Camino A Casa. En ti encontré mi hogar

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El mareo la hizo vomitar a menos de una hora de camino de regreso. Los viajes por carretera le resultaban siempre tormentosos. Arrojó la bolsa a un insipiente cesto de basura y se lavó los dientes cuando hicieron una parada en un pueblo para que una de las niñas fuera al baño. El resto del camino, lo pasó adormilada tratando de no caer en un sueño profundo ya que sus pertenencias no iban en el baúl sino sobre sus piernas y no deseaba ser robada mientras dormía.

Nina tenía dos días más de permiso. El papa estaba recuperándose poco a poco y el estar en cuidados intermedios les facilitaba la interacción con él. En cambio, a la mañana siguiente Gracia debía presentarse en su puesto de trabajo. En el fondo se reprochaba no haber salido más temprano, se dejó coger la noche en carretera, eso sí le pareció imprudente.

Gerardo la llamó como a las siete de la noche para preguntarle como había llegado. Al enterarse que apenas llevaba una hora de viaje puso el grito en el cielo preocupándose por su seguridad. Discutieron acaloradamente por teléfono reprochándose mutuamente la imprudencia y/o las atribuciones que se tomaban. Hasta apagó el móvil con tal de no continuarle recibiendo llamadas.

Al llegar a la terminal, fue nuevamente al baño para asearse un poco y pasar el sopor del mareo. Pensó resignada que tomar el autobús le devolvería las náuseas y que solo descansaría cuando sintiera su cama. El estómago se quejó, vio su imagen demacrada en el espejo, “qué más da”, pensó y salió a su siguiente tortura.

Al salir hacia la estación varios hombres le ofrecieron servicio de taxi, que ella de inmediato rechazó porque conocía el costo de la tarifa dado el impuesto por permanencia en la estación interna de la terminal de transporte.

Caminó un poco hacia el sur a esperar el vehículo; se detuvo en seco al ver al hombre con camiseta negra, jean, tenis blancos y las manos en los bolsillos a diez metros de ella. Los ojos dorados se le iluminaron cuando la enfocó y su sonrisa de niño pícaro afloró. La chica desaliñada no sabía si esconderse o salir corriendo hacia él.

Tomando la iniciativa Gerardo caminó hasta donde su pequeña amada estaba paralizada, la abrazó con fuerza y le besó la frente.

- Te perdono por hacerme sentir inseguro- sonrió sarcático-  perdóname por molestarme contigo.

Enseguida la levantó un poco para besar los tibios labios que se humedecieron ante la caricia mutua, las manos de ella pasaron al cuello de él y las de él aferraron con más fuerza su cintura. El mundo exterior desapareció, el beso pasó de la ternura a la violencia del deseo, lentamente se detuvieron, mirándose a los ojos.

- Perdóname, mi pequeña niña linda, no se vivir sin ti. Perdóname por lo ocurrido con mis padres – su voz era casi una suplica.

- Está bien.

- Fedor hoy me liberó del juramento- dijo mientras le acariciaba el rostro después de acomodarle un mechón de cabello.

- ¿Eso qué quiere decir?

- Que soy libre de decidir con quién deseo estar, y pues sabes que deseo estar es contigo, hoy, mañana, toda mi vida.

- Yo he pensado en muchas cosas, tengo siempre miedo de todo, pero creo que lo que más temo es que te canses de mí, de esperarme, de insistir.

- Entonces deja de resistirte- sonrió burlón mientras le daba un pequeño beso en los labios.

- ¿Estás seguro de que soy yo y nada más que yo?

- Si, para mi corazón solo existe tú

- Esta bien…- dijo la muchacha con una ligera sonrisa.

- O sea que…

- Si, que te digo que sí.

Para su sorpresa, Gerardo permaneció en actitud contemplativa, no hubo abrazos, no hubo besos, la miraba como si no existiera nada alrededor. Sacó de su bolsillo una bolsita.

  • Cásate conmigo- sacó un anillo con una pequeña piedra dorada, extraña, brillante.




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