Amanecía. El cielo apenas comenzaba a clarear en suaves tonos rosados, y una neblina costera cubría los ventanales de mi habitación con un velo sutil, como si el mundo también quisiera ocultar las huellas de lo ocurrido la noche anterior.
Me senté en la cama, abrazando las sábanas, como si dejar de aferrarme a ellas implicara caer en una realidad más dura. La habitación aún olía a sal y a su perfume, el cual se había impregnado en mi ropa y en mi alma. Una parte de mí quería correr a buscarlo, repetir la noche, alargar el hechizo. Pero otra, más obstinada, intentaba obligarme a recordar quién era y por qué estaba allí.
Mi teléfono vibró. Era un mensaje de Estela.
“Todo bien. No te preocupes por hoy, avísame si necesitas hablar.”
Mi pecho se apretó. Mentirle dolía más que el insomnio, más que la confusión que fragmentaba mi mente. Pero la voz de Adrien, esa que retumbaba en mi memoria con dulzura, parecía prometer que valía la pena seguir andando, aunque el camino fuese incierto.
El sueño me agobiaba así que apagué la alarma de mi teléfono y le envié un mensaje al encargado del restaurante excusándome por faltar, dormiría unas horas y me reuniría con él para explicarle la razón de mi falta. Bueno de mi renuncia.
Me avergonzaba con Estela y mis compañeros, pero ellos no tenían que saber la verdad detrás del trabajo que realizaba, tenía el discurso pensado desde anoche: solo iba a convertirme en una guía turística para un extranjero. Si lo miraba desde esa perspectiva no estaba haciendo nada malo, ¿verdad?
Cada vez que cerraba los ojos era atormentada con el rostro de Adrien, las brillantes gemas con las que me miraba y esa dulce sonrisa que me estremecía, me sentía enloquecer y los recuerdos de la noche anterior me inundaban. Sn cuenta, la noche voló y la medianoche nos obligó a separarnos, como el gran caballero que él era o quizás fingía ser, me acompañó hasta mi habitación.
Obviamente sin olvidarse de darme las buenas noches y prometer que me buscaría para el desayuno.
Tenía que levantarme, tal vez un baño me aclararía la mente. O quizás no. Pero si iba a empezar a escribir una nueva historia con él… debía quitarme de encima la última página del guion anterior.
Fijé con una crema mis rizos rojizos y salí de la habitación, no sin antes arreglar mi maleta y todas mis posesiones. Debía dirigirme a conversar con el encargado y una vez renunciase tendría que desalojar la habitación que compartía con Emily, solo les daban alojamiento a los empleados, a los voluntarios y a las personas que pagaban por una.
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Después de suspirar toqué a la puerta de su oficina, mi exjefe me invitó a pasar y luego de explicarme prometí entregarle la llave por la tarde, mientras encontraba un sitio para quedarme y la limpiaba en agradecimiento a la oportunidad que me dieron. Para mí parecía algo normal o común, pero las facciones del encargado cambiaron y la respuesta que me dio, nunca la esperé.
—¿Y dices que vas a irte así, sin más? —preguntó Rolando, y cruzó los brazos sin ocultar su desdén.
—Sí —respondí, con suave firmeza—. Ya no tiene sentido quedarme. Estoy agradecida por la oportunidad, pero necesito irme.
Rolando me miró sin parpadear. Luego, se levantó y dio la vuelta a su escritorio con un paso tan lento, que tuve que parpadear para comprobar que no lo miraba a cámara lenta, como si quisiera marcar cada paso.
—Te vi trabajar. Eres eficiente, educada y… muy bonita también —dijo, deteniéndose justo a mi lado.
Intenté sonreír con cortesía, aunque mi cuerpo se tensó.
—Gracias. Valoro su opinión profesional.
Él soltó una risa breve, seca.
—No seas tan formal, Camelia. Sabes que, si necesitas algo, lo que sea, puedes decírmelo…
Sus dedos rozaron una de mis ondas sueltas. El gesto fue breve y suficiente para helarme la sangre. Me incorporé de golpe.
—Solo vine a entregar esto —le tendí la llave sin mirarlo a los ojos—. Gracias por todo, de verdad.
Su mirada cambió, como si la negativa hubiera herido su orgullo.
—Tú misma te estás cerrando las puertas, yo solo intento ayudarte.
—No necesito ese tipo de ayuda —respondí, esta vez sin temblor.
Y sin esperar respuesta, me alejé para salir.
El señor Rolando tomó mi mano y me pidió que tomase asiento, luego deslizó sus dedos por las ondas de mi cabello. Era curioso como ayer con un completo extraño me daba un efecto contrario ante su contacto, en cambio con este tipo abusivo sentía miedo y repulsión.
Y no era porque Adrien fuese guapo, el señor Rolando no era feo, debía tener cerca de cuarenta años, pero lucía un cuerpo fitness, con una complexión musculosa. Contraria a la delgadez de Adrien. Además de tener un rostro apuesto y limpio sin barba. Aunque Adrien sí que utilizaba una ligera barba cubierta de vellos color ámbar, ¿por qué justo en éste momento los comparaba?
Era una pregunta a la que no podía, no, yo no quería darle respuesta. Adrien me gustaba y me resultaba atractivo, y algo más, esa pureza que expresaba en su rostro y su voz suave. La manera tan dulce de tratarme… sin duda no podría enumerar cada una de las cosas que me resultaban agradables. aunque si tenía certeza de que los diferenciaba, mi nuevo jefe no me había acosado ni tenía malas intenciones hacia mí.
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Editado: 25.10.2025