Cambio de Vida

Despedida

El amanecer fue muy distinto a como lo era normalmente. El sol entró con fuerza a iluminar el cielo, y en un abrir y cerrar de ojos, el día comenzó.

Claudio y Beatrice yacían sentados sobre el sofá de la sala, sin dirigirse palabra alguna. No sentían vergüenza de lo que había sucedido, empero, sabían que las cosas cambiarían mucho a partir de entonces. Ya habían entregado sus cuerpos el uno al otro y habían logrado establecer un vínculo imposible de romper. Ella – por primera vez en una relación – no sentía miedo de ser traicionada, ni tenía malos presentimientos en su cabeza sobre el futuro. Sin embargo, el día no era cualquiera. La fecha estaba marcada en el calendario desde hace unos cuantos días atrás…

Para Claudio no era fácil asimilar lo que Beatrice padecía. Aún estaba en shock luego de escuchar sus palabras, y le era inevitable pensar en alguna posible tragedia para ambos. Sí, ambos, porque ella no era cualquier mujer en su vida. Ella era mucho más. Si “algo” sucedía, todo acabaría de forma muy dolorosa, pues no existía en el mundo otra persona como ella. No existía otra Beatrice.

Ella era su mundo. Su vida.

Y en cuestión de algunas horas la mayor prueba estaría frente a ambos para tratar de detenerlos en la carrera que habían decidido emprender. La muerte iba a tratar de alcanzarlos. El cáncer daría su último y brutal ataque con muchas probabilidades de vencer en la ardua batalla. Una vez más, no pelearía contra el más terrible de los males – a como ella tanto pensó – sino que lo haría contra sí misma, en un combate épico, el más complicado de todos. El cáncer nunca se quedaría de brazos cruzados. Justo al final, daría su última jugada, poniendo en juego todo el poder que poseía en su deforme anatomía.

Por tal razón, la fecha no era cualquiera. Claudio apenas lo sabía, y a pesar de que se esforzaba en mantener una tranquilidad pasiva en sus ojos, los nervios lo mataban con la misma lentitud con la que había hecho el amor un día atrás. La muerte era quien ahora trataba de hacerle el amor, llenándolo de pensamientos fatalistas con penumbras ciegas y punzantes. Él estaba en un trance profundo, víctima de los primeros encantos de la dama sagrada.

Sintió terror. La sangre se le congelaba cada vez más, destruyendo sus venas y acabando con los órganos de su cuerpo. El pánico se apoderaba de él de manera silenciosa. Todos sus pensamientos no dejaban de girar en torno a la misma cosa, y las imágenes de su cabeza se imprimían frente a sus ojos en lo abstracto de su visión.

Terror.

Derrota.

Estaba a horas de perder todo cuanto soñó alguna vez. Los momentos habían sido hermosos a su lado, desde el principio hasta el final. Obviamente, por nada del mundo quería que ella fuera a convertirse en un recuerdo triste del pasado. No quería arriesgarla. Ella le había mostrado hasta los más recónditos espacios de su alma y él amó cada uno de ellos como si fueran los más bellos existentes. Se había enamorado de la mejor mujer del globo terráqueo y había enloquecido por ella. Sus defectos oscuros eran bonitos para él. Todo era hermoso. Todo lo que formara parte de ella.

“Ella” …

Ella …

Muerte.

No. No podía pensar más en eso.  Las cosas saldrían bien, claro que sí. Luego, todo volvería a la normalidad y el camino a recorrer empezaría a retarlos. Harían cualquier cosa que se les ocurriera, viajarían, pelearían mil batallas más. Juntos. Nadie moriría aquel día. Eso era parte del proceso que ahora enfrentaban. Unas cuantas horas más, y juntos volverían a casa.

Por vez primera, Beatrice no sentía miedo. No obstante, no paraba de analizar las cosas que estaban por suceder desde un punto de vista muy distante de la realidad. Al contrario de su amado, no estaba en shock. Simple y sencillamente, no dejaba de interrogarse el porqué de su destino. Tantas cosas que habían sucedido, una guerra imparable que dio inicio cuando apenas era una niña, y a pesar de ello, no lograba comprender el porqué de todo.

¿Por qué tanto dolor? ¿Por qué tanto sufrimiento? ¿Por qué a mí?

Ahora que el último round de su guerra iba a comenzar, sentía que no estaba preparada para vivir sin ella. Pronto, el monstruo de su eterna pesadilla moriría y todo llegaría a su fin. Empero, algo había dentro de todo aquello que la incomodaba y la obligaba a meditar.

¿Era realmente ella la ganadora de la contienda?

En ningún momento sintió el sabor de la victoria. Siempre fue tristeza, dolor, angustia; lo que junto se puede resumir como un angustiante calvario.




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