So pena de ser una mañana sofocante Gerardo se levantó de buen ánimo. Su conversación telefónica con la niña de su corazón duró alrededor de una hora. Cada vez que él se acercaba al tema de sus sentimientos por ella, la criatura testaruda desviaba la conversación con una extraordinaria habilidad lingüística. Hasta le pasó el teléfono a la secretaria para que este la saludara dadas las condiciones de su familia.
Al evocar esas acciones una sonrisa espontanea brotaba de su boca al experimentar la satisfacción de la apertura de una pequeña puerta.
Se bañó, acicaló sus cabellos. Se colocó ropa deportiva y arregló un bolso. Colocó el termómetro debajo de su lengua mientas se enfundaba las medias. Treinta y siete grados, temperatura aceptable dado el historial de los últimos tres días.
Salió de su habitación a tomar un café.
- Buenos días hijo, bendiciones. Veo que te sientes mejor. ¿A dónde vas tan temprano? - la sonrisa en la boca de la mujer era sincera, ver a su pequeño grande recuperado le devolvía el ánimo.
- Debo hacerle una visita a una empleada que tiene el padre en cuidados intensivos. – simuló no haberse sorprendido al ver a Sandra en la cocina.
- Y ¿esa empleada te viene a visitar cuando te enfermas?
- No, acá nunca ha llegado otra mujer que no sea Gracia- tragó en seco- …y ustedes dos.
- ¿Por qué visitas entonces a esa empleada?
- Madre, es mi secretaria. Esa mujer se ocupa de casi todo en mi vida laboral, es una persona íntegra y muy trabajadora. Digamos que considero merece una pequeña atención- continuó con el desayuno, omitiendo la información de la compañía que su secretaria tenía a su lado - ¿y padre?
- Corriendo, debe estar por llegar, tomó ropa tuya prestada.
- Dale, no importa.
- ¿Ya te sientes bien?
- Si, muchas gracias por todas tus atenciones- se sonrojó un poco ante la progenitora que sintió como esas palabras le henchían el corazón.
- De nada hijo. - lo observó en detalle- la llamada de anoche influyó mucho en tu estado de ánimo. Hasta parece que milagrosamente fuiste sano.
- Madre, un resfrío le da a todo el mundo. El resto no lo voy a discutir contigo- ella percibió de inmediato la coraza invisible- pásame más café por favor.
- Con gusto, aunque deberías volver al té. Es más saludable. Fedor desea hablar contigo. Espéralo.
- Necesito irme lo más temprano posible, el camino es largo.
- El nuestro también, esta tarde regresamos. Fedor está experimentando principios de fatiga y yo de migrañas, ya sabes que la lejanía de la antigua tierra influye mucho en nosotros. Danos siquiera la oportunidad de despedirnos adecuadamente.
- Eso no me lo esperaba- la miró a los ojos, si, una tristeza profunda la anegaba. Rodeó la mesa y la abrazó- Sandra de mi corazón, no tienen porqué marcharse.
- Sabemos de los inconvenientes que te hemos causado, es mejor no continuar interfiriendo con tu vida- se separó de él dándole la espalda para dejar correr la lagrima que ya asomaba en sus ojos- anoche escuchamos atisbos de tu conversación con esa muchacha, al parecer la necesitas a ella más que a nosotros.
- Son emociones distintas madre, no vengas con celos infundados. – Trató de no ser agresivo con las palabras.
- En el fondo envidio que ella reciba de ti lo que yo no recibí de tu padre. Él simplemente me aceptó por un mandato de nuestras familias. Pero yo siempre lo admiré desde lejos, todos en nuestra región lo conocían, todas las chicas queríamos estar destinadas a él y, al ser elegida, me sentí tan afortunada. Luego, se convirtió en un gran amigo, … un gran padre…- suspiró.
- Pero ahora te ama, deja el pasado atrás.
- Lo sé. Sin embargo, no deja de doler- tomó aire y cambió- además, sabes que, si te decides por ella, renuncias a tus responsabilidades.
- Eso lo hice hace ya tiempo madre.
- Yo guardaba esperanzas….
En esos momentos el padre entró a la estancia. El sudor recorría todo su rostro, la ropa se le pegaba al cuerpo y el pecho agitado se le elevaba acompasado.
- Buenos días hijo, cariño- inclinó la cabeza hacia ambos- espero que no hayas iniciado la conversación sin mí. - le dijo a su esposa.
- No lo puede evitar- respondió Gerardo- siéntate, ya te paso agua.
Sirvió a su padre y se sentó con ellos en la sala. Fedor le comentaba que correr en dicha ciudad lo desgastaba más físicamente. Su hijo le explicó acerca de la influencia de la temperatura y las condiciones de humedad del trópico. Sandra guardó silencio.
- Sabes que hoy regresamos.
- Y yo insisto en que se queden.
- No podemos, nuestra salud ya está siendo afectada.
- Eso es algo que me niego a creer.
- Lo sé. Nuestra raza tiene una ascendencia especial, que nos condiciona a la permanencia en el antiguo continente. Nos brinda algunos privilegios y estos nos llevan a cumplir con responsabilidades específicas transmitidas de generación en generación.