Camino A Casa. En ti encontré mi hogar

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- ¿Sabes que el jefe otra vez está incapacitado?  - fue el saludo matutino de Nina.

- Me estoy enterando por tus palabras. - dijo indiferente.

Alguien pasó por su lado dando lo buenos días con una sonrisa a ambas chicas. La secretaria de gerencia sonreía tímida.

- ¿Qué está pasando? - inquirió la joven del área de turismo con una sonrisa dubitativa.

- ¿Te acuerdas de Jaime?

- No

- El operador que se ofreció a llevarnos el día que salimos a las ocho de la noche.

- Ajaaaaaaa….- expresó sin palabras.

- De alguna forma consiguió mi número, hemos estado dialogando. Es muy formal, siempre busca la manera de cruzarse conmigo en cualquier momento. - había un dejo de timidez y alegría en la voz de la muchacha.

- ¿Entonces andas de conquista?

- Noooo!!!!!, solo me estoy dejando cortejar.

- ¡Vamos quien habla de cortejar en estos tiempos!

Ambas sonreían con ganas. El muro en el corazón de La niña linda se había agrietado un poco, sin embargo, ver a su amiga superar al jefe era un gran motivo de sincera alegría.

Luego de los cruceros se pasó por el escritorio de su amiga y disimuladamente miró si el gerente había regresado o no. Al terminar la jornada le quedaban libre un par de horas que generalmente empleaba en caminar hasta la biblioteca de la universidad donde esperaba las clases en medio de lecturas.

Lo pensó reiteradamente.

Al llegar al edificio entró sin anunciarse, el portero la reconoció de inmediato. El señor nunca recibía visitas, dos veces de una misma persona era todo un acontecimiento.

Gerardo escuchó la puerta. Extrañado se levantó de la cama para abrir.

- ¡Niña malvada! - dijo entrecerrando los ojos.

- ¿Qué te pasó?

- Solo fiebre.

- ¡Déjame pasar!

- No.

- No seas tozudo.

- No acepto en mi casa personas que me hieren.

- Jaaaa…¡qué haremos con el herido! Entonces aceptas a cualquier otra.

- ¿Cómo así?

- A cualquier otra persona- corrigió para no delatar sus inseguridades.

- No, aquí no viene nadie y tú tienes prohibida la entrada desde ayer- dijo intentando cerrar la puerta.

- El portero no me lo informó- trataba de entrar por debajo de su brazo aprovechando las diferencias de estaturas.

- Pues el muy descarado portero responderá por este agravio que me está causando tu intromisión en mi apartamento.

- Deja der ser tan infantil. No creo que vayas a informar de eso, no te gustará que lo despidan. – lentamente se acercó de frente, tocó su brazo con el dorso de la mano en ligera caricia, “Dios en qué me he convertido” - tú no eres así.

- Solo te dejo pasar con una condición- puso su habitual mirada pícara.

- Dime- con seguridad en sí misma.

- Si me saludas con un beso como el de ayer- entrecerró los ojos.

- Mis besos, yo decido a quien dárselos.

- Mi apartamento, yo decido quien entra.

En un impulso Gracia prácticamente se le colgó del cuello, rápidamente le depositó un ligero beso en los labios y, aprovechando el aturdimiento inicial del joven, pasó por debajo de sus brazos sin que él lo advirtiera.

Gerardo sonrió, a pesar de que le era molesto por momentos, en general toda la situación le resultaba bastante agradable. Ya estaba entendiendo como era el juego, ella era la que quería tomar las decisiones. “Esta disputa de poderes va a ser interesante” pensó. En el fondo, las anómalas circunstancias no rompían la promesa que hizo al salir de su tierra, en su enfática negativa al legado familiar.

Gracia no se sentó, la poca osadía que empleó estaba agotada. Miraba en todas direcciones menos a Gerardo. Él se acercó recostándose al espaldar del sillón para quedar un poco más a nivel de sus ojos. El silencio de ambos denotaba indecisión respecto del paso a seguir.

Gerardo le extendió la mano, ella aceptó entregando la suya, la atrajo hacia su pecho y la abrazó. El aire de su cuerpo era agitado, ella lo podía sentir, él besó su cabeza acariciando su cabello.

- Perdóname Niña linda, no debí meterme en tu vida. Fue irresponsable de mi parte decirte en la koinonía una declaración tan ambigua. Eres única para mí, aunque no logres entenderlo.

- No debí besarte, la venganza envenena el alma. – sollozó, se separó- Gerardo, no me busques, te me estas metiendo en el corazón, eso no es justo.

El vio la profunda tristeza que albergaban eso ojos negros. El juego de poderes terminaba allí, en ese instante. Solo pudo asentir.




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