sinónimo preciso y real de engañar, embaucar, adulterar y traicionar. Para ello, se necesita la astucia, inteligencia y perspicacia de una de las partes y la ignorancia e inocencia de la posible víctima de la estafa. El timador suele ser una persona extrovertida, con un coeficiente intelectual alto, frío, calculador, osado y valiente, en pocas palabras: un profesional ingenioso en el arte del engaño. Como buen observador estudia cuidadosamente a su presa, la escoge con cautela y, después del examen minucioso, es capaz de prever sus movimientos y cual felino escurridizo, cuando la siente sometida en su totalidad ataca, convirtiéndose en un victimario ventajoso. En muy pocas ocasiones devora con rapidez porque prefiere un proceso lento, doloroso pero eficaz. Es un depredador que, por su fama, se ha ganado un lugar reconocido en la cadena alimenticia. Tiene habilidades especiales y actúa con tanta limpieza y elegancia que es improbable que, antes de culminar su trabajo, se pueda percibir un error, en su conducta, que delate el plan macabro que, minuciosamente, ha planificado.

Su misión, casi siempre, es terminada con éxito y por la ferocidad y maestría mostrada en su accionar la víctima queda, aunque viva, en un estado deplorable que le imposibilita retomar su vida por un período largo de tiempo y, casi nunca, la recuperación se alcanza en su totalidad.

Se suele embaucar por diferentes razones: rencor del victimario, venganza, encargos realizados por personas que también están movidas por estos sentimientos y, particularmente, el motor impulsor y más importante de la operación es el dinero, el que, a este punto, se personaliza, alcanzando el más alto escalón en la pirámide de deseos de los seres humanos, siendo la mayor causa de insatisfacción y frustración de los mismos cuando no lo poseen. Es una motivación para las personas pero también puede convertir, al que lo tenga, en el centro de los ataques de un selecto club que está integrado por amantes, enemigos e incluso supuestos amigos y familiares.

Yo era una timadora profesional, una artista del disfraz y la aventura, indescifrable, genial intérprete de diferentes personalidades: rubia o morena, tímida o atrevida, locuaz o parca, pero siempre en mi impecable papel de amante enamorada, amiga incondicional o ingenua criatura. Cada trabajo se convertía en un desafío, era la representación de un papel protagónico en la terrible obra teatral de la vida. Sabía que incurría, con esas grandes dotes de estafadora y actriz, en una conducta delictiva, pero, aunque siempre las personas tenemos la opción de encaminar los pasos dentro de los límites de la ley, yo había escogido el camino rápido, impreciso e inseguro.

Aquella infancia de carencias y abusos me habían convertido en una adulta incapaz de sentir amor por sus semejantes. Me había prometido, cuando pequeña, que, al crecer, tendría las comodidades que creía merecía y el respeto que solo el dinero brinda, sin embargo, cuando aún adolescente, abandoné la casa en la que nunca fui feliz encontré un mundo aún más cruel y sufrido que el que me presentaba mis progenitores. En las calles aprendí que la astucia es la mejor aliada para el desprotegido y que la dignidad no vale nada si te codeas con personas del bajo mundo, acostumbradas a engañar y ultrajar, sin importar las situaciones o vicisitudes por las que pase la víctima. Aprendí, rápidamente, en la escuela de la vida y logré graduarme con honores. Sin embargo no me sentía cómoda en aquel mundo tan despiadado, porque me exigía una defensiva que extenuaba, por eso traté de superarme para operar en lugares más selectos, como buena delincuente de cuello blanco. Me convertí en una profesional, graduándome en administración de empresas. Logré codearme con lo más alto de la sociedad y comencé a estudiar a aquellas personas que, económicamente, tenían mucho que ofrecer. Los prefería vulnerables, víctimas del destino, por incidentes trágicos, ´´ para llevarles el consuelo deseado y la esperanza que brinda aliento para enfrentarse a la vida´´. Se volvían, en la relación, dependientes, inseguros y enamorados en su totalidad, entonces, con pequeños zarpazos, los iba aniquilando hasta que les daba la estocada maestra, dejándolos con respiración asistida, incapaz de emitir quejas o reproches. Me quedaba con sus bienes e ilusiones, pero sin una gota de remordimiento. Mi caudal aumentaba conforme llevaba a cabo el plan acariciado desde la adolescencia.




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