Cambio de planes

Capítulo 2

Logré reunir numerosos bienes y grandes cifras de dinero, pero quería salir a la luz, disfrutar de las riquezas que poseía, sin embargo era necesario mantener el incógnito mientras representaba los numerosos papeles dramáticos que requerían de ocultar mi verdadera identidad. Poco a poco alcanzaba la perfección en ´´ mi profesión´´ pero la competencia, en el medio, también crecía y una noche, valorando las posibilidades del momento, comencé a sentir la necesidad de abandonar esa vida, pero, para ello, debía encontrar un último trabajo, que reportara el dinero necesario para vivir cómodamente durante algunos años.

Estudié, con esmero, mis posibilidades y durante algún tiempo escudriñé los detalles, pero de forma improductiva, hasta que, cuando ya me encontraba un poco pesimista, apareció él, desprotegido, con una mirada triste, el blanco fácil, para una timadora como yo, pero me equivocaba. Era un solitario al que no le gustaban las personas, desconfiado e indescifrable y demasiado joven para convertirlo en mi víctima, pues prefería a aquellos que, por su edad, necesitaban más protección y menos intimidad. Sin embargo quería realizar el trabajo, pues lo sentía como el mayor de los desafíos y la única tabla de salvación para acabar con aquella vida que me desgastaba.

Pacientemente comencé a seguirlo, descubriendo los lugares que frecuentaba, sus gustos, negocios, amistades, familiares y, particularmente, caudal monetario. Realicé una caracterización de la presa y me forjé una imagen acabada del hombre que me reportaría miles de activos, permitiéndome vivir el futuro deseado.

Su nombre era Harol Morati, hijo de un negociante italiano y una inglesa. Tenía cuarenta años y se había dedicado, toda su vida adulta, al negocio de la industria textil. Famoso por su inteligencia, astuto para las inversiones y extremadamente difícil para sus relaciones sociales. Estuvo casado y, de ese matrimonio, nacieron dos niños pero, en un fatal accidente automovilístico, murieron su esposa e hijo mayor, quedándose a cargo, el negociante y sus padres, de la pequeña. Después de este incidente trágico del destino prácticamente se había convertido en un ermitaño y solo aparecía, en sociedad, cuando los negocios requerían inevitablemente de su presencia. Era un reto ganarse su confianza pero lo conseguiría y el primer paso lógico del plan era descubrir los lugares que frecuentaba y, para ello, tenía que buscarme un aliado, alguien que supiera sus pasos y los más mínimos detalles de su andar, así como gustos y preferencias del millonario. Encontrar a la informante no fue difícil porque, en su desconfianza, cambiaba a sus trabajadores domésticos con regularidad, por lo que, excepto una empleada que se encargaba del control de los demás y que, al parecer, llevaba más de una década con la familia, el resto eran trabajadores nuevos. Por esa vía me enteraba de la vida privada y cotidiana de Harol y descubrí que no tenía amigos y que vivía con sus padres, pues estos se habían mudado para la mansión después del accidente fatal. No me gustaba la idea de tener a sus padres cerca, porque además de agradarle a él tenía que procurar estar a la altura de los progenitores. Engañar al magnate ya era difícil, pero creía que podía enamorarlo, sin embargo a los señores y a su hija también tendría que conquistarlos.
- Hoy, en la tarde, estará en el club, porque allí se citó con su socio – me había informado la empleada doméstica de Harol.

Era un lugar público y, para un primer encuentro, lo consideraba adecuado. Me vestí con esmero, imitando el estilo de la esposa fallecida, de quien poseía algunas fotografías en diferentes eventos y esperé, con la esperanza que, entre la brisa que venía del cercano mar y las personas, podrían calmar mis agitados nervios.




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