Sentados en primera clase de un pequeño avión, los recién casados evitaban mirarse a los ojos. Igual que en el taxi, en la fila de ingreso y en la sala de espera.
Ella estaba cabizbaja por haberse mostrado tan dispuesta después de ese beso. Se le subían los colores al rostro al recordar las sensaciones de ansias por la boca de su esposo, su fuerte agarre a la espalda de él mientras éste pasaba la mano por su cuerpo, quien finalmente detuvo todo de improvisto. Haciéndola sentir como una mujer desvergonzada.
A él por su parte el abatimiento lo silenció. Pocas veces pronunció palabras. Se había dejado llevar, las cosas no estaban planeadas de esa manera, igual no le habría importado nada tenerla toda para él por primera vez; sin embargo, la sensación de ahogo produjo mucha debilidad en él, entre el placer y la muerte. Al separarse de Gracia, notó el dolor en la mirada de su esposa. Sabía que era una mujer muy sensible y que sus acciones le costarían. Silencio, lejanía, ni siquiera le dejó tomarla de la maneo en el aeropuerto.
Mil cosas estallaban en su cabeza. ¿Cuál sería la razón de su debilidad? ¿Cómo recuperaría la confianza de su niña preciosa?
Recordar el contacto con su piel, el calor de su cuerpo, el ritmo acelerado de su respiración, la humedad de su boca, la fiereza de sus manos sobre el cuerpo de él. Solo de pensarlo las emociones se le revolvían y su cuerpo reaccionaba, desde la piel erizada hasta la parte inferior de sus calzones. “Bendita naturaleza humana”.
Sonó el anuncio de despegue. Al deslizarse el avión por la pista, el corazón de la muchacha comenzó a brincarle como caballito a trote. Al momento del despegue, de forma instintiva puso su mano sobre la mano de su acompañante. Sencilla acción que lo alentó a romper con la barrera invisible que ella había levantado entre ambos.
- Cariño, ¿nunca antes habías volado? - dijo cubriendo con su mano la de ella, e inclinándose para hablarse con suavidad.
- No- apartó los ojos- me impresioné un poco con el despegue es todo. - intentó retirar la mano.
- No.
- ¿No, qué?
- No me apartes.
- Tú empezaste.
- Perdóname.
- No tengo nada que perdonar, eres libre de hacer lo que quieras, pero por favor la próxima trata de que tu libertad no implique hacerme sentir avergonzada.
- Perdóname, no fue tu culpa, fui yo- ahora él fue quien retiró la mano, eso la hizo voltear a mirarlo- estaba al borde de un desmayo y no quería pasar el bochorno de desmayarme ante mi esposa.
- ¿Por qué no fuiste sincero enseguida? ¡es nuestro primer día de casados y ya tengo como hora y media enojada contigo! – su cara fue de niña malcriada haciendo berrinche, eso le produje una ternura inmensa en su corazón.
- ¿No crees que me da más vergüenza a mí? Casi me desmayo en mi primer acercamiento de intimidad ante mi esposa, ¿cómo crees que se siente eso?
Gracia estalló en una carcajada controlada de solo hacerse la imagen mental de ese monumental hombre tirado en el piso de la alcoba, solo por besarla.
- No te rías, niña mal criada.- se colocó una almohadilla de viaje en el rostro para ignorarla.
- ¡Es que da risa!
- No, a mí no.
- Mi corazón bello, no te enojes ahora, ya entiendo lo que pasó- hizo acopio de un gran esfuerzo para controlar la risa- lo importante ahora es saber qué fue lo que te sucedió.
- Es sencillo, estoy agotado con tantas cosas a la vez, por lo tanto- se retiró la almohada y la miró de reojo- voy a dormir, porque ahora que lleguemos te voy a quitar esa sonrisa burlona de tu bella carita.
- A no. Vea si me amenazas con eso, nunca me vas a tener- dijo retadora.
- No lo estoy haciendo para asustarte, te estoy diciendo que al llegar consumo el matrimonio.
- ¡Dios! Cierra la boca, que pena, - se puso colorada- eso no se habla de esa manera.
- Eres mi esposa- dijo encogiéndose de hombros- solo quiero estar con mi esposa.
Le arrancó un beso aprovechando el descuido generando más risas entre ambos.
Durante el vuelo Gracias disfrutó de la vista de las montañas, las nubes a corta distancia y la inmensidad del cielo azul. Gerardo sintió al fin como el cuerpo cedía ante al agotamiento producido por el casi desmayo quedándose dormido.
Al bajar del avión se dirigieron al hotel. Ya en la habitación los nervios regresaron. Había un ramo de rosas dispuesto en la mesa de noche con dedicatoria para ella, un peluche tipo vaca con un corazón entre los brazos y la iluminación tenue. Decidieron pedir el almuerzo, mientras esperaban colocaron algo en la televisión tirados en la cama de un cuarto.
Le gratificó entusiasmada cada detalle, él la abrazó con cuidado de no asustarla, se aferró a ella agradeciendo silencioso a Dios por permitirle encontrarla. La chica se le colgó del cuello con una sonrisa tiernamente dubitativa, él le acarició el castaño cabellos lacio con la parsimonia de quien reverencia aquello que le es más preciado.
Se acercaron lentamente buscándose los labios, las manos nadaron en el cuerpo del otro, los ritmos suaves poco a poco se aceleraron, jadeos, silencios y respiraciones entrecortadas inundaban la habitación. Ella era preciosa, su piel suave, sus caderas eran colinas inexploradas y sus pechos manantiales de dulzura. Él firme, con espaldas anchas, brazos fuertes que abrazaban y ahogaban al tiempo que simbolizaban la protección, la fortaleza para luchar contra cualquier tempestad; sus ojos dorados parecían iluminar la habitación como animal nocturno al asecho; su cadera se ensanchó a la de ella amándose mutuamente al ritmo de sus propios cuerpos.