Lunes 4 de abril de 2016
Mila
Dejo la mochila sobre el suelo mientras saco y meto mis libros en el casillero. Me toca Cálculo y quiero morir. Odio esa clase, no me va mal, pero es muy monótona. De repente, casi todos los estudiantes se quedan mudos y las pocas voces que permanecen en el pasillo se apagan de a poco. Cierro mi casillero y volteo para ver hacia dónde se dirige la mirada de todos los presentes.
Tres chicos pálidos, aunque notoriamente atractivos, vienen caminando por la entrada principal del instituto, llamando la atención de todos con sus brillantes sonrisas y despeinados cabellos. Sus atuendos tienen estilo, aunque supongo que ninguna chica concuerda conmigo, seguramente en sus traviesas mentes no tuvieron tiempo de apreciar dicha moda antes de dejarlos sin nada.
¡Oh por Dios, más intentos de badboy! Pero qué sorpresa.
Pienso sarcásticamente mientras modelan por el pasillo y todas las mujeres babean con cada paso que dan, yo solo observo la escena con cierta burla en mi rostro. No puedo creer que todas caigan tan bajo, ni siquiera los conocen y ya se derriten por ellos. Además, por lo que veo son unos mujeriegos de la cabeza a los pies, unos rompecorazones sin pudor alguno.
De improvisto me siento vigilada, por instinto busco esa intensa mirada y me encuentro con que uno de los badboys nuevos me está examinando fijamente, al parecer trata de intimidarme, lo cual no logra, pues aunque sus ojos oscuros son demasiado penetrantes, le sostengo la mirada.
Dan llega a mí con todo su grupo de amigos y es cuando retiro la mirada de esos insistentes ojos para ponerla en el castaño musculoso de enfrente. Él pone sus dos brazos a cada lado de mi cabeza, encerrándome, y me mira con actitud retadora, mirada que yo copio hacia él.
Genial, atrapada en los brazos de mi hermano contra un casillero... eso no se debe ver muy bien.
—Hablaremos de la basura que acaba de pasar —dice con tono molesto, se separa de mí y con uno de sus brazos me rodea por los hombros llevándome con él al tiempo que la campana suena.
—Hablaremos más tarde, por ahora tengo clase —replico cuando veo que nos dirigimos al estacionamiento.
—¿No vas a venir conmigo? —pregunta soltándose de mí y haciendo cara de cachorrito con sus tiernos y abismales ojos.
¿Y a él quién lo entiende? Primero está enfadado, luego toma seriedad y ahora es infantil. La bipolaridad lo consume.
—No —respondo y me volteo lista para irme, pero siento que me coge del brazo y me voltea hacia él.
—Solo aléjate de los nuevos —me dice con odio en su voz y una chispa de dolor y enojo se siembra en sus pupilas.
—Como quieras hermanito, tú tranquilo —quito su mano de mi brazo y empiezo a caminar hacia el salón en el que tengo clase.
De todas maneras prefiero mantenerme alejada.
Llego al salón de Cálculo y doy tres golpes a la puerta. Del otro lado apenas oigo susurros, luego los tacones de la Srta. Velandia repiquetean contra el suelo del aula hasta llegar a la puerta, la cual es abierta y finalmente presencio como el cabello rojizo, los ojos verdes y los delicados rasgos de su rostro acompañan a su esbelta y curvilínea figura de veinticuatro años. Ella me examina de pies a cabeza con la mirada, mientras eleva una ceja inquisitiva y frunce sus labios con notorio enojo.
Ya tengo grabado su rostro enfadado y bravucón en mi memoria, pues nunca la veo con otras emociones en el rostro, mucho menos cuando estoy cerca, teniendo en cuenta que siempre llego tarde y le resto interés a la mayoría de sus "críticas constructivas".
—Señorita Jones —habla con sorna en su voz y me ve de arriba abajo—, ¿qué excusa tiene esta vez?
—Tuve que...
—Sí, lo que usted diga señorita Jones, solo siéntese y no interrumpa más mi clase —me interrumpe de manera abrupta abriendo más la puerta y permitiéndome dar un paso adentro.
—Pero usted preguntó...
—Dije que pasara no que hablara, Jones —me corta la oración molesta.
Diviso a Scar a lo lejos, sentada en el puesto de la esquina al lado de la ventana con un puesto vacío a su derecha, justo hacia ese asiento me dirijo.
Comparto Cálculo, Filosofía, Literatura, entre otras materias con Scar... y bueno, unas pocas con Diana, mi otra amiga. Las dos son mis mejores amigas y son licántropos de mi manada. Todas somos de República de Candilia, para ser exactos nos encontramos en su capital; Mandilia, América del Sur.
La pelirroja me sonríe de forma ladeada para luego rodar los ojos hastiada por la actitud de la Srta. Velandia. Scarlett y yo nos conocemos desde hace mucho tiempo, aún recuerdo cuando usaba su cabello color zanahoria recogido en dos coletas altas a lado y lado de su cabeza, para ese momento sus pecas resaltaban y sus ojos parecían dos linternas con batería ilimitada. Al crecer cambió como cualquier otra persona, se volvió más controladora en cuanto a sus emociones y suele ser gruñona la mayoría del tiempo.
Tomo asiento a su lado sonriéndole con complicidad, después de todo mi mejor amiga es la que me ha cubierto desde la infancia en muchos aspectos.
Velandia inicia su clase y como de costumbre la ignoro, luego tendré tiempo de estudiar su materia sin que su voz me irrite. Escribo lo que se copia en el tablero sin prestar atención, solo veo la tinta manchar mi cuaderno de manera delicada, nada más.
--TOC TOC TOC--
Tres toques fuertes en la puerta resuenan por el aula: otra interrupción.
Velandia resopla frustrada y se dirige a la puerta con pasos fuertes, haciendo repiquetear sus tacones por el suelo de madera tal y como hizo cuando yo llegué a clase hace apenas unos quince minutos. Abre la puerta frunciendo sus cejas, pero de inmediato relaja el gesto al admirar a los dos chicos pálidos y de cabello oscuro sonriéndole sin escrúpulos.
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Editado: 20.09.2022