Bajó del auto acompañada de su padre. El velo cubría su rostro mientras el vestido blanco perlado caía por el contorno de sus caderas abriéndose poco a poco hasta formar una cola. Los padrinos estaban en la puerta esperando ingresar al templo a ritmo de la marcha nupcial. En plena entrada se encontraba el novio con camisa y pantalones blancos tipo guayabera. Según su costumbre sonreía, pero ella lo conocía, extrañamente lo podía sentir, estaba tan asustado como un niño ante una inyección. Parecía un ángel renacentista iluminado por el resplandor de la mañana de ese domingo haciendo aún más brillantes aquellos ojos cautivadores.
Empezó el sonido de la marcha nupcial anunciando que la ceremonia iniciaba. Inmediatamente él volteó a buscarla con una rápida ojeada. Al cruzar con su mirada cubierta, su sonrisa se ensanchó, todo temor se esfumó, el corazón se le hinchó de alegría: allí estaba su pequeña novia a solo instantes de convertirse en su esposa.
Gerardo ingresó solo al templo, nadie lo entregaría. No dieron explicación alguna al respecto. Sin embargo, Gracia intuía que él no había sido capaz de informarle de su decisión a sus padres. En el fondo la tristeza por el rotundo rechazo de la señora Sandra se asomaba en este momento debido a que realmente era importante para una madre con su hijo, en este caso único, acompañarlo al altar.
Algunas personas miraron sorprendidas el caminar seguro del muchacho quien se mantuvo sonriente al pasar en solitario por cada hilera de bancas, a pesar de no tener a su progenitora del brazo para que lo entregara.
Ingresaron los padrinos: una tía de Gracia con su esposo y por parte del novio uno de los inversionistas del puerto con su esposa. Las hermanas de Gracia y la señorita Gómez fueron damas, los Gemelos eran quienes entregarían lo anillo. Vestidos con ropas gemelares, caminaron diminutos en unos pequeños trajes con sacos y corbatas llevándose las sonrisas de ternura de todas las mujeres al pasar.
Al terminar este pequeño desfile, apareció la novia en la entrada del templo. A Gerardo se le detuvo el corazón cuando vió del brazo de su futuro suegro a la mujer que sin proponerse si quiera ser su amiga, le robó el corazón.
Caminó hasta el altar, solo posó sus ojos en el dorado de los de él. El pastor omitió las frases de entrega de los novios al saber de antemano que el joven no contaría con la presencia de sus padres. Él simplemente le comunicó que por motivos de los tramites de visa sabía que no llegarían por más que insistiera, debido a que su padre era un ejecutivo que debía hacer todo un proceso para poder abandonar su tierra aunque fuera por unos días.
Finalmente, el pastor pronunció los votos y se colocaron los anillos prometiéndose amarse en la salud y la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en la alegría y en la tristeza, ser apoyo idóneo hasta que la muerte los separara. “Puede besar a la novia”.
Levantó suavemente el velo, le tomó las manos, le susurró solo para ella “te amo” y la besó con toda la dulzura que pudo colocar en el gesto, sus labios se movieron despacio deleitándose en el beso que sellaba sus vidas como una sola. Ella sintió que el aire le faltaba, que se detenía el mundo, que se perdía en un lejano bosque donde solo él era su guardián.