Romeo y Julieta fue una historia romántica sobre un par de enamorados que duró tres días y dejó seis muertos en consecuencia. Pero claro, hay que acotar el hecho de que los apasionados amantes tuvieron un final trágico, con el suicidio de ambos.
Hay algo perturbador en eso, ¿podría alguien amar con mortal locura en sólo tres días?
Mi psicólogo, de seguro me diría que estaba tratando de llenar mi vacío interno con un completo desconocido. Aunque yo podría afirmar que no. No amaba a éste hombre, a pesar de que, con solo su mirada verdusca, me llevara a temblar hasta la médula. Y a obedecer cada una de las palabras que sus dulces labios pronunciasen sin chistar.
Si, tenía una loca atracción por él. Estaba de que no era amor, solo una enfermiza atracción y lo que más temía no era enamorarme de él, sino a él. La culpa y el miedo es algo común, que te acompaña después de hacer algo que crees peligroso, dañino, malo o inmoral.
Todas esas sensaciones me acompañaban en la cama mientras miraba a Adrien durmiendo a mi lado. Su fragancia aún flotaba en el aire, como si hubiera impregnado las paredes con ese aroma imposible de definir: cítrico, como una rodaja de naranja recién cortada, y a la vez amaderado, como leve olor de un tronco de cedro. Fragancia que parecía acariciarme y apretarme el pecho al mismo tiempo.
Inhalé con la duda instalada en mi estómago: ¿por qué algo tan placentero me hacía sentir tan culpable?
Adrien dormía plácidamente, su respiración acompasada, tan suave que parecía que el aire no entraba por sus pulmones, sino que salía de algún punto invisible de la habitación. La luz matinal atravesaba la ventana de su habitación y se colaba entre las rendijas de la persiana, dibujando pálidas líneas sobre las sábanas blancas. Esas mismas sábanas que habían sido escenario de deseo… y ahora, de vergüenza.
Lo miré en silencio. Él tenía la cara vuelta hacia su lado de la cama, una expresión apacible, casi infantil. Pero algo en esa calma me inquietaba. ¿Podía un hombre tan profundamente dormido guardar secretos tan densos? ¿O era precisamente esa calma la máscara de un manipulador?
Adrien era un enigma: tierno hasta el delirio, atento, seductor sin esfuerzo… aunque, ¿no había algo en sus silencios que me provocaban escalofríos? No una frialdad, sino algo más sutil. Una inteligencia que tomaba nota de todo, incluso de lo que yo no decía.
Suspiré mirando el techo y la culpa volvió a alojarse en mi pecho, ¿habría sido todo distinto de haber aceptado estar con Cristian?
No, por supuesto que no, como dijo Estela: «eso pasaría tarde o temprano». Una discusión que ni se molestó en resolver y ya estaba en la cama que compartíamos, con otra mujer.
Por otro lado, dicen que una característica visible de un sociópata es que nunca puedes decirle “No” y que la culpa te acompaña siempre, pero, yo no emitía negativa alguna a este hombre por la atracción que sentía hacia él, era tan guapo y tierno conmigo que deseaba cumplir todas sus exigencias, aunque más que exigir, cumplía todas aquellas fantasías mentales que dentro de mi cabeza guardaba, principalmente sexuales.
¿No se había molestado por exponerme al peligro?, quizás lo estaba pensando de más y no era un psicópata de esas series que tanto solía mirar por televisión, ¿cómo podría dormir tan profundo alguien cuya consciencia juzgaba?, bueno si era un psicópata la consciencia no le afectaría.
Estresada me mordí los labios y llevé la almohada a mi rostro, mi cerebro no dejaba de trabajar en teorías locas.
Sentía que ya mi mente no me pertenecía: debatiéndome entre el recuerdo y la imaginación, entre lo que realmente ocurría y lo que la ansiedad me fabricaba. ¿Estaba enamorada o atrapada en un juego que no comprendía? Las fantasías que había proyectado en él —mis propias fantasías—, se volvían contra mí.
—uau, já é de manhã? —pronunció Adrien mientras se rascaba los ojos y me veía adormilado.
—Sí ya es de mañana, voy a ducharme.
Le dije luego de darle un beso en la mejilla y levantarme de la cama.
La paranoia no gritaba, susurraba. En el roce del agua de la ducha, en los pasos de Adrien moviéndose por la casa, en el modo en que me miraba. ¿Y si todo era parte de algo más oscuro? ¿Y si la dulzura era una trampa?
Cuando terminé de ducharme pasé por la habitación entreabierta de Adrien y me fijé en que ya se había levantado, encontrándose en el baño de su estancia. Terminé de arreglarme e hidratar mis rizos en el espejo de mi habitación.
Entonces, la voz de él se filtró desde la cocina:
—Preparé café…
Y otra vez, la duda. ¿Era ese gesto una caricia sincera o el anzuelo de un cazador?
— Pediste mucha comida.
Preguntó Adrien con una gran sonrisa mientras metía el pollo, las papas fritas y el pan en el microondas, puso la ensalada en el encimero bar y dos platos, se agachó en busca de la helada gaseosa que venía con la comida y sirvió dos vasos para nosotros.
Había algo en él que le hacía brillar, quizás fuesen sus húmedos y dorados rizos al contraluz, la elegancia con la que se movía o su jovialidad. Quizás era felicidad y lo radiante que se veía, terminé contagiada por él, sin saber por qué, yo también sonreía emocionada mientras degustábamos nuestro desayuno.
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Editado: 18.07.2025