Fedor decidió tomar las riendas de las decisiones; durante cinco años Sandra fue quien manejó a su manera todo lo relacionado con su hijo. Manteniendo las explosiones de carácter de ambos en calma. Sin embargo, era hora de cambiar de táctica, seguir las de su esposa lo habían llevado una y otra vez al mismo muro que su hijo en vez de derribar fortalecía.
La estrategia de Sandra era con énfasis en las responsabilidades familiares, los deberes y el espacio suficiente para la toma de decisiones. Esperar, de manera que la misma tierra forzara a Gerardo al regreso. Una estrategia sin fruto.
Era hora de usar sus habilidades como estratega, aunque su hijo no fuera el enemigo, era un digno contrincante atrincherado en su terquedad. Entonces tenía que demostrarle que sus muros podrían perfectamente caer desde adentro.
Allí sentado en la avenida del arsenal, tomando una limonada esperaba paciente a que él llegara después de la jornada laboral. Lo citó sin comunicarle palabra alguna del asunto a su esposa.
Contemplar el vaivén de las olas le recordaba las muchas luchas libradas en su vida. El agotamiento poco a poco acaparaba sus emociones. Él, siempre de carácter firme, tomó el lugar de su padre forzado por la muerte prematura de este, a los 14 años había iniciado su entrenamiento y tres años después ya estaba al frente de todo. La tarea inicial fue extraordinariamente dura; contó incondicionalmente con el apoyo de su madre quien resguardó todo lo que pudo durante el tiempo de preparación de su hijo.
Cuando Fedor cumplió 21 años, ya parecía un hombre de edad madura gracias a su estilo de vida. Su madre tomó entonces la decisión de presentarle a Sandra como su futura esposa, sus dones la hacían perfecta para él. Al verla por primera vez quedó deslumbrado por su belleza, con el tiempo aprendería a quererla, lo sabía, pero pasó mucho tiempo para que su corazón la abrigara. Ella, ahora convertida en la mujer de su vida, aun resentía de los años que fue tratada como amiga, confidente y amante, mas no como la mujer amada.
Se acorazó, se refugió en la crianza y preparación de su hijo desde lo académico hasta las habilidades físicas con detalle. Sandra era calculadora, controladora en toda medida, pero su amor por su descendiente la hacía titubear en cuanto a decisiones determinantes.
Fedor se conocía bien, amaba a esa mujer, odiaba no dejarla tomar las decisiones. La añoraba siempre, pero cuando la vida inicia su descenso se toman disposiciones drásticas por el bien común.
- Padre- saludo de su hijo al llegar al lugar, con la habitual inclinación de cabeza.
- Toma asiento- los mismos ojos de su madre, pensó- ¿deseas tomar algo?
- No, gracias. Espero que estés disfrutando de tu estadía en este lugar. Sé que no es la opulencia a la que estás acostumbrado, pero tiene su encanto.
- Hijo querido- sonrió melancólico- la opulencia solo es una ínfima parte de la vida que me ha correspondido.
- No inicies con el discurso padre, ya lo conozco- también sonrió.
- Tengo una propuesta que hacerte.
- No me vas a convencer.
- Lo sé, - dio otro sorbo a su bebida- deseo quedarme una semana, durante la cual espero nos permitas compartir el mayor tiempo posible contigo. Déjame además conocer la esa muchacha que te gusta, déjame analizar si realmente es idónea para ti.
- No la vas a encontrar idónea padre, lo sabes.
- Quiero comprender, y solo acompañándote en las situaciones que vives a diario me puedo hacer una idea clara de lo que vives y de lo que te atrae de este lugar y sus gentes. Ella te agrada, por ende, quiero saber quién es. No la voy a investigar, te lo prometo. Si me permites hacer eso, al final de la semana, sea cual sea mi impresión te liberaré de la promesa que nos hiciste.
Los ojos de Gerardo destellaron fugazmente.
- Sabes que esa promesa la hice por iniciativa mía, precisamente para no dejarte opción de decidir por mí. - que no esperara que cediera con facilidad.
- Así es. Sin embargo, si yo no te libero de la promesa no tendrás futuro con esa muchacha. Te ataste con tus palabras y yo tengo la llave de la cerradura del candado. Tú decides.
Gerardo titubeaba en su interior, Fedor, sabía lo que estaba proponiendo.
- Solo con la condición que no me pacten matrimonio si yo no lo decido, solo me casaré por mi voluntad.
- Ya veo- suspiró el hombre- la chica no te corresponde, así es que no puedes comprometerla contigo; por eso aun crees que podré forzarte a una unión matrimonial por contrato, tienes dudas, estas acercándote a ella sin esperanzas.
- Tengo duda de tus intenciones padre. Tú deseas que yo regrese y quieres confirmar si ella es o no el motivo de mi posición.
- Eso también es cierto; yo no niego mis intenciones. Solo una semana, por favor.