Camino A Casa. En ti encontré mi hogar

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Durante el compartir de alimentos ambos trataron de continuar comportándose dentro de la formalidad. Isabella siempre se encontraba cerca de ambos y Johan se marchó a jugar futbol en la tarde. Al momento de partir la joven empleada del puerto se cambió de ropas dentro de la camioneta exigiendo vigilancia de su acompañante para evitar ser vista en ropa interior. Gerardo había nadado mientras los demás jugaban futbol y Gracia contemplaba el partido. En el mar las olas empezaron a levantarse.

El camino de regreso fue silencioso, él intentó abrir conversación en varias ocasiones de manera infructuosa. Al llegar al destino de la muchacha se bajó para abrirle la puerta. Al tomarla de la mano ella no le miró.

- No quise ofenderte- suplicó.

- No lo hiciste, fuiste sórdidamente honesto. Yo fui la que esperó que tu discurso tomara un giro diferente, la culpa es mía.

- Te necesito.

- Pues que pena, yo a ti no.

Él ingresó a la casa, se despidió de la madre de Gracia, quien lo recibió con la misma actitud fria de la mañana. Condujo hacia su apartamento sumiéndose en la miseria que le generaban sus propias promesas, su condición y su familia.

En la empresa la semana inició dentro de la absoluta normalidad para ambos. Aunque el gerente empezó a experimentar dolores de cabeza esporádicos.

Nina le comentó a su ahora amiga, que el jefe se la pasaba encerrado trabajando sin parar y que casi ni almorzaba. Recibiría una visita de los proveedores de las grúas pórtico y eso lo tenía en un estado de estrés absoluto. Ella hacía como si no escuchara.

Al iniciar sus clases se veía obligada a salir terminado el almuerzo los jueves y los viernes. En las tardes sin clases aprovecharía para quedarse estudiando en su cubículo. Durante las mañanas atendía lo referente al ingreso de cruceros como una intérprete del área, en ocasiones colaboraba con recepciones de ciertos personajes o tours por el aviario del puerto. Mente ocupada.

- Gracia te llaman de talento humano, te falta una firma de la beca- le informó la secretaria del área.

- Dale. Ya regreso.

Caminó sin prisa. Era un soleado día con ráfagas de brisa marina. Un grupo de turistas se estaban acomodando en la vagoneta. El más joven del grupo la llamó con una duda acerca de la ubicación del fuerte San Felipe, respecto del centro histórico.

- ¿Es muy lejos? - el acento era fuertemente delatador pensó la chica.

- Depende, a estas horas el sol no ayuda, se siente muy lejos. Que mejor los lleven en el transporte- dijo con tono amable.

- Si requiero que vengas, ¿te dejan?

- No, solo soy interprete acá en el puerto.

- ¿En la noche estas libre?

- Nunca. Le dejo, feliz visita.

- Espera, no lo tome a mal, es solo cortesía ante una bella mujer.

- No lo tomo mal, es solo mantenerme en mi lugar.

- Insisto. Por lo menos recíbame este detalle- le entregó un pequeño cofre de mano-factura en madera- eres una niña muy bella, un tesoro, para otro tesoro.

A ella le hizo sonreír la insistencia del muchacho y terminó aceptando el cofre lleno de chocolates. Deliciosos chocolates. Solo caminó unos doscientos metros cuando se le cruzó Gerardo, quien estaba acompañado de un operador. Las manos en los bolsillos, la mirada fría, una bella camisa de jeans y el cabello arremolinado por el viento. Él había visto la escena de lejos.

- Señorita Pedroza, un gusto verla- ella no logró distinguir si era un reproche, ya que en toda la semana ignoró sus mensajes y llamadas.

- Hola jefe, igualmente. Permiso.

- ¿Qué lleva en la mano?

- Un regalo, un turista que me hizo un presente.

- ¿Cree prudente recibir obsequios de nuestros visitantes?

- En los estatutos no dice nada al respecto.

- ¿Le gustan los chocolates?

- Si- después de responder lo pensó mejor, no podía darle ideas- aunque no los como mucho. Con permiso.

- Estamos dando una ronda por la zona de operaciones, venga con nosotros.

- Debo ir a talento humano a firmar un documento- hizo ademán de marcharse.

- Yo la acompaño después.

- Señor…

- Vamos.

La hizo caminar por toda el área. Escuchar al operador explicar el estado de cada una de las grúas, se regocijó en verla al borde del fastidio. Una pequeña venganza por ignorarlo.




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