Sandra continuaba sentada e inamovible en la sala de Gerardo. El silencio de él era más hermético que nunca. Fedor la acompañaba con conversaciones esporádicas, un par de veces preparó te, al llegar la mañana preparó el desayuno, salió a comparar tanto el almuerzo como la cena; y aún estaban allí, casi 24 horas después, en espera de que su hijo saliera de su confinamiento voluntario, que expresara lo que sentía o que estallara.
Dentro de las escasas conversaciones el padre le insinuó su desacuerdo con el trato hacia la muchacha. Sandra trató de mantenerse centrada en meditación. Analizar hasta donde realmente había sido un error suyo aquella conversación que terminó con la jovencita huyendo de ellos, sumado a su hijo acuartelado.
Por su parte, Fedor tenía la certeza de que respecto al vínculo emocional de su hijo no podrían hacer nada, salvo que la niña a la que ya estaba aferrado decidiera continuar rechazándolo, ante lo cual Gerardo tarde o temprano tendría que regresar con ellos a su patria. Soportar la soledad con el alma comprometida era una realidad completamente distinta de la que el muchacho experimentó durante los cinco años precedentes en el nuevo continente.
Sandra tocó nuevamente la puerta.
- Cariño por favor, déjanos entrar. – “no ingreses donde no te abren las puertas”, otra norma ética de la familia- hablemos. Gerard hijo, no continúes ignorándonos.
- Dejemos las cosas así, volvamos otro día por favor, necesitas descansar- le dijo su esposo.
- No Fedor, no puedo irme así, ¿dónde queda el amor por nosotros? Es mi hijo, yo lo llevé en el vientre, lo amamanté, lo alimenté, lo bañé, lo acompañé en cada proceso formativo. No es justo que ahora deje de hablarnos solo porque no aprobamos a esa muchachita. - suspiró guardando la compostura, no se derrumbaría, consideró, era una mujer demasiado fuerte.
- Siendo así permíteme ingresar a mí a la habitación.
- Es una falta de respeto.
- Igual que decirle a alguien que es una persona común y corriente cariño, y tú lo hiciste.
- No busques que me enoje contigo.
- Llevas haciéndolo toda una vida, velado bajo el antifaz de tu don.
- ¿Ahora crees que intento disfrazar lo que siento por ti en realidad?
- No, yo sé que me quieres. Aunque al mismo tiempo me odias por esos primeros años en los que no te amé como a una esposa. Ahora, Sabes que te amo, y que, si te digo que tu actuación no fue correcta, no lo hago con el objetivo de herirte. Sandra, nada hacemos aquí afuera esperando, ¿se te ha ocurrido pensar que puede que este sintiéndose enfermo?
- ¿Qué? - la pregunta final la sacó de cualquier argumento hilvanado mientras escuchaba el discurso inicial de su esposo- eso tendría muchas implicaciones.
- Él la ama, aunque tú te niegues a entenderlo.
- No puede, no debe- el asombro ante las afirmaciones de Fedor la llenaron de horror.
- Todo lo que concierne a nuestro hijo nos demuestra que hay parte del conocimiento ancestral que se perdió. Permiso amor.
Abrió la habitación. La imagen de su hijo sudoroso en la cama, con movimientos espasmódicos en el estadio del sueño los alertó de inmediato.
Ciertamente todas las sospechas de su progenitor se confirmaron. Gerardo había entregado su corazón. En los de su clase, eso representaba un compromiso de por vida, dolor físico ante el rechazo que solo se podría superar en el ejercicio del deber o ser correspondido y encontrar refugio en el corazón de la persona amada.