Nunca antes había sucedido algo tan repentino en el puerto: el oleaje de la bahía se enfureció de un momento a otro, la brisa soplaba en todas las direcciones, los controladores de buque no daban crédito al repentino cambio en el pronóstico del tiempo. Las operaciones se detuvieron de forma emergente. Los operadores de grúa bajaron rápidamente de sus equipos.
El teléfono de la oficina sonó.
Gracia se puso de pie. Lo miró nuevamente directo a los ojos. Sobreponiéndose a todo posible sentimiento se acorazó, de la misma manera en la que había respondido a Raquel en la jornada de sanidad interior donde solo había recibido la inteligencia como cualidad alguna.
- Solo deseo que seas mi amigo.
Sin más salió de la oficina, inclinando la cabeza para que Nina no pudo era notar algo en su rostro o labios.
- Listo, nos vemos a la salida.
- Ok.- Dijo sonriente la secretaria sin levantar la mirada del computador.
El gerente general quedó en silencio, sorprendido, herido. El pecho se le agitaba, el dolor de cabeza volvió a aparecer, un fuego que le quemaba el alma empezó a corroerle la piel. Gracia lo había lastimado. Gracia lo había incitado a un beso para restregarle sus propias palabras en la cara. “¿De dónde carajos sacó tanto valor?”.
El repiquetear constante del teléfono lo sacó un poco de su desconcierto. Al levantarlo le informaron del repentino cambio del tiempo atmosférico. Se dirigió a la ventana y vio no solo una bahía transformada en un mar de intranquilidad, sino que también el viento mecía los contenedores apilados en los cubículos del puerto. “Ahora esto”.
Respiró profundo. Trató de concentrarse en el trabajo. Hizo llamadas, dio instrucciones, salió de su oficina con grandes pasos largos. Al llegar al puerto el mar se estaba calmando, mas no el viento.
- ¿Qué sucedió? - Preguntó a un coordinador.
- No lo sabemos señor, fue repentino.
- ¿Ya consultaron?
- Si, ningún informe.
- ¿Perdidas de carga?
- De momento no.
De camino a su cubículo Gracia sentía como la brisa arremolinaba su cabello, levemente era levantada por las ráfagas. Con una tímida sonrisa recordaba que su papá siempre le decía que debía tener cuidado de pararse en la avenida Santander durante los primeros meses del año porque la brisa podía llevársela debido a lo menuda y pequeña que era. Eso fue en sus tiempos de estudio de pregrado, cuando la máxima preocupación era alcanzar a leer todo cien años de soledad antes del primer corte del semestre mientras cumplía con lirica regional, literatura española, semiótica, sociolingüística y comunicación.
Bloqueó sus emociones con esos pensamientos creyéndose remedios la bella levantada en un torbellino, perdiéndose entre las sabanas y alejándose de macondo para siempre. Al llegar a su lugar respiró profundo, colocó su lápiz en la boca y continuó con su lectura dando paso a la calma en su corazón. Gerardo no iba a jugar con ella. Estaba decidido.
En el puerto el viento se calmó. No hubo accidentes, solo la reacomodación de algunos contenedores. Gerardo ya más calmado de tantas cosas salió del puerto. Necesitaba un descanso, su piel aun ardía.