Gerardo tenía la certeza de que la visita de su madre no era una simple sorpresa de una madre amante llena de la nostalgia por ver de nuevo a su hijo. Sandra se caracterizaba por ser fuerte, con carácter dominante difícil de contradecir en sus decisiones. Si se había tomado la molestia de viajar por unos doce mil kilómetros y más de dieciséis horas no era para un simple saludo y un simple beso maternal.
Como de costumbre arribaría del aeropuerto al hotel y en la noche él tendría que ir al apartamento donde se alojara a visitarla, después vendría lo habitual. Según el último mensaje ya estaba en el país esperando pasar por los controles aduaneros para luego embarcarse en un avión hasta la ciudad donde él había decidido habitar desde hacía unos 5 años.
Él ya se encontraba tranquilo, en esta diminuta ciudad con orgullo de capital departamental, encontró la paz mental que desde niño anheló.
Nacido como hijo único asistió a las mejores escuelas del antiguo continente, paseándose por las diferentes capitales, saltando cursos gracias a sus excelentes resultados, estudiando en las universidades inglesas, doctorándose por puro y mero capricho en España, solo para llevarle la contraria a Sandra que veía en el país un ejemplo de contradicción dogmática; entrenado en diferentes tipos de deportes, que iban desde la esgrima hasta las artes marciales, pasando por el atletismo, sentía que su vida se le agotaba con cada logro alcanzado. Donde muchos veían el éxito, él sentía cada vez menos oxígeno, era un náufrago.
Su madre lo había guiado bien, eso era innegable. Dedicada al extremo, le había hecho dar siempre el cien por ciento de sus capacidades, sin embargo, Gerardo siempre sintió la necesidad de huir.
Ya como doctor en ingeniería mecánica empezó una secreta búsqueda de oportunidades al otro lado del océano, donde sus padres no pudieran establecerse. Sus raíces no les permitirían abandonar aquello que los volvía fuertes. Así, al encontrar la primera oportunidad se estableció junto a una bahía contaminada, llena de la belleza intrínseca de los lugares tercermundistas subdesarrollados del nuevo continente.
Fue entonces cuando pudo empezar a dormir toda la noche, cruzar el océano le permitió librarse de las pesadillas.