Estela.
Lo pospuse hace mucho tiempo, debido al último año que había cursado. Un caos de obligaciones y pasantías. Y gracias a que me ofrecí a cuidar a Camelia congelé el que sería nuestro año final para graduarnos. Aunque no lo hice solo por ella, sino que necesitaba, anhelaba descansar. En vacaciones trabajaba el doble y al entrar a clases, las tareas y el trabajo nos agobiaban, así que, emocionada comencé a ver el primer capítulo de la última temporada de Game of Thrones, mi serie favorita sobre la faz de la tierra.
Comiendo palomitas de maíz y bebiendo una helada gaseosa mientras, terminaba de ver el segundo capítulo. Me sentía tan risueña y emocionada, cuando de pronto la puerta se abrió de un portazo, y Alexander entró, mi jefe. El mejor amigo, del esposo, de mi mejor amiga: “Camelia”. Un poco confusa tanta descripción, pero más turbosa me encontraba yo, al mirarlo y no, no era porque llegase de forma repentina, al fin y al cabo, me contrató para que cuidase su casa en Piura, entre Máncora y Vichayito, lejos de cualquier civilización citadina o pueblerina, vivía el.
No de forma definitiva, su verdadero hogar estaba en Lima, aquí venía solo a divertirse y holgazanear, viciaba en las discotecas y casinos que habían alrededor, por lo que pisaba esta casa sólo al amanecer y en exclusiva para dormir, asearse y nada más. Por tanto, mi confusión no era porque llegase a “su casa”, sino, porque lo hiciera a media madrugada, con la camisa abierta hasta la mitad, mostrando todo su musculoso y sudoroso pecho.
Mis hormonas revolotearon excitadas dentro de mí, con la imagen varonil que me regalaba él, de pie frente a mí, en el umbral de la puerta. Con esa exquisita y oscura ropa, que se ajustaba a su cuerpo y se marcaba por la humedad que drenaban sus poros, dejando tan poco a mi loca imaginación. Él se transformó en mi amor prohibido, mi amor platónico, ese que se le tiene a un artista famoso y sólo se le puede admirar de lejos, porque en realidad sabemos que él, nunca será nuestro.
—¿Puedes dejar de admirarme y venir para ayudarme? —preguntó con irritación y su acostumbrado acento narcisista.
Fue justo en ese momento que salí de mi ensoñación y me di cuenta de que todo lo que ocurría era real. Pero, mirándolo más de cerca, comprendí que había una sutil palidez cutánea en su rostro, su respiración era forzada y acelerada. Además del ligero temblor en su cuerpo, el sudor que lo bañaba era excesivo y frío al tacto.
—Abre la boca —pedí con mi voz más profesional.
Al inicio dudó, luego de una ligera batalla mental que enturbió su oscura mirada como la obsidiana, accedió y abrió su boca con una sonora ¡ah! Así que aproveché e introduje dos de mis dedos en su boca y masajeé con suavidad su úvula, el efecto fue casi inmediato, no pudo ni quejarse cuando se dobló casi hasta la mitad y comenzó a vomitar.
Lo sostuve y le di ligeras palmadas en la espalda, acompañándolo hasta que vació todo el contenido de su estómago en el suelo. En su mayoría era alcohol, bilis y restos de comida, algo amarillo y espumoso llamó mi atención. Aunque antes de que pudiese gesticular la más mínima palabra, se desmayó en mis brazos y su gran peso corporal me aplastó contra la pared.
El aroma del tabaco, el alcohol y su costoso perfume marino, me golpearon de lleno.
Entre asustada y asombrada, lo llevé casi a rastras hasta su habitación. Lo tumbé en su cama y lo acosté de lado por si acaso volvía a vomitar, le quité los zapatos y lo arropé. Como buena estudiante de medicina y siempre a la espera de atender a cualquiera que lo necesitase, tenía una caja de primeros auxilios dentro de mi maleta, preparada para cualquier ocasión.
Con ella en mano, regresé a la habitación de Alexander y preparé un kit para una punción endovenosa, coloqué el suero fisiológico a una altura suficiente y procedí a colocarle el catéter en la vena. A parte de un ligero brinquito, casi ni reaccionó, conecté todo y abrí el macro gotero al máximo para que el suero fisiológico al 0.9%, pasara a chorros por sus venas, limpiándole la sangre de la droga que le pusieron a su bebida o él mismo utilizó. No dudaba de ninguna de esas opciones, así que luego de asegurar bien el catéter, salí y limpié el suelo.
Al regresar con una taza de agua tibia y un pañuelo, él ya se estaba despertando. Me miró con confundido y a todo el equipo que había instalado desde su mano a la pared donde se hallaba el suero, parpadeó varias veces a medida que seguía cada uno de mis movimientos y de pronto sus ojos se abrieron con sorpresa, miedo y furia.
—¿Por qué hiciste eso? —inquirió molesto, mientras retenía mi mano derecha, con la que intentaba limpiar su rostro bañado en sudor.
—¿Incitarte a vomitar? —pregunté y ante su asentimiento, continué—: te drogaron o te pasaste en tu consumo, yo que sé. Lo importante era que, si no te hacía vomitar, dudo que llegases a tiempo al hospital más cercano para una limpieza gástrica —reí con sarcasmo—, déjame pensar, cuatro horas a Piura o unas tres a Tumbes ¿cuál prefieres?
—No te hagas la graciosa —respondió molesto—. Pudiste haberme avisado antes…
—No habría funcionado del todo, no hipeas y le avisas a la persona que la asustarás. Y, tampoco había mucho tiempo. Al principio me pregunté si estaba en medio de The Walking Dead e ibas a convertirte en un zombie o iba a darte un paro cardiaco ahí mismo —contesté entre risas, al pensarlo me detuve y me disculpé—. Lo siento, es un mal chiste, no debes haber entendido más de la mitad de lo que te he dicho.
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Editado: 18.08.2025