Cameron

4. Vomítalo

El doctor se llama Nelson, tiene una enorme barba que llega hasta su estómago y usa lentes resguardando unos ojos azules, similares a los suyos. Le mira con interés, sosteniendo un bolígrafo.

—Y cuéntame, Alexander, ¿cómo te has sentido últimamente?

—Ashton —murmura, sin levantar la vista de su regazo.

—¿Perdón? —El médico le mira con atención—. ¿Qué dijiste? No logré escucharte.

Él se limita a cruzar los brazos sobre su pecho, ignorando las constantes preguntas hasta que mamá decide intervenir.

—No le gusta que le llamen Alexander, todos le decimos Ashton.

—Oh, ya veo. ¿Cómo definirías tu salud en esta última semana, Ashton?

Traga saliva, un nudo se forma en su garganta debido a todo lo que está callando. Se siente mareado, tiene insomnio y cree que va a desmayarse en cualquier minuto. Dios, siente que está muriendo. Necesita que mamá le abrace.

—Bueno, nuestro psicólogo particular ha estado intentando diagnosticarlo, mencionó unas pastillas para dormir —responde Elizabeth, después de una larga espera que terminó con más de cinco minutos. Su voz es cansada y muestra algo de vergüenza, posiblemente esté muriendo de lástima en su interior.

—Hipnóticos. Sí, podría funcionar. Pero necesito un diagnóstico. ¿Algún malestar, muchacho? ¿Dolor de cabeza? ¿Ansiedad? ¿Mareos? ¿Has tenido visiones de cosas que en realidad no existen?

Niega cuatro veces con movimientos de cabeza. Se siente perturbado porque sabe que está mintiendo. Algo en los ojos del hombre le dice que él está al tanto de todo; sabe sobre Cameron y su historia. Dios, solo quiere abandonar ese lugar antes de cometer un error que lo delate.

—De acuerdo, creo que los hipnóticos estarán bien por el momento.

El anciano le sonríe a ambos, pero Eli es la única persona que regresa el gesto. Ashton se levanta del sofá una vez que acaba de escribir la receta.

—Cariño —dice mamá sonriendo incómodamente mientras le observa—, ¿podrías esperar en el auto un par de segundos?, necesito decirle algunas cosas al doctor.

 Llegan a casa.

Su progenitora coloca tres píldoras diferentes en su mano y un vaso de agua. Le obliga a tragárselas en la cocina.  

Cameron está sobre la cama cuando abre la puerta de la habitación. Tiene nuevamente el bate de béisbol, le apunta con él como si fuese un arma de fuego y finge disparar cuando cierra la puerta. Luce como un soldado en el campo de batalla sabiendo que la guerra está a punto de ganarse. Y eso hace que todo en su cabeza se revuelva como si fuese un remolino.  

—¿Qué tal todo, bebé?

—Mal —murmura, sentándose en el borde de la cama.

—¿Y dónde están? —cuestiona, observándole con curiosidad y emoción.  

—¿Qué cosa?

El moreno rueda los ojos, pero continúa sonriendo. De repente está a su lado, apoyándose en sus rodillas y mirándole como un niño esperando recibir un paquete de dulces.   

—Las pastillas —Casi gime, dándole a entender que su pregunta era tonta y que ya debería saberlo desde antes—, quiero verlas.

—Mi madre se quedó con ellas, las tomé antes de subir.

—Esa perra —El chico maldice entre dientes, negando con un movimiento de cabeza. Sus ojos se ven sombríos y también eso endurece su semblante—. ¿Cuantas fueron?

 —Tres.

Los ojos de Cameron se abren hasta parecer inmensos, como si propiciara la peor noticia del mundo;  de esas que traen plagas y muertes consigo.

—Vomítalas —dice al instante. No como sugerencia, eso es una orden.

—¿Qué? —inquiere, confundido. Lo murmura tan bajo que está dudando sobre si lo escuchó.

—Vomítalas, esas mierdas van a envenenarte.

—No lo creo. El medico dijo que son para que logre dormir.

—¿Dormir? No necesitas dormir —El muchacho se levanta de la cama, mirándole con preocupación. Parece que está a punto de obligarlo a hacerlo.

—Sí, necesito dormir.

—Ashton, esas cosas te harán dormir más de veinte horas. ¿Es que no prefieres hablar conmigo?



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En el texto hay: lgbt, amistad, violencia

Editado: 28.08.2018

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