Camino A Casa. En ti encontré mi hogar

CAPITULO 77

Llegado el lunes traté todo en los términos de mi habitual rutina. Al bajar al comedor seguíamos siendo las estudiantes, las instructoras y el personal de la cocina. En clase de historia abordamos algo relacionado con la geografía y el cruce de un meridiano con un paralelo en un valle específico de donde surgían las líneas del manto protector entretejiéndose invisiblemente.

Tuve que hacer un resumen de los capítulos que no había alcanzado a leerme por mi tiempo de entrenamiento extra. Lo entregué pasadas las doce del día con muchas dudas de su estilo, sin embargo, le agradecí con humildad a la instructora el tiempo extra otorgado. Caminé hacia el comedor con la total calma del deber cumplido, aunque fuera un trabajo mediocre. Ingresé directo a los dispensarios del bufé, sin notar el silencio reverencial. Al voltear para buscar a Carly en la mesa de primer año, me crucé con la gélida mirada de unos penetrantes ojos dorados. El alma se me vino al piso, ¿cómo actuar sin insultarla con mis acciones o demostrarle el reconocimiento cargado de rabia que le tenía?

Me obligué a bajar la mirada caminado derecho a la mesa sin fijarme donde me sentaba. Allí estaban, Sandra, Fedor y Gerardo. Sus nombres eran completamente claros en mi mente. Fedor no me reconoció, lo atribuí a mis cabellos casi al rape, creo que por una herida que me hice en el supuesto accidente debieron raparme para suturarla. En un mes era poco lo que me había crecido y parecía un chico de los que prestan el servicio militar, con uniforme tipo sudadera y botas.

Gerardo estaba impávido, concentrado en sus alimentos y escuchando sin hablar la conversación entre murmullos. El recuerdo de su nombre y su rostro me trajeron un dolor insoportable en el pecho. No me atreví a llevarme la mano, no levanté la cabeza, me esforcé en contener las lágrimas del dolor físico y emocional que me produjeron verlo sin ser vista. Sandra me ignoró, la general Martina me observaba con frecuencia, lo sentía en todo mi cuerpo.

Al terminar del almorzar Fedor se colocó de pie saludándonos en un discurso preparado al que no escuché. Nos despidieron para las clases invitándonos a dar nuestro mejor esfuerzo durante sus observaciones.

En el pasillo Carly me agarro del brazo.

- Susurro, ¿te encuentras bien?- había una sincera preocupación en su voz, por eso no había dejado el brazalete en la caja sino que cada día me lo colocaba. Ella era sincera.

- Carly me duele el pecho, creo que es la falta de descanso, ya llevo un mes esforzándome duro de lunes a domingo – esto también era cierto.

- Ven, cálmate, Susana me dijo que el entrenamiento de hoy es con énfasis en el uso de los dones, eso te dará un respiro, como aun no sabes el tuyo seguro te dejan en paz.- eso me hizo sentir mal, sin embargo, la general siempre era enfática en no mostrar mi don.

- Gracias.

Me despedí para lavar mis dientes antes de la clase. Al bajar fui llamada por la general a su oficina. El mundo se me vino abajo cuando entré y vi a la bruja de Sandra sentada detrás del escritorio de la General. Me hice un vacío de emociones preparándome para su ataque. Según los diversos diálogos con Carly y Susana, las sanadoras empáticas debían tocarte para poder ayudarte, o en mi caso dañarme. Por ende, a mantener la distancia con esa mujer.

- Hola Susurro.

- Hola señoría- incliné la cabeza como nos enseñaron.

- ¿Cuántos años tienes? - cree que no me acuerdo, la edad de ingreso es de 18, se que soy mayor de veinte, me duele dar con el número exacto.

- La edad de ingreso aquí es de dieciocho años señoría, se supone que no debe ser ni antes ni después según las normas de la nación. – ajústate a lo real y con ello disfraza la verdad, un sabio concejo de la general en mi último sábado de entrenamiento con ella.

- ¿Cuál es tu nombre real?

- Solo respondo al nombre de Susurro dado por mi general Martina.

- ¿De dónde eres?

- Señoría son recuerdos tristes, no me haga retornar a ellos – puse voz de súplica.

- ¿De dónde eres Susurro? - puso especial énfasis autoritario en mi nombre.

- Me encontraron en la frontera, la general es mi rescatadora, recuerdo que ella me salvó, pero decirle exactamente de qué aldea fronteriza soy, no me acuerdo, fui golpeada con rudeza, creo que me debieron golpear en la cabeza lo que ocasionó mi amnesia – con eso la historia quedaba completa, eso fue lo que implantó en mis recuerdos la muy bruja.

- Espero que te hayas sentido bien en este lugar- solo asentí, no deseaba seguir hablando- puedes retirarte.

Al salir observé a la general Martina impávida. No hizo ningún gesto. Aminoré mi paso y establecí el canal en el aire para escuchar mientras iba por el respectivo pasillo.

- Tenías razón, sigue igual que cuando partí.

- Déjala que haga su vida tranquila.

- Esta prueba es para Gerardo, si él no la recuerda, todo queda solucionado. Fedor no la reconoció.

- Tu hijo no se fijó en ella. Espero que eso te sea suficiente y te marches de mi fortaleza pronto.

Sandra respondió sin que yo pudiera escuchar pues ya estaba muy lejos. Me dirigí al gimnasio donde me pusieron a realizar ejercicios de rutina mientras las demás estudiantes practicaban con sus dones. Gerardo observaba cada practica con el interés de un seleccionador deportivo. Caminó por todos los grupos de trabajo sin mostrar ningún interés en la que estaba trotando por toda la pista sin parar, o levantando pesas, o haciendo barras, o haciendo piernas.




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