Por primera vez desde hace mucho tiempo, todo marchaba de maravilla.
La felicidad que la albergaba era cálida, capaz de hacerla sentir acompañada, incluso en momentos de soledad. Era increíble para ella ser testigo de la relación entre el amor y la distancia. Por más kilómetros que existieran entre ambos, el sentimiento los mantenía siempre unidos como si caminaran juntos de la mano. Nada más que eso, mientras su mente daba mil vueltas sobre lo fantástica que sería su vida si la pasara junto a él. Podía parecer ridículo, pero de verdad lo anhelaba. El simple hecho de imaginar cómo se vería con un vestido novia; imaginar a su padre llevándola del brazo para entregarla frente al altar; la boda…
“Sí, acepto”
Y el beso que condenaría a ambos por el resto de sus días.
Obviamente, la luna de miel no se podía quedar atrás. El lugar perfecto para una velada romántica tenía que ser en uno de los rincones del viejo continente, donde el amor y la pasión son algunos de sus principales atractivos. Podría dar una larga gira por aquellos lugares que le otorgarían una experiencia única he inolvidable. París, por ejemplo, era el escenario por excelencia. Nada como sus elegantes calles y sus finos hoteles, sin mencionar el maravilloso panorama que habría en los alrededores. Ya se imaginaba una caminata al lado de su amado por aquellos senderos. Habría de ser la mejor noche de todas, por lo que empezarían en alguno de sus distinguidos restaurantes, como el de la torre Eiffel. Luego, cuando la luz de la luna ilumine en todo su esplendor, la cama hecha de rosas para saborear los dulces aromas del frenesí. Sería – sin lugar a dudas – todo un orgullo quedar embarazada a causa de esa noche: … Un hijo hecho con amor en Francia.
Con la fantasía, cayó de golpe en su propia realidad. Momentos como ese, los experimentaba casi a diario, aunque no de la misma forma. A veces era una fantasía. En otras, se trataba de un recordatorio nefasto que llegaba a sus oídos como un suave susurro del viento. Quizá sea algo espeluznante y especial lo que había dentro de ella y que – por cierto – aún no lo sabía. De otra forma sería imposible escuchar las palabras que los arboles le arrojaban como pedradas filosas. Se moría de ganas de encontrar una solución, una cura o por lo menos, un “por qué”. Pero eran preguntas sin respuestas. Simple y sencillamente, el monstruo que nacía dentro de ella estaba condenado a estar ahí… como un esposo.
O como un hijo…
Y las pesadillas hechas de terror volvían a aparecer frente a sus pupilas, jugando con ellas para tratar de destrozarlas.
Era verdaderamente espantoso. Y no dejaba de ser real.
Sin embargo, no dejó que la tristeza y el miedo humedecieran sus ojos. Cuando una lagrima empezó a asomarse, rápidamente la borró con una de sus manos y volvió a soñar despierta con la mente llena de ilusiones amorosas.
No quiso pensar en otra cosa. Aquel sentimiento que albergaba en su interior le daba toda la fuerza necesaria para resistir los golpes constantes que el monstruo quisiera darle, aun cuando se trataba de golpes emocionales. Esa era la razón de la sonrisa que ahora se dibujaba en su rostro y se anteponía ante las dificultades. Ese amor tan intenso que la hacía volar aun cuando no tenía alas. No fue su mano la que borró las lágrimas, sino la fortaleza de su amor.
¿Y el miedo?
Eso dejó de existir. O tal vez, simplemente quedó adormecido en algún rincón de su cuerpo para alimentarse y reaparecer con más fuerza.
Aunque, tal teoría era muy posible, Beatrice la ignoró por completo y se aventó a un profundo abismo sin saber si volaría o impactaría mortalmente contra el suelo. Dio su vida, así como dio lo más sagrado de su ser. Sacrificó sus alas, su espíritu, su energía, su alma, su cuerpo, su corazón y su tiempo. Sacrificó todo en nombre del amor que se había inscrito en su cabeza y no podía borrar.
Fuera de todo pronóstico, la relación marchó de maravilla en los primeros meses. Aquellos quienes veían el comportamiento de la pareja notaban y podían jurar ante lo más sagrado de sus vidas, que ambos se amaban con locura y entusiasmo. Todos decían que hacían bonita pareja, que el amor entre ambos perduraría con el paso de los años y que, probablemente, serían el uno para el otro más allá de los estragos del reloj.
Y, aunque Beatrice solía negarlo, esa larga lista de comentarios positivos hacia su relación hacía que la ilusión en ella creciera día a día; Segundo a segundo.
Quizás sea esa la razón por la cual no se percató a tiempo de los cambios poderosos que Antonio sufría…
… lamentablemente, para mal.
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Editado: 13.01.2019