Cameron

2. Chico de revista

Aunque su madre intenta hacer de todo para ayudarlo, él no está cooperando en nada. Y, en dos días, ha evitado la comunicación con los psicólogos; se rehúsa a entablar diálogo con esas personas de apariencia amable que siempre están allí, sosteniendo blocks de notas entre sus manos y sonrisas comprensivas en sus caras; haciendo hasta lo imposible para que hable de sus sentimientos.

Se levanta de la cama y va hacia el baño una vez que el último hombre abandona la recamara, rindiéndose después de escucharlo llorar por cuarenta y cinco minutos.

Detiene su caminata para poder observarse en el enorme espejo de marco plateado del baño. Le toma segundos visualizar que se está viendo a sí mismo, porque solo puede ver a un chico de ojos grises con unas ojeras terribles.

Al notar su cara llena de pecas, solo desea deshacerse de ellas, porque él dijo que era lindo mientras acariciaba su mejilla, diciendo que se parecía a uno de esos niños ricos de los comerciales televisivos.

—Ah, pues eres uno, ¿verdad?

—No, no lo soy.

—Bueno… quienes lo son siempre dicen eso.

No lo es, por supuesto que no. Nunca ha sido un niño lindo; solo es alguien que parece ser débil y siempre da, inconscientemente, la idea de necesitar protección. Ya le han dicho varias veces que es demasiado inocente para enfrentarse a la parte cruel de la vida.

Era ese rayito de esperanza en la completa oscuridad. Quien te hacía cuestionar tus comportamientos cuando dañabas a otro.

El niño que exhalaba optimismo y amor hacia la vida ahora parece un cadáver. Es un montón de piel pálida y bolsas de carbón bajo los ojos, no un chico de revista, ni mucho menos alguien que podría aparecer en un comercial televisivo.

—Nunca me había visto tan horrible —murmura, cubriéndose el rostro con las manos.

—Bueno, eso es cierto.

Ve el reflejo de Cameron en el enorme cristal. Está recargado contra el marco de la puerta. Sostiene un bate de béisbol color rojo carmín, no deja de pasarlo de una mano a otra mientras le mira con algo frío en sus ojos.

—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunta Ashton—. Mamá puede verte.

Abre el grifo, empapándose el rostro con agua fría. Siente que va a desmayarse en cualquier momento, y no tiene idea de por qué.

—Pues… resulta que me aburro bastante, ya sabes. ¿Quieres jugar béisbol?

—No me gusta el béisbol.

—¿Por qué no? A mí me encanta golpear cosas.

—Es violento.

—Algo… ¿rudo?

 Sostiene el bate con ambas manos, rodeando la parte trasera de su cuello y apoyándolo recto en sus hombros. Cameron luce excesivamente grande y fuerte a su lado; puede ver los músculos de sus brazos apretarse contra la tela blanca que los cubre.

—S-sí.

—Todo lo contrario a ti.

Se seca el rostro con una toalla, intentando ignorarlo. Por un momento, se concentra en sus dedos, viendo las largas y huesudas falanges cubiertas de piel clara como porcelana, están temblando tanto que le asusta, pues ni siquiera tiene frío.

El reflejo del espejo está a su lado, otorgándole una media sonrisa que forma hoyuelos en su piel canela. Acerca su mano hasta poder tomar la de Ashton y la aprieta, intentando hacer que entre en calor.

 —Parece que tienes mala circulación sanguínea. ¿O es que estás temblando porque me tienes miedo?

Ashton le mira y siente nervios, mas aun así se las arregla para negar con un vacilante movimiento de cabeza.

La sonrisa en los delgados labios de Cameron crece. Suelta su mano una vez que elevar su temperatura corporal se vuelve una tarea difícil. Y, en cambio, logra calentar otra parte de su cuerpo, dejando un beso inocente en su frente, que de cualquier modo, sonroja hasta lo imposible las mejillas del más joven.

—Eres mi chico de revista, ¿lo sabes, cierto?



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En el texto hay: lgbt, amistad, violencia

Editado: 28.08.2018

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