Cambio de Vida

Sueños de niña

Desde niña, ella tenía grandes sueños que se prometía cumplir cuando llegase a ser una mujer hecha y derecha. Ser psicóloga era el más fuerte de ellos. El resto sólo se basaban en logros materiales y experiencias: Tener una casa propia, un auto, su propia clínica, y un largo etcétera.

A veces se subestimaba demasiado y llegaba a pensar que no iba a lograr nada. En los exámenes – por ejemplo – siempre se imaginaba obtener una nota muy inferior a la que finalmente obtenía. Así mismo le pasaba en las otras áreas de su vida. Cuando compró su primer vehículo a los 19 años de edad, le pareció que tal cosa era un sueño. Tanta lucha y esfuerzo – pues llevaba en aquel entonces 3 años de ahorros – se habían materializado en un logro personal que había anhelado desde siempre.

La satisfacción al haberlo hecho era algo incomparable. Eso era el mayor de los placeres y hasta entonces lo había descubierto. Luego, la lucha cambió de rumbo y empezó a pelear por dos cosas más que – obviamente – eran mucho más complicadas de conseguir que un carro. 

Difícil, más nunca fue imposible. Casi 4 años más le costó llegar hacia la meta de sus sueños: Una clínica y seguido de ella, su propia casa.

Pero los sueños desaparecen cuando se hacen realidad. Luego, todo se vuelve monótono y aburrido. Sin chiste. Sin gracia. Sin emoción.

Ella tenía más sueños cuando niña. Uff…. Muchísimos más. Aquellas fantasías pintorescas yacían enterradas en un baúl que la sociedad le mostró como una instrucción de lo que debía hacer cuando adulta. “Esas son fantasías”; nada que ver con una persona hecha y derecha. O bien, eso es simplemente imposible. No se puede lograr. “No lo lograrás, ni aunque te pases toda tu vida trabajando como burra sin descanso”. Por consiguiente, tales sueños yacían enterrados; muertos en el olvido.

Sonrió. Porque lo comprendió. Porque tales fantasías eran sólo simples sueños de niña. Porque de tal cosa, la vida se trataba. No hay nada bajo la tierra que no tenga una razón de ser. Incluso las vidas humanas; quien no tenga una razón de vivir, seguro ya está muerto. Ella lo había estado durante mucho tiempo. O tal vez, desde siempre. Por largos años había estado marginada y oculta bajo una línea sin mucho sentido. Una línea grisácea, sin color.

Por mucho tiempo, había dejado de soñar. El único brillo que le hacía falta era ese: El de un simple sueño de niña.

Tal motivo fue suficiente para tomar una decisión. El dinero no era algo tan importante después de todo. Ella tomó parte de sus ahorros y los invirtió en sí misma, pues le hacía demasiada falta.

De eso se trata la vida, de soñar como si fuéramos niños, aunque no lo seamos en realidad. Por ello, tomó menos de la cuarta parte de su dinero y emprendió rumbo hacia un nuevo destino. De esos lugares mágicos que yacían escondidos en su memoria y que siempre había anhelado conocer.

Sonrió una vez más al analizar sus propios pensamientos, y recostó su cabeza sobre el respaldar del asiento. Cerró los ojos un instante y trató de conciliar el sueño, pues faltaba mucho trayecto por recorrer. El vuelo apenas comenzaba. La bella ciudad de París estaba a seis horas más.

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Apenas puso un pie en la tierra del romanticismo, corrió rumbo al hotel donde tenía hecha la reservación. Aún le parecía falso lo que sus ojos admiraban. Los grandes edificios construidos a base de una arquitectura majestuosa, hablaban por sí solos de la elegancia y la belleza de la ciudad. La torre Eiffel se alzaba a lo lejos como si estuviera bendiciendo todo el paisaje con un beso profundo y apasionado que lanzaba al aire. Exquisitez maravillosa que fluía a través de los muros y los árboles. Tal como un cuento de hadas, un sueño hecho realidad que hace un tiempo atrás parecía ser imposible.

Beatrice daba la impresión de estar encantada – o enamorada – de todo lo que veía a través del cristal del taxi. Al llegar al hotel, dos hombres finamente vestidos la condujeron hasta su habitación con la delicadeza que merecía una auténtica reina. Luego, tiró las maletas, disfrutó la suavidad de los colchones de la cama, y tomó una ducha. Era obvio que no había viajado miles de kilómetros sólo para llegar a dormir. La travesía recién empezaba y los encantos de París yacían impacientes esperándola. ¿Dormir? Quizás al regreso…

El río Senna es una creación natural del Omnipotente que desfilaba casi por toda Francia. Entre las ciudades importantes que atraviesa, se encuentra la capital, la cual prácticamente se encuentra dividida por las aguas del río. Siendo así, una buena forma de conocer la cuidad del amor es viajando en uno de sus famosísimos “bateaux mouches” por las tranquilas aguas del Senna. Los recorridos permitían admirar una panorámica incomparable de la ciudad, donde la grandeza de sus monumentos se pone de manifiesto. El idioma no sería un problema, pues para el disfrute total de los turistas extranjeros, se otorgan audioguías en el idioma que se pidiese. De tal manera, los turistas podrían saber sobre cultura, historia, geografía y muchas cosas más.




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